Mujeres en los Hechos de Andrés. Maximila (y IV)



Escribe Gonzalo del Cerro

El conflicto. Perseverancia de Maximila

Egeates no se resignó a perder a su esposa. Y volvió a atacar mezclando de nuevo halagos con amenazas. Los halagos, para ella; las amenazas, para Andrés (HchAnd 36). Da un día de plazo que Maximila aprovecha para poner a Andrés al corriente de las pretensiones y los planes de Egeates. El Apóstol echa mano de toda su más pesada artillería. Después de referirse a esa vida "repugnante e inmunda", le intima a resistir con seis frases negativas y seis "no": "No lo hagas; no cedas a las amenazas de Egeates; no te conmuevas con sus discursos; no tengas miedo de sus vergonzosos consejos; no te dejes vencer por sus hábiles lisonjas; no quieras entregarte a sus inmundos y perversos encantamientos" (HchAnd 36). Es uno de tantos pasajes en los que es evidente la nimia uerbositas (excesiva verbosidad) de que hablaba Gregorio de Tours refiriéndose a este Apócrifo.

En este pasaje que aborda uno de los temas nucleares de esos Hechos, se repite uno de sus recursos retóricos más socorridos, la reiteración: "Pisotea las amenazas de Egeates, Maximila, pues sabes que tenemos un Dios que se compadece de nosotros. Que no te conmuevan sus voces estridentes, sino permanece casta" (HchAnd 39). "No te entregues a Egeates; resiste a sus asechanzas; sobre todo, porque yo he visto al Señor que me decía: `Andrés, el diablo, padre de Egeates, te librará por él de esta prisión´. Por lo demás, preocúpate de conservarte casta, pura, santa, inmaculada, íntegra, libre de adulterio, irreconciliable con el trato de quien nos es ajeno, inflexible, inquebrantable, sin llantos, invulnerable, inconmovible ante las tempestades, sin fisuras, inmune al escándalo, indiferente a las obras de Caín". En éste y otros pasajes similares aparece lo que muchos enemigos echarán en cara a los apóstoles: Su intento de separar a las mujeres de sus maridos (HchAnd 39. 40). El proyecto del Apóstol no podía ser más claro ni contundente. Maximila lo acogió en su corazón y lo convirtió en norma de vida.

Esta actitud decidida, inquebrantable, recalcitrante de Maximila es, al final, la causa de la muerte del Apóstol. Era, al parecer, lo que se pretendía. Andrés se siente feliz y satisfecho porque su discípula había aprendido y seguido sus lecciones hasta las últimas consecuencias. Pero si, como hemos dicho, los HchAnd están literariamente muy lejos de la simplicidad evangélica, la mentalidad está igualmente muy alejada de la pureza de actitudes y sentimientos que se derivan de la doctrina cristiana más correcta y adecuada a los postulados del Evangelio.

Tampoco Egeates dejaba de tener claro lo que debía hacer. Así se lo expuso personalmente al mismo Andrés: "Ha llegado el final de tu proceso, hombre extranjero, ajeno a la vida presente, enemigo de mi casa, ruina de toda mi familia, ¿por qué se te ocurrió irrumpir en lugares extraños y corromper poco a poco a una mujer que desde hace tiempo me agradaba? Además, me he enterado, informado por ella misma, de que ahora no encuentra alegría más que en ti y en tu Dios. Por lo tanto, disfruta ahora de mis dones" (HchAnd 51). Las palabras de Egeates dejan claro el criterio con que los paganos juzgaban las vivencias cristianas. Los cristianos eran hombres extraños, ajenos a la vida y las costumbres de los ciudadanos normales, hasta el punto de encontrar gozo en el dolor, la persecución y la muerte. Los “dones” de Egeates no eran otra cosa que los azotes con que iba a preparar su cuerpo para la proyectada crucifixión.

Las palabras de Maximila en la oración que dirige a Dios antes de ir a encontrarse con Andrés delatan un carácter fuerte y decidido. Nada la hará cambiar ni abandonar sus planes. A la seguridad que siente en el apoyo y la palabra de Andrés se une su firmeza personal a la hora de hacer valer sus criterios. Decía Maximila: "Gloria a ti, Señor, porque voy a ver otra vez sin temor a tu Apóstol. Pues aunque una legión entera me custodiara impidiéndome ver a tu Apóstol, no lo conseguiría, sino que se quedaría ciega con la visión luminosa del Señor y con la confianza que su siervo tiene en Dios" (HchAnd 30).

Han pasado muchas cosas en la vida de Maximila después de su conversión a la castidad. Las discordancias con su marido han sido frecuentes y hasta violentas. El procónsul ha recurrido a los remedios más diferentes, desde la suavidad en la forma hasta la más extrema hostilidad contra ella y, sobre todo, contra su maestro Andrés. Todo inútil. La mujer, asesorada por el Apóstol, tenía muy claro el camino y estaba decidida a seguirlo hasta el final. Su postura resuelta contrastaba con la titubeante conducta de su marido. Egeates, procónsul de Acaya, era dueño de todos los resortes de la autoridad, pero en el texto del Apócrifo aparece sometido a las decisiones maximalistas de una mujer, segura de sí misma y apoyada en la autoridad de Andrés, apóstol y representante de Dios.

Egeates fue víctima de una especie de motín. Ante su tribunal se reunieron grupos de fieles que le echaron en cara su juicio poco sensato contra el piadoso extranjero. Una vez más se libró del apuro prometiendo liberar al apóstol Andrés, condenado ya a muerte y colgado en la cruz. El texto cuenta el suceso como si el mismo Andrés hubiera rechazado su liberación (HchAnd 60). Egeates intentó dialogar con Andrés crucificado. Su desconcierto era total, por lo que no tuvo más remedio que aceptar su triste destino. Por no tener, no tuvo ni siquiera hijos, comenta el Apócrifo en 64, 3. Muerto Andrés, intentó todavía inútilmente doblegar la voluntad de su esposa, firme y feliz en su decisión. Como ya hemos dicho, recurrió al suicidio, que puso en práctica con nocturnidad arrojándose por un precipicio. Prieur sugiere que ese precipicio era el mar, su congénere según la posible alusión contenida en el discurso de Andrés en HchAnd 62, 4. El nombre de Egeates se deriva del mar Egeo y es posiblemente una invención del autor, que pretendía así armonizar el nombre del procónsul con la forma de su muerte.

Maximila, dice el Apócrifo, se había separado de Egeates y no lo volvió a aceptar en absoluto cuando se le acercaba con hipocresía, sino que eligió una vida casta y tranquila. Mientras su desesperado marido hacía los últimos intentos para recuperarla y tramaba su propia muerte, Maximila “vivía beatíficamente en compañía de los hermanos” (HchAnd 64, 2). El abismo entre ambos personajes, sus criterios y sus conductas quedó irremediablemente abierto en la tradición.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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