La cábala (III). Literatura del "carro" y de los "palacios"



Seguimos hoy con nuestra introducción a la Cábala judía.

Lo que hemos visto en los posts anteriores nos indica que el hecho de que en los siglos II–III d.C. se estuviera consolidando el crecimiento de la mística centrada en la merkabah/carro o trono celeste y las “obras de la creación” entre los rabinos puede decirse que es algo casi natural pues iba con la época: se corresponde con la atmósfera gnóstica que en esos momentos se vivía en la Iglesia cristiana. Es en esos tiempos cuando se establece definitivamente el uso de Kabod (gloria) como nombre de Dios en cuanto es objeto de contemplación mística teosófica. El contacto entre el misticismo y teosofía judías con la gnosis está bien atestiguado por una noticia del Talmud, tratado Hagigah 14b sobre ciertos rabinos que en éxtasis “entraron en el paraíso”:

Uno miró y quedó muerto; otro miró y su mente quedó herida. Otro, Eliseo ben Abuyah, fue llamado el “otro” porque al ver los misterios gritó “Otro” (es decir, hay un Dios altísimo y un Demiurgo, o segundo Dios). Este maestro abandonó el rabinismo y ‘cortó los tallos’ (= dejó el judaísmo y se hizo gnóstico). Sólo Rabí Aquiba entró en paz y salió en paz”.


Un poco antes, el mismo tratado (13b) afirma que había doctrinas secretas básicas que los rabinos comunicaban o debían comunicar sólo en un susurro.

Veamos ahora algunos textos de la literatura sobre el trono/carro (merkabah), los palacios (hekhalot) y los secretos de la creación (ma’aseh bereshit) que son anteriores en siglos a la aparición de textos estrictamente cabalísticos, pero que forman su base ideológica. Una buena muestra, accesible en español, es el Sefer hekhalot, o Libro de los palacios, más conocido por Libro hebreo de Henoc o también como III Henoc, que debió componerse por esta época. Aunque su redacción última es tardía (entre los siglos IV y VI d.C.), la investigación es unánime en reconocer que recoge tradiciones más antiguas, relacionadas con el ciclo palestino sobre las visiones del patriarca Henoc y sus viajes celestes que se había formado mucho antes. En líneas generales la literatura hebrea de los ‘palacios’ son descripciones de los ámbitos celestiales a través de los cuales asciende el visionario hasta llegar al séptimo palacio, donde se estima que va a lograr la visión del trono o de la gloria divina.

Una breve síntesis del Henoc hebreo servirá de ilustración del contenido de esta literatura mística y esotérica sobre los “palacios” y el "carro"-trono divino: el patriarca Henoc es ascendido al cielo y Dios lo convierte en un ángel, al que denomina “Metatrón”, es decir, “el que está junto al trono de Dios” (¡obsérvese que el nombre es griego!). Allí ejerce la función de escriba celestial “escribiendo sentencia y juicio eternos y toda la maldad de los hijos de los hombres” como ya había dicho el libro de los Jubileos (4,23), del s. II a.C. Luego sigue una sección que describe someramente los ángeles y sus categorías.

Posteriormente tras unos parágrafos dedicados al juicio divino viene la descripción del mundo de la merkabah y de los aspectos casi físicos de las regiones celestiales, los palacios de Dios. A continuación se describe cómo Metatrón muestra a Rabí Yismael diversas maravillas celestes, en concreto las letras místicas o cósmicas, que son creadas por Dios en primer lugar y cuyo desarrollo es el que a su vez crea el universo; la cortina (pargod) del trono celeste, que separa al Dios trascendente de todo lo demás y cómo en ella están bordados todos los acontecimientos del mundo y de los hombres.

Posteriormente Metatrón muestra también al rabino cómo están constituidos las constelaciones y los planetas, el destino de las almas, cuáles son los nombres divinos y finalmente la transmisión de los secretos celestes a Moisés y la cadena de la tradición de esos secretos.

El Libro hebreo de Henoc comienza con una cita de Génesis 5,24: “Henoc caminó en compañía de Dios y después desapareció, porque Dios se lo llevó” y sin más preámbulos afirma que Rabí Yismael asciende al cielo para contemplar la visión del carro divino y describe cómo Metatrón se hace cargo de él:

Dijo R. Yismael: Cuando ascendí a lo alto para contemplar la visión de la Merkabah, fui introducido en los seis palacios que están dentro el uno del otro; tan pronto como alcancé la puerta del séptimo palacio comencé a orar ante el Santo… Inmediatamente Metatrón me dijo: “Entra en paz ante el rey altísimo para contemplar la imagen de la merkabah”. Entonces penetré en el séptimo cielo.

En cuanto me divisaron los príncipes de la merkabah y los serafines llameantes fijaron su mirada en mí. A causa del aspecto fulgurante de sus ojos y de la esplendorosa imagen de sus rostros fui presa de temblores y estremecimientos, perdí el equilibrio y quedé aletargado hasta que el Santo, bendito sea, los amonestó…

Pasada una hora, el Santo, bendito sea, abrió para mí las puertas de la Shekinah (“de la Presencia” divina), las puertas de la paz, las de la sabiduría, las de la fuerza, las del poder, las del lenguaje (dibbur), las de la poesía, las de la santidad (qedushá) y las del cántico. Iluminó mis ojos y mi corazón con expresiones salmódicas, loa, júbilo, acción de gracias, cántico y glorificación, himno y proclamación del poder de Dios. Cuando abrí la boca y entoné un canto de alabanza amnte el Santo, bendito sea, respondieron a continuación los seres santos (hayyot) que están por debajo y por encima del trono de la gloria diciendo: “Santo, santo, santo, bendita sea la gloria de Yahvé desde su lugar” (1,1-12).Traducción de Ángeles Navarro, en Apócrifos del Antiguo Testmento (Cristiandad, Madrid), vol IV, pp. 220 y ss.


En otro libro que trata de los hekhalot, el Masseket [Tratado] Hekhalot -obra más bien tardía,posterior a la época talmúdica (después del siglo VII)- se dice que la divinidad es tan trascendente que, aunque el visionario haya alcanzado el “trono de gloria”, Dios está novecientos cincuenta y cinco cielos más allá del séptimo cielo.

En esta literatura aparece otro ángel, que tiene una función parecida a la de Metatrón, un ángel “que tiene el nombre de Yahvé”. Su nombre es Yaoel (“Yahvé es Dios”). Este espíritu desempeña un papel importante en las revelaciones del libro llamado Apocalipsis de Abrahán (este texto aparecerá en el volumen VI de la colección Apócrifos del Antiguo Testamento, esperemos a a lo largo del 2008) y en los textos Nag Hammadi -por tanto obras del siglo III o antes-, en concreto en Zostriano y El Evangelio de los Egipcios, con el nombre de Youel, con la función de auxiliador y revelador para la salvación de los “espirituales” o gnósticos.

En el tratado Zostriano este espíritu, junto con otros ángeles, ayuda al alma perpleja de Zostriano, el visionario a abandonar la tierra y emprender una ascensión a través de las regiones celestes, donde recibe revelaciones parecidas a las de Rabí Yismael.

En esta literatura los ángeles reciben nombres que son ciertamente teóforos, es decir, nombres que explican una función divina, que quizás correspondan a ‘partes’ de la divinidad tal como la conciben estos visionarios. Así, por ejemplo, Zoharariel (“antorcha”, “brillo” o gloria de Dios [designado como león]), o Azbogah (el “óctuplo”), que refleja el concepto gnóstico de la Ogóada o región después de la Hebdómada (el círculo de los siete planetas). En la Ogdóada es donde reside la Sabiduría inferior y el Demiurgo, y es también el lugar de reposo –de descanso eterno tras la muerte- de los “psíquicos”, los humanos que no han llegado al grado pleno de gnósticos. (Son éstos conceptos que quedaron explicados en la Introducción al Evangelio de Judas en posts anteriores).

Existe otra obra Hekhalot Rabbati (“Grandes palacios” o Pirqé Hekhalot, “Capítulos de los palacios”, que en su forma actual es ya de plena Edad Media y que tuvo gran éxito) en la que se describen el acceso y paso del visionario a través de los seis palacios primeros. Aquí se añaden todos los detalles técnicos y medios mágicos para que el místico pueda pasar por ellos; se explican cómo son los sellos que guardan las puertas celestes y que se abren si se conocen los nombres de Dios, que en realidad son los sellos mismos.

Pero como éste es un texto bastante tardío, sigamos ilustrando el tema con pasajes del mencionado Libro hebreo de Henoc, que presenta material muy anterior. En el primer pasaje Dios viste a Metatrón (el patriarca Henoc) con un vestido de gloria, le pone una corona real y le denomina “Yahvé menor”, lo que quiere decir que el ser humano se funde de tal modo con la divinidad que llega a ser casi como ella:

Dijo R. Yismael: Me dijo Metatrón, el príncipe de la presencia: “El Santo me amó con un amor mayor que a todos los seres celestiales, hizo para mí un vestido de gloria en el que toda clase de luminarias estaban fijas y me vistió con él. Hizo para mí un manto de honor… Hizo para mí una corona real, en las que estaban fijas cuarenta y nueve piedras (7 x 7) de aspecto comparable a la luz del globo del sol y cuyo fulgor recorría los cuatro confines del firmamento de Arabot, los siete cielos y los cuatro confines del mundo, y la ciñó sobre mi cabeza. Él me llamó ‘Yahvé menor’ ante toda su corte celestial”.


Un poco más adelante afirma:

Dijo R. Yismael: “Me dijo Metatrón, el príncipe de la presencia: ‘Porque el Santo me amó y me quiso con amor y merced mayores que a todos los seres celestiales, escribió con su propio dedo y con una pluma ígnea sobre la corona que estaba en mi cabeza las letras por las que fueron creados cielo y tierra, las letras con la que fueron creados mares y ríos…, las letras con las que fueron creados planetas y estrellas…; cada letra hacía brotar una y otra vez algo parecido a relámpagos y otra vez algo parecido a antorchas, una y otra vez algo parecido a llamas de fuego, y otra vez algo parecido a la salida del sol, la luna y los astros’”.


Las letras son la ideas eternas, que son prototipo de todo lo terreno = esto doctrina platónica pura. La corona de Metatrón se corresponde con la divina donde también están grabadas esas letras. En las sentencias del Rabí Aquiba se lee que “Éstas son las 22 letras con las que toda la Torá fue dada a las tribus de Israel, y están grabadas con cálamo de fuego sobre la corona del Santo… y cuando el Santo deseó crear el mundo inmediatamente descendieron todas ellas y permanecieron en pie delante de él”.

En síntesis: los temas principales de la literatura de los hekhalot/merkabah son los siguientes: ascensiones celestiales, revelaciones de secretos cosmológicos, descripción de qué ángeles revelan secretos celestiales y diversos métodos sobre cómo estudiar y memorizar la Torá y prácticas por medio de las cuales se logran las experiencias místicas o revelaciones deseadas: por ejemplo ejercicios ascéticos, himnos de carácter extático, y cómo han de pronunciarse las oraciones. Todo ello es rico material místico y esotérico que desembocará en la cábala más tarde.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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