Mujeres en los Hechos Apócrifos de Andrés. Euclía



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Una esclava elegida para una arriesgada operación

La tercera mujer, mencionada nominalmente en los Hechos Apócrifos de Andrés, es Euclía, esclava de Maximila. La historia de su triste destino está narrada con abundancia de detalles en los capítulos 17 al 22 de estos Hechos. Esas escenas y otras parecidas de otros Hechos justifican la inclusión del tema erótico entre los cinco famosos elementos del análisis que Rosa Söder hacía de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles. El elemento erótico es uno de los cinco Hauptelemente (elementos principales), presentes tanto en la novelística griega como en los Hechos Apócrifos de los Apóstoles. Creo que el tratamiento del elemento erótico en los Hechos Apócrifos y en la Novela Griega tiene perfiles muy distintos. Lo que en la Novela aparece descrito con tintes atractivos de amantes separados que buscan su reencuentro, en los Hechos está siempre introducido por la actitud encratita basada en una presunta interpretación de la predicación de los apóstoles protagonistas. En consecuencia, el amor está descrito con calificaciones muy negativas, incluido el amor entre los esposos. El amor en su vertiente erótica, expuesto con tintes repugnantes, fue la base de la reacción de rechazo en Maximila y de la absurda decisión de dejar sus deberes conyugales en manos de una esclava.

Insólito proyecto de Maximila

Era Euclía "una criada muy hermosa y de natural exageradamente disoluto" (HchAnd 17), ideal para los retorcidos planes de Maximila. La piadosa mujer del procónsul había ideado un plan retorcido e insólito con el fin de poder vivir tranquilamente su vida de castidad. Introduciría en el lecho de su marido a una criada que la supliría en sus deberes conyugales. Es una de las anécdotas que más escandalizaron a los Padres y a los lectores de estos Hechos. Tanto más cuanto que los textos no recogen el más mínimo reproche a esta conducta. El suceso trae al recuerdo el viejo axioma de los griegos: "Cuando se apagan las lámparas, todas las mujeres son iguales". Por eso Egeates no se enteró del cambio de mujer en los ocho meses que duró el episodio. Como Jacob, según el relato bíblico, no tuvo conocimiento de la trampa que le tendió su suegro Labán cuando sustituyó a la hermosa Raquel por Lía, la de los ojos tiernos. Jacob había servido siete años en casa de su pariente para poder casarse con su amada y hermosa Raquel. Pero, llegado el momento, Labán la sustituyó por Lía, mujer menos agraciada que su hermana (Gén 29, 23-25). Jacob cayó en la cuenta del cambio a la mañana siguiente de las bodas. Egeates, por el contrario, vivió en el engaño más de ocho meses. Todo es sorprendente en este suceso. Hay muchos detalles realmente inverosímiles. Uno de ellos el que un engaño de esta naturaleza tardara ocho meses en ser descubierto (HchAnd 18).

Los hechos son por demás simples dentro de su complicada sencillez. Maximila se había convertido a una vida de castidad absoluta, lo que no era problemático mientras duraba la ausencia de su marido. Pero éste regresa inesperadamente a su hogar y pretende dormir con su esposa. Cuando trata de darle un beso en la boca, se ve rechazado con la ya conocida excusa fútil de que un hombre no puede besar a una mujer en la boca después de la oración. Maximila busca consejo en el Apóstol, de quien obtiene una sentida e inequívoca plegaria dirigida a Dios: "Guárdala, dueño mío, sobre todo de esta mancha inmunda" (HchAnd 16). Andrés no encontró, o no manifestó, por el momento ningún obstáculo a tan extraña solución. Confirmaba siempre su predicación y su doctrina con milagros o con plegarias. Y aunque el texto cuenta que Maximila ocultó durante mucho tiempo lo que estaba haciendo (HchAnd 17), el Apóstol le manifestó, aunque sin dar detalles, que estaba al corriente de lo que se estaba tramando (HchAnd 19). El episodio fue ocurrencia de la misma Maximila que no encontró mejor remedio a su aporía que buscarse otra mujer para que la sustituyera en las más características e íntimas funciones de una esposa. La elegida para esa peligrosa misión no fue otra que Euclía.

Pacto de silencio

En efecto, Maximila pactó con su criada el cumplimiento de sus planes. Euclía dormiría con Egeates "como si fuera su cónyuge". Ella, Maximila, la colmaría de toda clase de favores. Ambas guardarían el secreto con discreción. Por fortuna para la realización del extraño proyecto, el procónsul y su esposa dormían en habitaciones diferentes. Por esa razón, podía durar el engaño ya que todo se llevaba a cabo con las lámparas apagadas.

Ocho meses duraba ya aquella insólita situación que para Maximila fueron de "descanso y regocijo en el Señor". Es decir, que mientras ella dejaba a su marido en situación de adulterio material y a su criada en unas relaciones que ella misma calificaba de inmundas, Maximila gozaba de "descanso y regocijo en el Señor" (HchAnd 17). Realmente el espíritu cristiano no había penetrado demasiado en el autor del Apócrifo. Mientras la esclava realizaba labores de suplencia en aspectos altamente delicados, la vida de castidad proporcionaba a su señora positivo "consuelo". Sorprende, sin embargo, que ni Andrés ni Maximila mostraran el más mínimo sentimiento de culpabilidad ante los hechos. Y si se prolongó durante ocho meses, hubiera podido continuar indefinidamente -siempre según el relato del Apócrifo- si Euclía no hubiera sido traicionada por su desmedida ambición. Primero exigió la libertad, que su señora le concedió inmediatamente. A los pocos días, solicitó y recibió gran cantidad de dinero, que Maximila le otorgó sin demora. Luego, le pidió joyas, que Maximila le entregó sin la más ligera protesta. Más adelante Euclía recibió "vestidos, joyas y diademas". La situación de Maximila era tan desairada y peligrosa que la insensata Euclía creyó poder practicar el chantaje con absoluta impunidad. La prodigalidad de su señora le daba pie para su creciente atrevimiento. Maximila pensaba que sus generosos regalos garantizaban la discreción y el silencio de la joven. Pero se equivocó gravemente, como se equivocó también Euclía pretendiendo lucirse ante sus consiervos. No cayó en la cuenta de que la envidia es la peor consejera. Y su presunto ascenso fulgurante en la escala social despertó los más bajos sentimientos entre sus compañeros de servicio.

Ruptura del pacto y venganza de Egeates

El caso es que Euclía rompió el pacto de silencio y contó lo que estaba sucediendo en el triángulo Maximila, ella y Egeates. Y puesta ya en el resbaladero, siguió cayendo cada vez más bajo hasta labrar su ruina completa. A la quiebra del pacto añadió dos detalles para avalar la verdad de sus relatos. Primero mostró a sus colegas los regalos recibidos. Luego, no contenta con ello, tomó a dos de sus consiervos y los colocó junto a la cabecera del lecho del engaño "para que se convencieran de que se acostaba realmente" con el procónsul "como si ella fuera Maximila" (HchAnd 18).

Si Euclía no fue discreta, menos lo fueron sus compañeros. Se dirigieron con simulación e hipocresía a Maximila, de la que recibieron un regalo de mil denarios. Con ellos, como cuerpo del delito, se encaminaron a Egeates a quien informaron puntualmente de todo lo que estaba sucediendo. La misma Euclía, sometida a tormento, "confesó todo lo que había recibido de su señora a cambio de su silencio". El procónsul, burlado y puesto en ridículo, se tomó de sus criados una venganza terrible y cruel. A Euclía, mandó cortarle la lengua y amputarle los pies y las manos. Abandonada a su suerte sin cuidados ni alimentos, "fue presa de los perros". A los tres esclavos "que le habían revelado lo sucedido, los mandó crucificar". La impotencia y el desencanto desencadenaron una cadena de crueles venganzas. El ridículo ante sus criados había sido completo, lo mismo que ante su esposa. Así ejercía el procónsul su autoridad, basada más en su cargo que en su capacidad de gobierno (HchAnd 22). Como el teniente coronel del poema de García Lorca. La cuerda se rompía por su parte más delgada.

Así pretendió silenciar unos acontecimientos de los que tan mal parados salían tanto él como su esposa. No obstante, a pesar de su desolación, su furia y su tristeza, Egeates seguía enamorado de Maximila. Fue precisamente el cariño que por ella sentía el que provocó su furiosa reacción, su crueldad y su venganza. Frente a Maximila, en cambio, ni una pregunta sobre lo sucedido, ni un reproche. Solamente una actitud, perplejidad. Una vez más, como en muchos casos históricos o novelescos, eran los más débiles los que pagaban los errores de los poderosos.

R. SÖDER, Die Apokryphen Apostelgeschichten und die romanhafte Literatur der Antike, Stuttgart, 1932.

Saludos cordiales. Gonzlao del Cerro
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