Mujeres en los Hechos de Andrés. Ifidama (I)



Escribe Gonzalo del Cerro

Al lado de Maximila aparece en el relato de los Hechos de Andrés (HchAnd)una mujer sencilla y discreta, de nombre Ifidama. Una mujer que se mueve como una sombra casi de Maximila. Es como un eco de las actitudes y palabras, reacciones y sentimientos de su señora. Porque "señora" es Maximila para Ifidama en apreciación de Andrés (HchAnd 29, 1). Los apelativos de "hermana" en boca de su señora hacen referencia a una hermandad según el espíritu más que según la carne. Ifidama participa de los criterios de Maximila así como de su devoción y cariño hacia el apóstol Andrés. Siempre está en la órbita de Maximila como mensajera y como cómplice. Desde la misma materialidad de la letra, de las veintiuna menciones expresas de su bonito nombre griego, diez aparece en el sintagma "en compañía de Ifidama". Este nombre griego, femenino del homérico Ifidamas, está compuesto de dos lexemas: "con fuerza" y "domar", "el/la que domina por su fuerza".

Se trata evidentemente de los movimientos de Maximila en los que Ifidama la sigue como un satélite al astro principal. Las otras menciones están siempre en contextos de misiones o encargos de su señora. Ifidama, en efecto, acompaña a Maximila tanto y con tanta constancia efectiva y afectivamente que aparece a los ojos del lector como dama de compañía de la protagonista en numerosas escenas de la obra.

Vamos a trazar el perfil de Ifidama, mujer humilde pero eficaz, fijándonos en tres aspectos de su personalidad: su carácter de actriz secundaria, su discreción y su fidelidad.

Ifidama, actriz secundaria

Decían los antiguos que no podía darse un segundo si no se daba antes un primero. Yo me atrevería a parodiar el dicho famoso invirtiendo los términos. Porque tampoco puede darse un primero si no se da un segundo. Son muchos los casos en la Historia que demuestran este principio. Hay protagonistas oficiales y clamorosos de determinadas hazañas. Pero los héroes oficiales no hubieran logrado sus brillantes objetivos si no hubieran tenido un segundo que les preparara esas metas, les trazara los caminos y les facilitara la realización. Son esos personajes que "brillan" desde los segundos puestos, ejecutores del trabajo callado y silencioso que permitirá el brillo y el clamor de los primeros.

Así es como me imagino a Ifidama, una mujer que no tiene lazos de sangre con Maximila, pero que tampoco es una simple esclava. Ella es precisamente la que condujo a su señora hasta el Apóstol. Podemos decir que cumplió con ella la misma tarea que Andrés con Simón Pedro en su encuentro con Jesús (HchAnd 25, 2). Luego, está con ella durante los momentos más críticos de su situación. No hace nada por cuenta propia. No toma decisiones ni lleva iniciativas. Es, si se permite la expresión, "la voz de su ama". Desde que, para consolar a Estratocles por la desgracia de su criado, Ifidama repetía las mismas palabras de consuelo pronunciadas por Maximila (HchAnd 2, 2).

Cuando las dos mujeres reciben alguna noticia relacionada con el Apóstol, el texto insiste en que se lo anuncian "a Maximila e Ifidama". Es decir, Ifidama nunca actúa por sí ni para sí misma. O está con Maximila o realizando algún encargo en su nombre (HchAnd 32). Para informarnos de su alegría dice el autor del relato que "Maximila estaba llena de júbilo en compañía de Ifidama" (HchAnd 10, 1). La relación, por lo tanto, entre ambas mujeres era más propia de amigas que de señora y criada. Y ya decía Platón que “las cosas de los amigos son comunes”. Aquí era la alegría participada de forma solidaria. En otras ocasiones, el riesgo o la esperanza. Con Ifidama estaba Maximila cuando Egeates fue en busca de su esposa (HchAnd 27, 1). Oraba en compañía de Ifidama, y salió con ella para ir a la cárcel en la que se encontraba el Apóstol.

Ifidama prepara encuentros, traza estrategias, busca soluciones, hace de intermediaria y hasta de cómplice de Maximila en sus pretensiones y osadías. En la oración que Andrés eleva por ella, reconoce que Ifidama "está vigilante junto a su señora" (HchAnd 29, 1). Así la contempla Andrés cuando Ifidama acudió a la prisión para llevarle un mensaje de Maximila: "Gloria a ti, Jesucristo, magistrado de las palabras y las promesas verdaderas, que das confianza a los que son compañeros de esclavitud, tú eres el único en quien se apoyan los que combaten contra los adversarios. Pues he aquí que Ifidama, de quien sé que está vigilante junto a su señora, ha venido aquí llevada del deseo que siente por nosotros. Protégela tú mismo con tu manto ahora cuando se vaya y esta tarde cuando venga en compañía de su señora, para que no sean descubiertas por ninguno de los enemigos, ya que se apresuran a venir hasta aquí donde yo estoy como si estuvieran en cierto modo encadenadas conmigo. Guárdalas tú, Señor, porque son caritativas y piadosas" (HchAnd 29, 2).

Da a entender el Apóstol que ambas están embarcadas en un mismo proyecto y que merecen que el Señor las proteja y las guarde. El mismo joven hermoso que les abre las puertas de la prisión se las recomienda al Apóstol con unas palabras que vienen a reiterar que sus suertes están unidas: "Entrad ambas a donde está el apóstol de vuestro Señor, pues hace tiempo que os espera". Una constante en los Hechos Apócrifos es la aparición de un misterioso "joven hermoso" en momentos de tensión particular. Su figura recuerda a la del "Ángel de Yahveh" del Antiguo Testamento. Parece un enviado, pero habla en nombre propio. Incluso en HchAnd 32, su aparición sigue a la plegaria "está con nosotros, Señor". Para Prieur se trataría del mismo Jesús (AA 481).El mismo joven fue corriendo por delante de ellas, entró junto a Andrés y le dijo: "Aquí las tienes, Andrés, gozosas en tu Señor; confírmalas en él con tus palabras" (HchAnd 32, 2).

Maximila, en suma, la heroína, no hubiera podido desarrollar su labor sin la intervención puntual y eficaz de Ifidama. Lo que no podía realizar fácilmente la esposa del procónsul lo hacía con suma eficacia una sirvienta, cuyo oficio es precisamente el de salir y entrar para cumplir los mandados de su señora. Cumplida su misión, ya no tenía mayores pretensiones. Ni siquiera el que Andrés la hiciera objeto de su atención preferente como hacía con Maximila, a la que dedicó la larguísima alocución de HchAnd 37-41. Como era de esperar, Ifidama estaba al lado de su señora cuando Andrés proclamaba públicamente su apoyo a la decisión maximalista de Maximila. Aunque la atención del texto está fija en la protagonista principal, no es aventurado colegir que las enérgicas recomendaciones de Andrés tenían eco y sonido perfecto en el corazón leal de Ifidama.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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