Un libro para la reflexión: Vivir en la realidad de Gonzalo Puente Ojea


Deseo presentar hoy a los lectores el último libro de Puente Ojea:

Vivir en la realidad. Sobre mitos, dogmas e ideologías. Siglo XXI editores, Madrid, 2007, 436 páginas. ISBN: 978-84-323-1307-3.


El libro está dividido en tres partes, con temas en apariencia diversos pero unidos por la categoría de “mito”: el religioso, el cristiano y el político. El autor da por supuesta naturalmente la existencia de una faceta del ser humano que asume con gusto una función mitopoiética, es decir, la generación de mitos, que una vez nacidos y consolidados le ayudan en apariencia a comprenderse mejor a sí mismo y al universo que le rodea. Mi idea general de este denso libro es muy positiva: el estudio de Gonzalo Puente es un buen instrumento para comprender, por un lado, la necesidad de desembarazarse de los mitos para recuperar la dignidad intelectual y personal como ser humano y, por otro, la dificultad que supone esta empresa, una vez que se cae en la cuenta cómo en el entorno hay instituciones sociales, políticas y religiosas interesadas en extremo en mantener la vigencia de los mitos, puesto que de ella obtienen un excelente modus vivendi.

La “Reflexión preliminar” con la que comienza el libro es una auténtica e iluminadora introducción a la globalidad de las ideas que se exponen en las tres partes del volumen. No es exactamente una síntesis del pensamiento subsiguiente, de modo que el lector pueda ahorrarse con comodidad alguna parte de la lectura ulterior, sino más bien la explicación de la atmósfera intelectual que enmarca las reflexiones que siguen. G. Puente caracteriza así su obra:

"Éste es un ensayo de reflexión y de información, en el que esta última ocupa la parte predominante, con el fin de que la reflexión se ejercite sobre el estudio de la realidad a la luz de los resultados alcanzados por las ciencias propiamente dichas” (p. 11).


En la primera parte, el mito religioso, el autor se pregunta “el qué, el cómo y el porqué de la religión”. Cedo la palabra al autor que sintetiza así el argumento y las reflexiones de esta sección, la más amplia del libro:

Mi disertación versará sobre dos interrogantes. La primera podría formularse así: ¿tienen la religiosidad y por consiguiente la religión referentes realmente existentes? Y más en concreto, ¿es su referente básico –almas o espíritus- algo real, o sólo un producto de la imaginación humana cuando se ignoraba todo lo que la ciencia moderna ha ido desvelando paulatinamente sobre la verdadera estructura ontológica de nuestra especie?
La segunda sería ésta: si ese referente básico –y los derivados de él, como la noción secundaria de Dios- es inexistente, y lo que realmente existe es, no el alma o espíritu, sino la mente humana en cuanto que una parte del cuerpo funciona como complejísimo procesador de energía situado materialmente en el cerebro, ¿cuál debería ser presumiblemente el futuro de la religión, cualesquiera que sean sus expresiones confesionales, a la vista de la lenta pero inexorable difusión del conocimiento científico de la realidad, en los centros de enseñanza, sin inmorales censuras ideológicas?


Esta primera parte de la obra está, pues, dedicada a demostrar la necesidad de desmitificación del origen de la religión y a argumentar en pro de la inanidad ontológica de la “llamada cuestión de Dios”. G. Puente argumenta al respecto explicando y reflexionando de nuevo –con ulteriores complementos- sobre la verdad esencial de la hipótesis animista del origen de la religión, tal como la expuso E.B. Tylor: el animismo constituyó las condiciones de posibilidad de la religiosidad mediante la invención de las doctrinas de las almas y por implicación y extensión natural la doctrina de los espíritus. El motor de la religiosidad no fue la categoría de dioses o de Dios, sino la categoría de las almas y de los espíritus como entes independientes del cuerpo, dotados de poder, inmortales, a lo que se une el terror al misterio de la muerte y la natural aspiración o deseo de pervivir, el deseo de inmortalidad.

G. Puente completa en esta amplia sección temas tratados en otras obras suyas como Ateísmo y religiosidad (1997), Opus minus (2002), La andadura del saber (2003)y Animismo. El umbral de la religiosidad.

Esta parte concluye con un extenso análisis, muy similar a una exégesis de textos de los libros de Rodolfo R. Llinás, El cerebro y el mito del yo, Bogotá 2002, cuya tesis fundamental es que el problema del conocimiento no es una cuestión filosófica, sino un problema de la neurobiología; la explicación del fenómeno de la conciencia, de Daniel Dennett Contenido y conciencia, Barcelona 1985, y el de Richard Dawkins sobre la evolución de la cultura, El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta, Barcelona 1993.

La segunda sección del libro se centra en el mito cristiano. La argumentación de Puente Ojea es una profundización y ampliación de los grandes temas de la génesis y esencia constitutiva del cristianismo, vistos a través de un análisis serio del Evangelio de Marcos. En él intenta “
llevar a cabo la tarea de perfilar al evolución de la doctrina cristiana desde sus orígenes mismos y sus primeras etapas de desarrollo mediante un análisis objetivo y sin prejuicios teológicos de los textos disponibles y al margen de la fe”. Este sistema permite en su opinión dar sustento a “conclusiones altamente probables” sobre un tema sujeto siempre a discusión, puesto que la “historia como ciencia de la vida humana no posee las suficientes fuentes e instrumentos para recuperar íntegramente el pasado” (p. 283).


Puente Ojea defiende los resultados de una exégesis estrictamente científica, de un método heurístico, es decir, de encontrar la verdad, que descubra lo que hay detrás de la dogmática del cristianismo. Los temas estudiados por el autor –y que interesarán mucho al lector de este blog- se van desvelando en un nuevo análisis del Evangelio de Marcos que confirma, según Puente Ojea, los resultados de sus obras anteriores, El mito de Cristo (2002) e Ideología e historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico de 1974 con múltiples reediciones:2001, más Fe cristiana, Iglesia y poder, de 2001.

Puente sintetiza así sus resultados: Jesucristo no es el Hijo de Dios; el secreto mesiánico es una ficción legendaria de Marcos o de su comunidad,
“no declaró que fuera lícito el pago del tributo al César, no instituyo la Eucaristía, no resucitó de entre los muertos, no habló como se le atribuye en Mc 16, ni ascendió finalmente a los cielos” (p. 297).


Puente Ojea estudia a fondo, además, la relación de Jesús con Juan Bautista, cuál fue en verdad la mesianidad de Jesús, la concepción de éste del reino de Dios, su ética escatológica, la cuestión de “Jesús y la violencia” con su más que posible conexión con el celotismo. El autor llega a conclusiones muy diferentes a la exégesis confesional, pero apoyadas con argumentos sólidos que en todo momento conviene ponderar y no pasar por alto.

El tercer tema, el mito político, se centra plenamente en la historia contemporánea de España, en donde se observa la plasmación real del mito que intenta fundamentar la sumisión por mandato divino del poder civil al poder religioso, presentando como ejemplo elocuente el caso español. A muchos lectores podrá interesar el detallado análisis de Puente Ojea sobre la transición española que llevó a la restauración de la monarquía y su estudio de las relaciones Estado-Iglesia católica.

En su síntesis final resume así el autor la intención y propósito de su libro:

Vivir en la realidad es liberarse de la falsedad en sus diversas manifestaciones metafísicas, religiosas, psicológicas, políticas… Y, para abandonar definitivamente el dominio de lo mítico y regresar al reino de la realidad, es decir, a lo que realmente existe, debemos depurar el lenguaje ordinario suprimiendo el falso dualismo ontológico del saber que representarían supuestamente las “ciencias del espíritu” frente a las “ciencias de la naturaleza”, con el fin de asentar la unidad de la ciencia sobre el estudio riguroso de la naturaleza como totalidad ontológica de lo que existe en su múltiple manifestación fenomenológica; y de paso sustituir lo que aún se conoce por psicología como disciplina académica –tributaria del ilusorio concepto de “alma” (griego psyché)- por el estudio y la investigación científica que propone la fisiopsicología, que trata de determinadas funciones cerebrales que realizan todos los comportamientos del animal humano.


Al concluir esta presentación de la última obra de Puente Ojea no puedo menos de acordarme de la polémica suscitada por la encendida defensa de Fernando Bermejo –a propósito precisamente de una polémica entre defensores y detractores del autor- de la necesidad de concentrarse en los argumentos esgrimidos por en el presente libro y dejar totalmente aparte cualquier apreciación de tipo personal que –como ocurre a menudo- nos suele llevar a conclusiones erróneas y a determinar negativamente la imparcialidad de nuestro análisis. Por mi parte concluiría esta presentación con una palabras que puse al frente del prólogo a la obra colectiva Fuentes del cristianismo. Tradiciones primitivas sobre Jesús, que edité en 1993 en Editorial El Almendro, Córdoba, 1993, p. 14:

No deben entrar en juego posturas personales ni intereses espurios, sino el sincero deseo de llegar en lo posible a los oscuros comienzos de la formación de los evangelios… y del cristianismo… La pluralidad… posibilita la crítica serena a ciertas posturas intelectuales. Es un estribillo común, incluso en el ámbito de las discusiones serias, las frases que exigen un “respeto por las ideas de los demás”. Tal formulación es radicalmente errónea en nuestra opinión.
Las ideas no son sujetos de derecho, que deban respetarse, sino sólo las personas que defienden esas ideas en cuestión. Las ideas no son más que conceptos, instrumentos intelectuales que deben continuamente discutirse, defenderse, refutarse o cambiarse simplemente por otras que se acomoden más aptamente a su objeto. Si a lo largo de la historia se hubieran respetado las ideas de los demás, la humanidad no habría avanzado ni un solo paso. Por ello es necesario tener bien claro: profundo respeto por el portador de las ideas; ninguna veneración por las ideas mismas, que son objeto de debate. Y ésta es la atmósfera presente en la elaboración de este libro…”.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Volver arriba