Conflictos entre judíos fanáticos y Roma en el siglo I


A Herodes el Grande (muerto el 4 a.C.) sucedió en Judea, Samaría e Idumea, su hijo Arquelao. Es sabido que su reino duró poco, unos diez años, y que Augusto hizo caso a las quejas de sus súbditos contra su gobierno tiránico: Arquelao fue depuesto el 6 d.C. y sus territorios pasaron a constituirse en “provincia romana”, la provincia de Judea.

La presencia romana fue mucho más intensa entonces en Israel. Y ello se notó en alguna reacciones de los elementos más fanáticos del pueblo. Lo más importante en esta época para lo que nos interesa –relaciones de Israel con el helenismo, en amplio sentido- es la primera aparición en la escena pública de los “celotas”.

Aunque Flavio Josefo (Guerra de los judíos II 118) califica a este grupo de “secta” (él la denomina “escuela filosófica”), es hoy bien sabido no es ésta una secta propiamente dicha, pues desde un punto de vista de ideario religioso se identifican con los fariseos. Pero se diferenciaban de ellos por trasladar a la política y a la acción sus ideas, oponiéndose a los romanos con métodos violentos. Hasta el desencadenamiento de la revuelta no dejan de permanecer activos: incluso los propios hijos de Judas el Galileo fueron crucificados hacia el 46-48. Así, desde la muerte de Herodes, la historia de Judea está marcada por ciertas revueltas –no muchas, pero las suficientes para mantener el espíritu de rebelión interna de las masas contra Roma que representaba no sólo un poder opresor cuanto un espíritu irreligioso y contrario a la voluntad de Dios sobre Israel.

La doctrina con la que los celotas justificaban sus acciones guerreras es crucial para comprender la oposición judía a la dominación romana, y con ella a todo lo que supiera a pagano y a "helenístico". Judas de Gamala, o también Judas el Galileo, sostenía ardorosamente que el pueblo de Dios no podía ser censado por los romanos, paganos e impíos, con el fin de imponerle nuevos tributos. Judas fue el primero en difundir entre el pueblo con meridiana claridad la base religiosa que fundamentó en el siglo I todo tipo de rebelión antirromana en Israel: “No es posible que la tierra santa tenga más rey y señor que Yahvé; Israel es el país de Dios y sólo hay que pagar tributos a los representantes de Éste; los judíos tienen la obligación de cooperar, aunque sea violentamente con sus armas, a la implantación del reinado de Dios en la tierra que Dios ha otorgado al pueblo de su elección”.

El espíritu que se sintetiza en estas frases genera los impulsos “mesiánicos” necesarios para la guerra contra Roma en los años 66-70 de nuestro siglo I. Ciertamente, el movimiento de Judas el galileo fue aplastado con facilidad por las armas romanas, pero su lema principal, “Antes morir que permitir que la tierra de Yahvé pase a dominio de otro Señor”, y su ardor en la defensa y cumplimiento de la Ley -el llamado celo por Yahvé- son las raíces de los movimientos religioso-políticos de consecuencias más desastrosas en la política judía del siglo I.

W. Grundmann, -en su capítulo “Grupos y fuerzas, puntos de vista y directrices”, de la obra de Leipoldt-Grundmann, El mundo del Nuevo Testamento, I 301- comenta el espíritu del celotismo del modo siguiente:

A su modo de ver, el Reino de Dios en Israel era incompatible con cualquier otra dominación... Durante siglos había vivido Israel bajo dominación extranjera y bajo ella había servido a su Dios, aceptándola como algo que la divinidad permitía, o como un castigo. Los celotas rompieron con esta tradición y de esta ruptura dimanó su celo por la monarquía exclusiva de Dios y su resolución de padecer persecucio¬nes, si era preciso, por ella, así como la de sacrificar el dinero, la hacienda o la vida por este credo… Incluso con el martirio pregonaban su celo por Dios y expiaban los pecados de Israel. La conversión revistió en ellos la grave modalidad de negar obediencia a las potestades terrenas y de acatar únicamente la Ley de Dios. La repercusión de estas doctrinas fue tanto más grande cuanto que brotaba del meollo mismo de las creencias judías.



El núcleo de la doctrina de los celotas tardó sólo unos cincuenta años en hacerse atmósfera general entre la mayoría de la población judía no sólo en Galilea, sino en toda Judea y otros territorios considerados de Israel en el siglo I. Los judíos piadosos comenzaron a sentir con mayor viveza que nunca antes que estaban viviendo en un país ocupado. Llevaban siglos dominados por babilonios, persas y griegos, pero ahora el control de los romanos sobre el territorio de Dios, sobre la ciudad santa y su Templo, se percibía como una abominación insoportable.

Al existir un convencimiento general de que la situación era tan mala, no pocos de entre el pueblo pensaron que Dios no tardaría en poner remedio a estado tan contrario a sus deseos puesto que el pueblo elegido no podía guardar la Ley sin impedimentos. Así, muchos comenzaron a desear en su corazón que tuviera lugar una guerra de liberación nacional, que Dios con su especial ayuda se encargaría de concluir felizmente.

Por otro lado, es incuestionable que el florecimiento de la doctrina celota se explica en el contexto de una atmósfera ideológica fuertemente escatologizada y mesiánica tal como existía en la Judea de estas décadas. Esta atmósfera había sido preparada por el florecimiento de la literatura apocalíptica desde el s. III a.C. hasta el s. II d.C., período en el que tuvieron lugar los enfrentamientos terribles entre los judíos y las potencias que los dominaban, griegos, primero, y romanos después, como hemos ido viendo en “posts” anteriores.

Para unos ojos de hoy puede parecer increíble el estado psicológico religioso de grandes masas en la Judea de mitad del siglo I de nuestra era. Lo cierto es que la temperatura escatológica y mesiánica era elevada, tanto como para que un pueblo minúsculo y casi sin ayuda se atreviera finalmente, al cabo de pocas décadas, a hacer frente a Roma en la cúspide de su poder. El Imperio era como el último reino de las tinieblas, al que había que combatir para que amaneciera la nueva era mesiánica, el Reino de Dios.

Sin duda, en este marco de tensa espera escatológica hay que incluir también la predicación de Jesús del Reino de Dios, que tuvo lugar aproximadamente en la tercera década de este siglo. Para la mentalidad apocalíptica el presente era el momento de la angustia de la era terrena, los últimos dolores de parto para el alumbramiento de un eón nuevo. Pero mientras que Jesús no debió de considerar efectiva la implicación personal, política y activa, para acelerar el Reino de Dios, el movimiento mesianista de los celotas y luego de los sicarios (apoyados por una buena parte de los fariseos) llegó a pensar que la colaboración humana era imprescindible y habría de acelerar la venida del reinado de Dios.

El movimiento de los hermanos Macabeos había sido estrictamente nacionalista, pero rápidamente cayó en la cuenta de que para subsistir había que proporcionar una base política a la insurrección. Ello les permitió acomodarse a la cruda realidad sin especiales dificultades. Los celotas, por el contrario, eran un movimiento apocalíptico casi puramente religioso, lo que les condujo a la ceguera política y a una actuación abocada al suicidio.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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