Jesús en el Talmud (IX) ¿Jesús mago (III)?


Hoy nos toca presentar la otra cara de la moneda: estudiosos que se oponen a considerar mago a Jesús o que esta sea una definición pertinente del personaje. Voy a centrarme, para ser breve, en el pensamiento de dos autores, uno protestante y otro católico. Empezamos por el protestante.

Señalan con justeza otros investigadores, contrarios a las tesis de Hull y Smith, como, por ejemplo, H. K. Kee, autor del libro Medicina, milagro y magia en tiempos del Nuevo Testamento, publicado en España por la editorial El Almendro, 1992, que la intención de la magia es siempre coercitiva respecto a la divinidad o los elementos sobrenaturales. Se trata de obligar de algún modo a lo supranatural para que se cumplan las exigencias del peticionario, bien para su propio beneficio, bien para daño o destrucción de sus enemigos. Pero que en Jesús es otra cosa.

En los evangelios reina otra perspectiva, según Kee: hay, a veces, una referencia explícita a que el taumaturgo, Jesús, obra por expresa delegación de la divinidad. Ejemplo obvio es la respuesta del Nazareno a los que le acusan de realizar exorcismos en nombre de Beelzebul: "
Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios (es decir, por orden suya), es que ha llegado a vosotros el reino de Dios
" (Lc 11,20). O la afirmación del Nazareno, después de realizar otro exorcismo, esta vez relatado por Marcos en el episodio del endemoniado de Gerasa: 5,1-20: "El Señor ha realizado esto para vosotros”.

No se trata, por tanto, de la manifestación de un poder coercitivo sobre la divinidad, sino de una actuación del ser humano como representante de ésta. En cada uno de los eventos milagrosos que antes indicábamos como mágicos los evangelistas señalan que no se trata de una relación aleatoria o exhibición de poderes mágicos, sino de un programa conjunto de salvación para Israel, que Jesús afirma estar cumpliendo en nombre de Dios. Jesús no actúa en beneficio personal, o para causar daño a otros, sino para proclamar la salvación futura que trae Dios.

Por tanto, argumenta Kee, un cuidadoso análisis de los testimonios antiguos, tanto de los documentos mágicos como bíblicos, pone de manifiesto diferencias básicas en la interpretación del mundo que afectan sin duda a la hora de enjuiciar los actos aparentemente mágicos. Afirma H. C. Kee:

"Es esencial para una investigación histórica responsable reconocer que ha de tenerse totalmente en cuenta en la empresa inter¬pretativa del historiador la cosmovisión subyacente y englobante del escritor sagrado. Sólo de este modo se pueden entender las extraordinarias manifestaciones de poder; sólo de este modo se puede diferenciar el milagro de la magia".


En un capítulo “¿Hay magia en el Nuevo Testamento?, del libro colectivo, editado por mí, En la frontera de lo imposible. Magos, médicos y taumaturgos en el Mediterráneo antiguo en tiempos del Nuevo Testamento, El Almendro, Córdoba, 2001, pp. 217-236, Kee abunda en las mismas ideas:

Lo que se deduce de estos textos contemporáneos del Nuevo Testamento y de los primeros escritos patrísticos es una tríada de distinciones acerca de los poderes sobre el bienestar humano inherentes al universo. Los individuos entregados a la medicina o a la magia comparten las mismas convicciones sobre el orden natural y los poderes existentes en ese orden. Si se explota esas potencias para beneficio de los seres humanos, lo que se practica es llamado medicina. Si, por el contrario, esos poderes innatos son explotados para beneficio personal o para la destrucción de los propios enemigos, el título apropiado para esa actividad es magia. En una cosmovisión del mundo explícitamente teísta los poderes visibles en el universo y su ordenación no se consideran como inherentes y propios del mundo, sino como una actividad directa de los dioses, de quienes se creía que unas veces actuaban por propia iniciativa y otras en respuesta directa a las peticiones a ellos dirigidas por los devotos. En ambos casos los resultados se consideraban milagros. Estas distinciones deben ser estimadas como modelos de la percepción humana, más bien que como categorías claramente distintas. En ciertas fuentes muy antiguas predomina un modelo, pero son perceptibles también características de los otros (p. 225).


Luego admite que existen narraciones en los evangelios en las que se describen acciones que violan o ejercen un control sobre el orden natural, y que, por lo tanto, parecen aproximarse más claramente a las técnicas mágicas, como son la pesca milagrosa(Lc 5,1-11), la tempestad calmada por las palabras de Jesús (Mc 4,35-41); la expulsión de los espíritus impuros del endemoniado de Gerasa hacia la piara de cerdos (Mc 5,1-20); las multiplicaciones de los panes (Mc 6,30-44; 8,1-10) y el hallazgo de la moneda en la boca del pez (Mt 17,24-27) pero que

“Una mirada cuidadosa a los detalles de estas historias nos muestra que no son una colección aleatoria de relatos de poderes mágicos, sino que cada una tiene su lugar en el programa conjunto que Jesús afirma estar cumpliendo en el nombre de Dios” (p. 226).


Como ejemplo de esta actitud pone Kee el caso de un exorcismo de demonios por parte de Jesús que analiza así:

“La vívida historia que pinta a Jesús expulsando a los demonios que se introducen en una piara de cerdos que luego se ahoga en el Mar de Galilea (Mc 5,1-20; Mt 8,28-34; Lc 8,26-39) no es meramente un acto espectacular por parte de Jesús. Por el contrario, en el curso del relato se suscitan dos importantes problemas que separan la narración de las típicas historias mágicas y que involucran al lector en cuestiones más profundas. La primera de ellas une esta historia con temas de pureza ritual: el hombre vive en una tumba y, por tanto, es impuro ritualmente; el espíritu que lo posee es también "impuro" (Mc 5,2.8.13); los demonios son expulsados al interior de animales impuros, como los cerdos. Similarmente el acto de Jesús de curar por medio del tacto (Mc 1,31; 1,40-41; 3,5. 10; 5,23. 28. 41; 9,27; Lc 13,13; Mt 20,34), o utilizando su propia saliva (Mc 8,23-26; Jn 9,1-7) no son asuntos de técnica mágica, sino indicaciones de que el poder sanador y transformador de Dios actúa de un modo que transciende la pureza ritual. El segundo factor que no encaja en un contexto mágico es la aclamación por los demonios de Jesús como "Hijo del Altísimo" (5,7), seguida por la afirmación del Nazareno de que lo que ha ocurrido al realizar este exorcismo es de hecho la gran cosa que "el Señor ha realizado para vosotros" (5,19)” (p. 228).


Por último Kee compara el Sépher ha Razim judío, El libro de los misterios, que es un libro plenamente mágico con el Nuevo Testamento y llega a la siguiente conclusión final:

A lo largo de este documento mágico judío aparece como esencial una combinación de fórmulas y técnica para coaccionar a los ángeles y otras potencias celestiales a colaborar en los proyectos y objetivos de cada uno, en la protección personal y en el provecho privado. Ésta es la esencia de la magia tal como la hemos visto también en los papiros mágicos. Estos puntos de vistas y estas estrategias no se hallan presentes en los escritos del Nuevo Testamento, aunque en ellos existan ciertos detalles análogos en los relatos respectivos de curación y otros modos de intervención divina. Más bien, en el material neotestamentario se percibe todo lo que ocurre como factores coadyuvantes en la realización del plan redentor divino para su pueblo y para la renovación de la creación. Un cuidadoso análisis de los testimonios tanto de los documentos mágicos como bíblicos pone de manifiesto las diferencias básicas en la interpretación del mundo. Las semejanzas superficiales muestran también cómo ha sido posible para los detractores del cristianismo, antiguos y modernos, asignar a la magia las acciones divinas que se describen en las Escrituras. Es esencial para una investigación histórica responsable reconocer que ha de tenerse totalmente en cuenta en la empresa interpretativa del historiador la cosmovisión subyacente y englobante del escritor sagrado. Sólo de este modo se pueden entender las extraordinarias manifestaciones de poder; sólo de este modo se puede diferenciar el milagro de la magia” (p. 235).


Seguiremos con la opinión de J. P. Meier, con lo que esperamos concluir esta serie.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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