La helenización de Judea en el siglo de Jesús (y IV)


Concluimos hoy esta serie sobre el encuentro de Israel con el helenismo, cuyo último centro de atención ha sido Judea y Galilea en los momentos en los que vio la luz Jesús de Nazaret.

El último personaje interesante de esta época es Nicolás de Damasco (64 a.C.- después del 4 a.C. ?) que había sido por los años 30 preceptor de los hijos de Marco Antonio y Cleopatra. Nicolás había estudiado en Damasco y aunque sus padres, que tenían nombres griegos, Antípatro y Berenice, eran probablemente arameos, él se sintió siempre un griego obediente al gobierno de Roma. Como literato parece que había compuesto tragedias y comedias, pero como peripatético que se consideraba —escribió un libro titulado Sobre la filosofía de Aristóteles—su obra de más envergadura fue una Historia universal en 144 libros que, comenzando en los imperios de Oriente y pasando por la historia de Grecia llegaba hasta los tiempos de Herodes.

A este erudito confió Herodes la educación de sus hijos más jóvenes, si bien él mismo se instruía también junto a él en diversas disciplinas. Nicolás escribió una biografía de Augusto y por indicación de Herodes una suya propia. A la muerte de éste y por encargo de su hijo Arquelao abogó en Roma por sus intereses y probablemente moriría allí. Aunque de sus obras queden hoy sólo fragmentos, es muy probable que el influjo de este personaje en la Jerusalén de su tiempo fuera enorme.

Cuando nació Jesús el ambiente antigriego y antirromano no era tan terrible en Israel como podría imaginarse, y la prueba radica en que a la muerte de Herodes una legación considerable de prohombres judíos fue a Roma, a suplicar a Augusto que Judea ¡fuera gobernada directamente por el Imperio y no por manos judías!, es decir, por Arquelao, hijo de El Grande, nacido en Jerusalén.

Fueron después los errores de los procuradores romanos y su mala administración en la década de los 50 los que originaron e incrementaron el sentimiento antirromano que era, por ende, antiheleno. Por otra parte era el campo, mucho menos helenizado, donde los descontentos con Roma podían extender su acción. Razones para ese descontento produjo en las ciudades, por ejemplo, la negación de la isopoliteía, o igualdad de derechos civiles, como hizo Nerón rechazando la petición de iguales derechos con los griegos a los de Cesarea y había ocurrido antes a los de Alejandría en tiempos del emperador Claudio (41-54 d.C.).

Estos desaires, y el aumento voluntario del activismo por parte de los “celadores de la Ley” fueron sembrando la desilusión también en esas clases altas antes partidarias de Roma, aunque no tomaran partido por los revolucionarios. Una asimilación plena de los judíos como grupo en la sociedad romana, y en menor extensión en la griega, no tuvo lugar, en parte, por las dificultades que les opusieron para obtener la ciudadanía local en las áreas y ciudades no judías.

Al comienzo de la Guerra Judía las clases altas helenizadas dirigidas por Justo y su padre Pisto, según cuenta Josefo (Vita, 390), buscaron protegerse tanto de los rebeldes como de los ataques que procedían de las ciudades de la Decápolis. Así mismo la aristocracia de Jerusalén adoptaba una actitud conciliadora, pero ninguno tuvo éxito y, al triunfar la rebelión, todos tuvieron que pagar las consecuencias.

El ambiente de helenización en Judea, y más en concreto en Jerusalén, fue absolutamente decisivo para que en los orígenes mismos de la reinterpretación de la figura y mensaje de Jesús por parte de los seguidores de un Maestro ya muerto, y del que se creía firmemente que había resucitado –que es el origen de la teología cristiana- hubiera un nutrido grupo de judíos cuya lengua materna era probablemente el griego. Y fue este grupo de “helenistas” quien promovió la reinterpretación de Jesús que habría de constituir el núcleo de la futura teología de Pablo de Tarso.

Se podría decir que existía una koiné religiosa –un cierto ambiente religioso común- en esta época y es precisamente este espíritu religioso el que hizo posible la extensión de un mensaje escatológico - mesiánico que la fuerza interna de la educación helénica de quienes lo difundían se convirtiera en un mensaje de salvación fácilmente asequible a griegos y romanos.

La división profunda de la primera comunidad cristiana entre “hebreos” y “helenistas” (capítulos 6 y 7 de los Hechos de los apóstoles) tiene que ver mucho, pues, con el grado de helenización y con las posibilidades de trasvase ideológico entre el judeocristianismo palestino y el helenístico. La Guerra judía del 66-74, con sus consecuencias devastadores de muerte y exilio, hizo que el judeocristianismo palestino fuera prácticamente barrido de la escena de la historia y quedara abierto el campo, casi libre diríamos, para que se expandiera la reinterpretación de Jesús de base más griega. Las consecuencias duran hasta hoy día, pues las tres ramas más potentes del cristianismo de hoy, católicos, protestantes y ortodoxos, proceden directamente del judeocristianismo profundamente helenizado q desemboca en el paulinismo.

No puede hablarse en rigor de una “helenización” del mensaje del cristianismo una vez nacido, como si le sobreviniera algo externo y por encima a una entidad previamente constituida, sino que ese mensaje nace ya helenizado. La teología cristiana (de la rama paulina que es la única que ha sobrevivido) es griega o no es. Lo que se llama “helenización del cristianismo” a partir del siglo II (Padres apologetas y teología de Panteno y Clemente de Alejandría) es sólo una segunda o tercera helenización.

Con mi agradecimiento a la profesora Rosa María Aguilar de la Universidad Complutense, por su capítulo “Judaísmo y helenismo en el siglo I de nuestra era”, del libro Biblia y Helenismo, El Almendro, Córdoba, 2007, que ha sido la base de las cuatro últimas entregas, concluimos aquí nuestra serie.

La próxima será sobre los orígenes y evolución de la figura del Diablo en el judaísmo y el cristianismo.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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