Hechos Apócrifos de Pedro (II)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La hija del jardinero

De carácter fuertemente encratita es también el fragmento de los Hechos de Pedro, donde se narra la historia de la Hija del Jardinero. Se ha conservado este pasaje en dos citas: 1) En una referencia de san Agustín en su obra Contra Adimantum, 17, 5. El santo Doctor habla allí de la hija de Pedro y de la del jardinero, casos ambos contenidos en los Apócrifos (in Apocryphis). La hija de Pedro quedó paralítica por la oración de su padre. La hija del jardinero murió porque era lo que más le convenía. Ambas sufrieron serios contratiempos en virtud de la oración de Pedro. San Agustín asegura que la hija de Pedro quedó paralítica y que la del jardinero murió.- 2) Pero la historia completa del segundo de estos casos está referida en la Epístola Apócrifa del Pseudo Tito De dispositione sanctimonii, obra surgida en ambientes ascéticos españoles del s. V. El título del Codex Buchardi de Würzburg dice: "Epístola de Tito, discípulo de Pablo, Sobre el estado de castidad". Puede verse la edición de la carta con un estudio sobre su contenido en D. de BRUYNE, "Epistula Titi, discipuli Pauli De dispositione sanctimonii, RevBénéd 37 (1925) pp. 47-72.

Era hija única de un jardinero, el cual pidió a Pedro que rogara por ella. El Apóstol, cumplido el encargo, dijo al padre que el Señor otorgaría a su hija lo más conveniente para su alma. La joven murió inmediatamente. El padre, dice el Pseudo Tito, no supo captar el aviso del cielo ni quiso aceptarlo. En consecuencia, pidió a Pedro que la resucitara. El Apóstol cumplió los deseos del anciano padre. Pocos días después, llegó a su casa un hombre que se hizo pasar por cristiano y que deseaba quedarse a vivir con él y con su hija. Pero sedujo a la joven y desapareció con ella para siempre.

Los casos son paralelos en lo sustantivo, aunque acaban con resultados divergentes. La lección de fondo es clara. A las jóvenes convenía para la salvación de su alma, a una la enfermedad de la parálisis, a otra la muerte. Ambos padres, Pedro y el jardinero, reaccionaron de forma diferente. Pedro conocía por una visión los motivos de la enfermedad de su hija. Y en consonancia con la mentalidad rigorista del Apócrifo, aceptó aquella parálisis. Al jardinero le faltó fe en las palabras de Pedro para aceptar la muerte de su hija como lo más conveniente para ella. Los hechos dieron la razón a Pedro, y el jardinero perdió a su hija con una pérdida peor que la muerte. Las citas no añaden más. El pobre jardinero no volvió a tener una nueva oportunidad.

En cuanto a las jóvenes, son las protagonistas silenciosas de la exhibición de poderes por parte del apóstol Pedro. Su propia hija va y viene, se levanta y se vuelve a postrar ante la palabra taumatúrgica de su padre. La hija del jardinero fue también callada protagonista de unos sucesos que decidieron su destino. Las citas no recogen ni una sola de sus palabras. Pero los resultados finales parecen dar a entender que fue cómplice tanto en la seducción como en la fuga. No eran mujeres importantes desde un punto de vista social, pero se vieron implicadas en el tema de la castidad que el Apóstol predicaba. La hija de Pedro aceptó su suerte y fue, a los ojos del autor del Apócrifo, ejemplo de castidad. La hija del jardinero, de acuerdo con la visión del autor, no aceptó el destino que el cielo le deparaba. Su final fue para el Pseudo Tito una desgracia peor que una temprana muerte.

Cándida, la esposa de Cuarto (AV 1)

Los Actus Uercellenses o, según la terminología de A. Lipsius, los "Hechos de Pedro con Simón", se abren con una noticia sobre Cándida, esposa de Cuarto, funcionario de prisiones. La expresión del texto a praeclusionibus debe interpretarse, a mi parecer, en el sentido de que pertenecía al personal que cuidaba de la prisión en donde se encontraba Pablo. Pero que se trataba de un funcionario cualificado se desprende de la noticia que nos comunica el Apócrifo unas líneas más abajo: "Cuarto permitió a Pablo que saliera de la ciudad para ir a donde quisiera". Era, por lo tanto, una autoridad dentro del escalafón de los empleados a praeclusionibus. Es una fácil tentación pensar en que pudiera ser el soldado encargado de su custodia según Hch 28, 16. El relato de los Hechos canónicos de Lucas parece hablar de una prisión domiciliaria, porque Pablo permanecía en una vivienda alquilada, en la que recibía visitas y predicaba libremente el Evangelio. El Apócrifo añade el detalle de la mayor libertad de movimientos concedida por Cuarto, hasta el punto de que Pablo la aprovechó para realizar su viaje a España.

Pues bien, de este importante funcionario era esposa Cándida, una mujer que reúne las condiciones de muchas de las heroínas de los Hechos: Es de clase privilegiada, oye y acepta el mensaje de Pablo, que ella transmite a su marido Cuarto. En este caso adoctrinó a su marido de forma tan convincente que lo cambió en fiel discípulo de Pablo. "Creyó", dice el texto sin mayores explicaciones lo mismo que poco antes lo afirmaba de Cándida. No se hace mención de la eventual vida de castidad de ambos esposos. Pero podemos suponer que todo acabó en una situación que suele ser la constante en éstos y otros Hechos Apócrifos. Ahora, sin tensiones ni problemas puesto que ambos estaban de acuerdo. Recordemos el caso de Drusiana y Andrónico en los Hechos de Juan después de los problemas iniciales provocados por la actitud de Drusiana.

La conducta de Cándida viene marcada casi telegráficamente por el texto del relato: oye a Pablo, reflexiona sobre sus palabras, cree. A continuación, instruye a su propio marido, que también acaba creyendo en el mensaje de Pablo. Como en otros casos de los Hechos Apócrifos, ella es la primera en acceder a la predicación apostólica. Como era de esperar, se convierte a la doctrina predicada. Su actitud no produce rechazo en su marido, sino que juntamente con él pasa a formar parte del grupo de los fieles. La benevolencia del funcionario de prisiones con su cliente hace pensar en una sintonía doctrinal y moral con el Apóstol. Las reacciones hostiles están todavía muy lejos de las intenciones y de los objetivos del autor.

Sin embargo, el silencio sobre el tema en este caso es una prueba de que la práctica de la castidad no era una exigencia de la predicación de Pablo. Y ello, a pesar de las tendencias de los Hechos Apócrifos hacia las posturas encratitas y su predilección manifiesta por la manera de vida en castidad.

Rufina, la adúltera (AV 2)

Pablo había manifestado a los fieles la voluntad de Dios, expresada en una visión, que le ordenaba dirigirse a España para ser el médico de sus habitantes. Por la carta de Pablo a los romanos sabemos de las intenciones del Apóstol de visitar España (Rom 15, 24. 28). El Apócrifo da a entender que Pablo cumplió su deseo, lo que provocó una ausencia que fue muy sentida por los fieles de Roma. En Tarragona se mantiene la tradición de la visita del apóstol Pablo. Destaca también en la capital religiosa de Cataluña la devoción a santa Tecla, la que fue coprotagonista con Pablo de los Hechos Apócrifos dedicados al "Apóstol de los gentiles". Los fieles, ante la noticia de la marcha de Pablo, se alarman. Pero una voz del cielo los tranquiliza y confirma (AV 1, 2). Acto seguido celebra Pablo la Eucaristía, cuyo pan reparte entre los asistentes. Una mujer, de nombre Rufina, se acercó a recibirlo de manos de Pablo. La mujer acababa de levantarse del lecho de un adúltero. Era demasiado para que Pablo no reaccionara con la energía y virulencia con que lo hizo: "Rufina, no te acercas dignamente al altar de Dios. Te acabas de levantar del lado no de un marido, sino de un adúltero. Y pretendes recibir la Eucaristía de Dios. Has de saber que Satanás, tras haber atribulado tu corazón, te arrojará a tierra ante los ojos de todos los creyentes en el Señor. Así ellos, al verte, creerán y sabrán que han confiado en el Dios vivo, escrutador de los corazones. Mas si te arrepintieras de tu acción, fiel es el que puede borrar tus pecados y librarte de este pecado. Pero si no te arrepientes cuando todavía estás en esta vida, te arrebatarán por siempre el fuego devastador y las tinieblas exteriores".

El mismo Pablo, en el pasaje eucarístico de la primera de sus cartas a los corintios (1 Cor 11, 23-29), había dirigido a sus fieles una seria advertencia para que no osaran comer el pan o beber el cáliz del Señor "indignamente". El que lo haga será reo de condenación (krima). La conducta de Rufina merecía justamente esa condena, pues se acercaba de manera indigna (non tamquam digna) a recibir la Eucaristía. Merece la pena notar la distinción que introduce el mismo Pablo. La mujer venía del lecho no de un marido sino de un adúltero. Con ello se suaviza la noción encratita del Apócrifo, al menos en este pasaje. El Apóstol da a entender que nada tendría que oponer si viniera del lecho legítimo de un marido.

En unos Hechos de claras tendencias encratitas, tiene su importancia la actitud de Pablo frente a Rufina. Debemos observar, no obstante, que el fragmento pertenece a unos capítulos de los AV que, al parecer, no pertenecían a los Hechos originales de Pedro. En estos capítulos se habla de Pablo y de aspectos de su ministerio. Recordamos que los Hechos de Pablo son los más ortodoxos de todos los Hechos Apócrifos. Podían darse casos variados y grados distintos de indignidad, pero ninguno tan grave y reprensible como el adulterio. Pablo se lo echa en cara a aquella mujer y le anuncia un castigo que se cumplirá delante de la comunidad cristiana. Los creyentes comprenderán mejor en quién han creído, y la adúltera recibirá la corrección correspondiente. En efecto, Rufina cayó fulminada por un repentino ataque de hemiplejía que dejó paralizado su lado izquierdo "desde la cabeza hasta las uñas de los pies". La pobre no pudo articular palabra, porque también su lengua quedó impedida.

A pesar de todo, el Apóstol la invita a arrepentirse de sus acciones, porque Dios es fiel y puede borrar sus pecados y liberarla de este delito concreto. Pero si no se arrepiente, la consumirán ya en vida el fuego y las tinieblas exteriores. Podemos suponer que Rufina prestaría atención a las intimaciones de Pablo. Pero el texto no ofrece ninguna noticia nueva sobre la anécdota. Los presentes, atemorizados, prorrumpen en llantos y súplicas que Pablo acalla con un largo parlamento.

De todos modos, el caso, real o legendario, dejó en la memoria de los cristianos el impacto suficiente para que se hiciera eco del suceso la carta del Pseudo Tito. Esa carta, exageradamente encratita, lo presenta como un argumento a fortiori para las vírgenes que piensen en abandonar su vida de castidad. Pues si el apóstol Pablo niega la Eucaristía a una mujer porque acababa de cometer adulterio, algo más grave hubiera hecho con las vírgenes que abandonan una vida consagrada no a un hombre o marido cualquiera sino al mismo Cristo.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba