Las mujeres en los Hechos Apócrifos de Juan. Cleopatra



Escribe Gonzalo del Cerro

Sería lógico pensar que los Hechos de Juan, el apóstol virgen, el que llegó a sentir como algo odioso el hecho solo de mirar a una mujer (HchJn 113, 2), poco podría ofrecer sobre el tema que perseguimos. Sin embargo, estos Hechos no son una excepción en este sentido. Las mujeres están presentes como engarce de su estructura y razón de las predicaciones del Apóstol. En los mismos umbrales de la obra vemos a Juan, obligado por una visión a abandonar Mileto para dirigirse a Éfeso. La causa, una mujer necesitada de ayuda. Cleopatra, esposa del prefecto de la ciudad, yacía en el lecho paralítica. Su marido Licomedes era la viva imagen de la desolación. Más adelante hace Juan una exhibición de sus poderes curando a las ancianas de Éfeso, reunidas en el teatro de la ciudad. Un hombre poderoso, de nombre Andrónico, le lanzó el reto de realizar la curación sin trampas ni engaños. Era el esposo de Drusiana, la que después será personaje importante en la marcha y el desenlace de los sucesos. Hay otra mujer anónima que da origen a la locura del joven, enamorado de ella y asesino de su padre que pretendía apartarle de unos amores prohibidos. La misma oración final de Juan es una manera de introducir "el eterno femenino" aunque sólo sea para ponderar las virtudes de la vida de castidad.

Vamos a acercarnos a los contextos concretos para intentar conocer sus personalidades y actitudes dentro del marco estructural de este Apócrifo.

CLEOPATRA

Su pequeña historia se encuentra en los inicios mismos de este Apócrifo, en los capítulos 19-25. Es la esposa de Licomedes, prefecto o estratego y hombre rico y poderoso en la próspera ciudad de Éfeso. Lleva siete días postrada en el lecho y paralítica. La enfermedad era, al parecer, incurable. Juan había recibido en visión la orden de acudir en su ayuda. El esposo de la enferma Licomedes había recibido también del cielo un mensaje paralelo. Habla, en efecto, de una aparición que le ha anunciado la llegada de Juan quien venía precisamente para curar a su esposa (HchJn 19, 2). En todo el desarrollo de la escena, sencilla en los hechos, pero prolija en las palabras, Cleopatra es el centro de la atención. Ante todo, porque era ella la que había motivado la venida de Juan, pero también porque, una vez curada, fue diputada por el Apóstol para sanar - o más bien resucitar - a su marido que había sufrido un grave desvanecimiento.

Cleopatra, mujer privilegiada

Entre otros aspectos destacables en la personalidad de Cleopatra, uno es el de mujer afortunada. Llevaba siete días enferma de parálisis cuando se pusieron en movimiento las fuerzas del cielo y de la tierra para devolverle la salud. El apóstol Juan había recibido un mensaje un tanto misterioso. En Éfeso le aguardaban tareas de las que se seguiría gloria para Dios y confirmación en la fe para los discípulos. Era el sentido nuclear de los milagros en la mentalidad hebrea. El marido de Cleopatra había sido también avisado por el cielo y se había puesto manos a la obra. Se trataba, además, de un caso de urgencia. Licomedes refiere a Juan cómo la visión le ha manifestado un interés particular por Cleopatra, en palabras del ser sobrenatural que se le había aparecido: "Licomedes, deja ese mal pensamiento que te atormenta: no te sometas a su poder. Yo mismo, compadecido de mi sierva Cleopatra, he mandado a buscar de Mileto a un hombre, cuyo nombre es Juan, quien la hará levantarse y te la devolverá salva" (HchJn 19, 2). La aparición salía al paso de la tentación de suicidio que había sufrido Licomedes.

Cleopatra recibía de su marido un amor rayano en la locura y el arrebato. En efecto, Licomedes, después de alabar la juventud y hermosura de su esposa, que provocaba en los efesios admiración y envidia, había manifestado su determinación de quitarse la vida, como expresión del grado supremo de desesperación en que se encontraba. Después de una existencia realmente afortunada, siete días de enfermedad habían causado un auténtico cataclismo familiar. El autor habla de "dos cadáveres", y los vecinos pensaban que Licomedes había muerto. En el texto se aprecian algunas contradicciones. Por una parte, parece que Licomedes ha sufrido un desmayo, pero luego se afirma abiertamente que ha muerto. Cleopatra será la que realice el rito de devolver la vida a su marido (HchJn 21-24).

Pero tras invocaciones y plegarias un tanto prolijas, Juan cura milagrosamente a Cleopatra. "Levántate", le dice con intención de que su acción sirva para confirmar la fe y la esperanza de muchos. Entretanto, Licomedes yacía sin sentido en otra habitación. Cleopatra preguntó por él. Juan la condujo a los pies de Licomedes y le brindó la ocasión y el privilegio de "resucitar" a su marido. Como en la resurrección de Lázaro, se alude aquí a la turba que estaba alrededor (Jn 11, 42; HchJn 24, 3). Y con el rito mismo que a ella la había curado, Cleopatra llamó del silencio a Licomedes: "Levántate y glorifica el nombre de Dios".

Entre otros aspectos de su "fortuna" no era el menos importante el que fuera una mujer perteneciente a las clases nobles de la sociedad. Licomedes, su marido, era "prefecto de la ciudad y un hombre muy rico" (HchJn 19, 1). El término griego del texto es strategós, que K. Schäferdiek traduce por "pretor" en su aportación a la obra de Hennecke-Schneemelcher, Neutestamentliche Apokryphen, II 172; A. F. J. Klijn en sus Apócrifos del Nuevo Testamento prefiere la obvia versión de "general"; para M. Erbetta en Apocrifi del Nuevo Testamento II, p. 40, se trata del Prefecto de la ciudad. En consecuencia, hablamos de una mujer situada en el vértice de la pirámide de la sociedad. Reunía, pues, Cleopatra en su persona los elementos que hacen a una mujer realmente afortunada: juventud, hermosura y riqueza. Además, como hemos dicho, gozaba de los favores del cielo, que dirigía los pasos del Apóstol hasta los pies del lecho donde yacía enferma. Contra lo afirmado por Pablo en su primera carta a los corintios (1, 26-27), los Hechos Apócrifos dan testimonio de la adhesión a la doctrina cristiana y a su moral de mujeres de alta categoría social.

No dudamos, pues, de calificar de afortunada a una mujer de la que se preocupan los cielos, los ciudadanos de Éfeso y los íntimos de su casa. Si estas prevenciones y atenciones eran el premio de su virtud no se dice en el relato. Aunque es de suponer que lo que pretende el narrador es subrayar la fortuna que tienen los virtuosos que aman a Dios. Las reflexiones que más adelante hará Licomedes en el contexto de sus quejas parecen indicar que su conducta era lo suficientemente honrada para merecer otro trato de parte de la Providencia.

Cleopatra, joven, hermosa y amada

Son otros matices que colaboran a la felicidad de Cleopatra. La pobre paralítica era una mujer joven, casada con Licomedes que también era "todavía joven". A la juventud se añadía la hermosura de la enferma. Como consecuencia de ambos aspectos, levantaba Cleopatra la admiración de sus conciudadanos y la pasión incondicional de su marido. Son notas comunes a otras mujeres que desempeñan un papel de cierto protagonismo en los Hechos Apócrifos. Suelen ser hermosas y pertenecen a las clases nobles.

Es un recurso muy socorrido en la novelistica griega: Mujeres jóvenes, hermosas, amadas, se ven arrastradas por la fatalidad a situaciones desesperadas. Otro detalle despierta en el lector el sentimiento de compasión. Son personas inocentes, generosas, desprendidas. A pesar de todo, el mal se ceba en ellas. Lo subraya patéticamente Licomedes al estilo del bíblico Job. ¿De qué le ha valido su honradez? ¿Es éste el premio reservado para los justos? ¿Es ésa la forma que tiene Dios de premiar a los que se esfuerzan por practicar la virtud? A una vida de buenas obras había seguido un estado de enfermedad y desvalimiento.
Al parecer, siempre según el relato del Apócrifo, Licomedes era en sus quejas cualquier cosa menos discreto. Y Cleopatra, que estaba paralítica, pero no sorda ni ciega, pudo tener pruebas visibles -y sonoras- de lo mucho que ella y su salud significaban para su marido. Cuando, una vez curada, contempló muerto a su esposo Licomedes, sintió la misma desolación que, al verla paralítica, había experimentado su marido, incluida la tentación de suicidio. Era natural que, ante tanta bendición, los dos esposos coincidieran en una plegaria unívoca dirigida a Juan: "Quédate con nosotros" (HchJn 25, 1).

La mujer generosa y discreta

La relación del narrador nada nos dice de sus quejas por su desgracia. Los lamentos, las impaciencias, las quejas corren por cuenta del marido. Ella calla. Entre las pocas palabras que el Apócrifo pone en su boca están las que pronuncia en el momento de su curación: "Me levanto, Señor, salva a tu sierva". Cleopatra, según el Apócrifo, lo dijo a gritos. Juan la ordenaba levantarse para que los testigos confirmaran su fe y abrieran las puertas a una mayor esperanza (HchJn 23, 1). Inmediatamente se interesa por la suerte de su marido. Y todo con gestos, miradas y dolor contenido. La narración la presenta deshecha en lágrimas más que en palabras (HchJn 24). Juan es el que lo expresa de manera clara: "Aunque en silencio, (Cleopatra) grita en su espíritu". Luego, los esposos solicitan del Apóstol el favor de que permanezca algún tiempo en Éfeso por ellos y por los demás discípulos. El motivo, porque todavía no está maduro el fruto de su conversión. Juan se convenció con sus razones y permaneció algún tiempo en Éfeso "con los hermanos". La última mención que se hace de Cleopatra es en el contexto de la curación de las ancianas en el teatro de Éfeso. Juan encarga al diácono Vero del servicio. Este Vero es el diácono que aparece en los Hechos de Juan de Prócoro (61) y al que Juan encargó de las tareas de preparar su sepultura (HchJn 110).

En los preparativos necesarios para el milagro, colaboran con Vero Cleopatra y Licomedes, citados por este orden en el texto del Apócrifo. En una acción pastoral y filantrópica, en la que el sujeto lo constituyen las mujeres ancianas, suponemos que la presencia de Cleopatra debió de resultar particularmente útil y eficaz. Casada con un "hombre rico" y agradecida por el beneficio de su curación milagrosa, Cleopatra trabajaba con su marido para hacer participar a otros necesitados de los favores recibidos.

Resulta sorprendente el hecho de que el Apócrifo no diga nada sobre la vida matrimonial de Cleopatra con Licomedes. Y no deja de ser una excepción dentro de los usos corrientes de estas obras. Sin embargo, hay una frase sospechosa en el contexto del retrato de Juan, que Licomedes había mandado pintar. Descubierta la maniobra de Licomedes, Juan teoriza a base de metáforas diciendo al piadoso discípulo que él sí que debe ser un pintor, ya que dispone de las herramientas necesarias para ejercer el oficio. Enumera primero catorce virtudes, entre las que ya aparece la castidad (hagneia). Pero luego las aclara mediante once participios. El último de ellos es "cortando tus partes hipogástricas", que los especialistas han relacionado con el tema de la enkráteia. El gesto debía entenderse obviamente en sentido metafórico. Sin embargo, hubo casos como el de Orígenes en que se tomó la recomendación evangélica de forma estrictamente literal: Porque "hay eunucos quqe se hacen tales por el reino de los cielos" (Mt 19, 12).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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