Funciones y actuaciones del diablo cristiano


Tras esta perspectiva general ofrecida en los “posts” anteriores, vamos a concentrarnos con más detenimiento en las actuaciones del Diablo según el Nuevo Testamento.

En primer lugar: no es extraño que los primeros teólogos cristianos, como buenos conocedores del Antiguo Testamento, siguieran conservando también algunos rasgos del Satán antiguo. Así, mantienen el calificativo de "satán/satanás" como nombre común, uso que había disminuido muchísimo en la literatura judía religiosa posterior (los apócrifos del Antiguo Testamento) que ya hemos considerado. En el Evamgelio de Mateo 16,23 dice Jesús a Pedro, reprendiéndole por no creer que el mesías tiene que padecer: "Apártate de mí, satanás, porque ni piensas como Dios, sino como los hombres". En este apóstrofe "satanás" tiene el sentido general de "adversario maligno", pero de modo indeterminado: el pensamiento humano en cuanto opuesto al plan de Dios es satánico.

Igualmente como en el Antiguo Testamento, Satán actúa de tanteador del justo, como en el prólogo del Libro de Job. Dice Jesús (Ev. de Lucas 22,31) en vísperas de la prueba de su pasión: "Simón, Simón, Satanás ha pedido permiso (a Dios, se entiende) para cribaros como el trigo". Los seguidores de Jesús están en la misma posición de Job: van a ser probados para ver si se mantienen fieles a Dios.

También aparece el Diablo -exactamente como en la Biblia hebrea- como acusador celeste de los justos ante la divinidad. Así en el Apocalipsis (12,7 12): "El gran dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y también Satanás... fue arrojado a tierra y sus ángeles fueron arrojados con él... fue arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba en la presencia de Dios día y noche" (vv. 9 10). El texto es más moderno, es decir pertenece a un estadio de la evolución de las ideas sobre el Diablo más avanzado, tan sólo porque en él aparece ya clara la fusión serpiente Diablo, inexistente en los textos más antiguos de la Biblia.

Es curioso también que en Pablo la actuación de Satanás en recuerdo de su antigua función de ángel neutro- pueda servir para el bien. Así, en 1 Corintios 5,5 leemos:

En todas partes corre la voz de que hay entre vosotros un caso de fornicación de tal estilo como ni siquiera se da entre los gentiles, hasta tal punto de que uno tiene la mujer de su padre. Por una parte yo, ausente en cuerpo de vosotros pero presente en espíritu, he sentenciado al que obra de esa manera para que en el nombre de nuestro Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, en el poder de nuestro Señor Jesús, sea entregado a Satanás semejante individuo para destrucción de la carne a fin de que su espíritu se salve en el día del Señor.


Lo que quiere decir el texto es lo siguiente: en una sesión que hoy calificaríamos de claro contenido mágico aunque actuada por el poder y el nombre de Jesús- había que actuar de modo que se provocara en ese fornicario por meido de algún rito y plegarias una enfermedad (es decir, entregarlo a Satanás, el cual con su posesión genera las enfermedades). Entonces el dolor de su cuerpo, la "destrucción de su carne", le servirá de aviso y el espíritu del fornicario, arrepentido por el aguijón de la enfermedad, se salvará en el día del Gran Juicio, que se imagina cercano.

Un discípulo de Pablo dice también en 1 Timoteo 1,20 más o menos lo mismo: "Algunos han rechazado la buena conciencia y han naufragado en la fe; entre ellos están Himeneo y Alejandro, a los que entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar". Es decir, gracias a la oración o ritual del Apóstol fue provocada en esos dos herejes una enfermedad corporal que procura un bien: así aprenderán a no proferir opiniones erróneas.

Pero, al igual que ocurría con los apócrifos del Antiguo Testamento, en otros muchos casos aparece Satán en el Nuevo no ya como nombre común o con funciones antiguas, sino como nombre propio, como el gran jefe de todos los demonios, aunque en algún caso lleve el nombre popular y despectivo de Beelzebul (= Baal Zebub, “señor del estiércol o de la porquería”):

Los escribas que habían venido de Jerusalén decían que dentro de és estaba Beelzebub, y que por éste, el príncipe de los demonios echaba fuera a los demonios.


De acuerdo con esta perspectiva general cuyos trazos acabamos de delinear, para los autores del Nuevo Testamento Satán es el príncipe de este mundo, al Dios ha dejado mandar en el espacio que hay debajo de la luna. La morada actual, al menos de este jefe de los demonios, está en los aires. Efesios 2,2 dice:

(Vosotros los antiguos paganos hoy convertidos) anduvisteis en otro tiempo siguiendo la corriente de este mundo conforme al príncipe del poder del aire (es decir, de este mundo sublunar), el espíritu que ahora opera en los hijos de la desobediencia (es decir, en los que no son obedientes a Dios).


El dominio de este “Príncipe del aire” se manifiesta en un poder sobre los hombres, quienes a veces- sin ayuda exterior no pueden librarse de él. Es tan fuerte la dependencia entre los que se dejan seducir por Satán y este mismo que los textos nos hablan de una cierta ligazón natural: los malvados son "hijos del diablo" (1 Carta de Juan 3,8), o "vuestro padre es el diablo" como nos dicen al autor del evangelio de Juan (8,44) y el de la 1a carta de quienes se oponen o no creen en Jesús.

El objetivo de Satán es la perdición del ser humano, que éste se sitúe en un plano lejos de Dios, por eso se le llama "Asesino desde el principio" y su esencia es "mentira y pecado" (Juan 8,44). Este Satán tiene como súbditos y ayudantes a los demonios o a los ángeles caídos. Hemos visto ya que la distinción entre estas dos clases de malos espíritus se había difuminado en las creencias judías anteriores al Nuevo Testamento. Éste refleja la misma ambigüedad: aunque los demonios aparecen muy frecuentemente (sobre todo en los Evangelios), los ángeles caídos son mencionados muy raramente (por ejemplo, en Judas 6 y 2 Carta de Pedro 2,4). Desde luego, esta distinción Diablo y demonios-ángeles caídos, aún perceptible en el Nuevo Testamento, desaparecerá por completo en la tradición cristiana posterior: no habrá diferencia de esencia, sino sólo de mandato y rango.

Las tareas malvadas del Diablo son las mismas que ya conocemos por lo dicho sobre el Antiguo Testamento o sobre los apócrifos veterotestamentarios. Los autores del Nuevo se complacen en denominarle "enemigo", "adversario", pero sobre todo maléfico, causante de todos los males, en especial la enfermedad. Aunque en el Nuevo Testamento no se achacan todas las enfermedades a un acto de posesión o malicia diabólica, sí la mayoría.

Unos ejemplos: para el autor de los Hechos de los Apóstoles todos los milagros de curación de Jesús fueron prodigios de exorcismo o expulsión de demonios:

Dice Pedro: "Jesús de Nazaret... pasó haciendo bien y curando a todos los que estaban dominados por el Diablo".

Para Lucas (13,26) la mujer encorvada a la que cura Jesús en sábado, "había estado atada por el Adversario dieciocho años", es decir, un diablo había entrado en su interior y la mantenía encorvada (véase Lc 22,3: el Diablo, como gran jefe, no uno de sus satélites como es doctrina normal en el judaísmo entra en Judas).

Pablo, para referirse a una enfermedad molesta que le aqueja, dice: "Para que no me ensoberbezca (por lo extraordinario de las revelaciones divinas a mi persona) me clavaron en la carne una espina (una dolencia que no quiere nombrar), un ángel de Satanás, que me abofetee" (2 Cor 12,7). Los magos contemporáneos y los sanadores también practicaban con éxito los exorcismos. Pero el Nuevo Testamento afirma que sólo Jesús y sus seguidores lo hacen gracias al poder de Dios (Mateo 12,28; Lucas 11,20).

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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