Libros sagrados de las grandes religiones. Fundamentalismos y libros sagrados (II)


Continúo, como prometí en mi post anterior la presentación de este libro reproduciendo parte de la Introducción general, que espero sea del interés de los lectores.

¿Qué entendemos por libros sagrados?

Aunque una definición objetiva sea difícil por la múltiple variedad con la que se manifiestan, “libros sagrados” o “sagradas escrituras” es el título genérico que utilizamos en nuestra cultura para designar textos que sirven de fundamento a una religión determinada y reciben una especial consideración y veneración como divinos (inspirados por la divinidad) en esa tradición religiosa en cuestión.

Como señalan los tratadistas, el concepto de “libro sagrado” no está especialmente ligado a una forma o contenido específicos. Libros sagrados son, por igual, textos de variadísima factura: códigos legales, mitos y leyendas, narraciones históricas, prescripciones rituales o de pureza, tratados éticos, etc., expresados en formas literarias también muy variopintas: prosa elevada o pedestre, poesía llana o críptica, oráculos proféticos, apocalipsis, visiones, himnos, oraciones, plegarias, etc. El contenido de casi todos ellos comienza siendo una entidad doctrinal transmitida oralmente, que se pasa de unos a otros a veces durante generaciones y generaciones como en la India védica, y que, finalmente, adquiere un estado más o menos fijo cuando se siente la necesidad o la conveniencia de ser consignado por escrito.

Los libros sagrados nunca lo son por sí mismos (aunque hay algunos casos de ciertos textos que se proclaman como sagrados, como nuestro Apocalipsis), sino porque son aceptados como tales por un grupo. Se ha dicho con razón que el concepto de libros sagrados es relacional, es decir, un libro es sagrado por un proceso histórico de reconocimiento por parte de una comunidad religiosa. Un libro es sacro sólo si un grupo de personas lo acepta como tal.

No hay una teoría general entre los estudiosos sobre cómo nace la idea de “libro sagrado”. En el ámbito del Mediterráneo, cuna de las religiones más cercanas a nosotros, judaísmo, cristianismo e islam, se suele decir que el trasfondo de la concepción de un libro sagrado es la idea o creencia primitiva de la existencia de un “libro celestial” o tablas celestiales (así según el Libro de los Jubileos, uno de los apócrifos del Antiguo Testamento más importante), escritas por Dios y conservadas en el cielo. Estos libros o tablas contenían las obras realizadas por los hombres y el destino que les aguardaba, o simplemente las listas de los salvados y, en algunos casos, consejos de sabiduría y normas sobre el recto obrar según la voluntad de su autor, Dios.

En la antigua Babilonia y en Egipto hay restos que confirman la fe en la existencia de tales libros celestes. El dios Enlil, sumerio, y, más tarde, el babilonio Marduk, eran los guardianes, si no los autores, de tales escritos. Restos de esta concepción se conservan en un ámbito más cercano al nuestro en los salmos (86,6, o más claramente en el 139,16: “Mis acciones las veían tus ojos; todas ellas estaban en tu libro”), en el Éxodo (32,32, donde dice Moisés a Dios: “O perdonas al pueblo o me borras del libro que has escrito…”), y en el Apocalipsis (5,1ss “el libro de los secretos celestes cerrado con siete sellos” y 20,12, donde el juicio de las naciones tiene lugar ante unos libros celestes entre los que hay uno especial, el libro de la vida).


Según William Graham [Beyond the Written World: Oral Aspects of Scripture in the History of Religion, Nueva York [Cambridge Univ. Press] 1987, 49-50 y, en general, el art. “Scripture” de la Encyclopedia of Religion, dirigida por Mircea Eliade, Nueva York, Mac Millan, 13, cols. 133-145], en las diversas religiones se produjo un tránsito fácil: el libro celeste, receptáculo de la sabiduría y de los decretos divinos, pasó pronto a concebirse como una Escritura sagrada depositada en la tierra. Entre ambas concepciones no había mucho trecho.

Las propiedades o, mejor, exigencias básicas y generales de estos textos sagrados son cuatro:

1ª. Paso del estadio oral al escrito.

Obviamente han de haber pasado del estadio oral al escrito. Si en muchas religiones la tradición oral sagrada es en extremo reverenciada, mucho más ocurre esto con el texto escrito, pues como tal la letra bellamente caligrafiada o posteriormente impresa tiene un mayor carisma que la palabra volandera. La Escritura sacra, cuyo origen –pasados los siglos— se cree fijado desde tiempos remotos, simboliza la autoridad religiosa divina, también primordial. El amor y la reverencia por lo escrito explica el trato temeroso y respetuoso que se les prodiga y el cuidado puesto en su edición; así en el antiguo Egipto los ejemplos de los Libros de los muertos y otros textos sacros sólo podían copiarse en una institución sagrada llamada “La casa de la vida”. Explica también el que las ediciones tanto antiguas como modernas de un texto sagrado se cuiden al máximo, se conserven en lugares especiales y, en cuanto se pueda, se embellezcan lo más posible gracias al arte de las miniaturas, guirnaldas, letras hermosamente caligrafiadas o grabados que acompañan al texto, etc.

2ª. Origen divino.

Los libros sagrados deben mostrar garantías de que su origen es divino. Cada corpus de Escritura sagrada contiene de diversas maneras una o varias historias o leyendas fundacionales que aclaran este origen divino. En el ámbito judeocristiano baste recordar la leyenda propalada en el Libro IV de Esdras (un apócrifo del AT del s. I d.C.): en una visión extática, el escriba inspirado, Esdras, dicta durante cuarenta días y cuarenta noches a varios expertos escribanos las sagradas Escrituras hebreas, dañadas o perdidas durante el exilio a Babilonia. Esta leyenda proporciona una nueva garantía. El origen del Corán es semejante, pues Mahoma escribe al dictado divino.

3ª. Comunicación de la voluntad divina.

Los libros sagrados comunican la voluntad divina al ser humano (un grupo o pueblo escogido, o la humanidad entera), normalmente a través de un mediador bien probado y garantizado como Moisés, Zoroastro, Mani, Mahoma, etc. Moisés es el redactor del Pentateuco según los judíos tradicionalistas (a pesar de que ese texto contiene el relato de su propia muerte); Zoroastro es el autor de los himnos gâthas; Mahoma puso por escrito el Corán; Buda redactó también parte de su viaje iluminado, etc.

4ª. Son fuente de reglas y normas.

Los libros sagrados han de funcionar como fuente duradera de reglas para organizar la vida individual o corporativa del grupo de fieles.

Seguiremos mañana con otros atributos de los libros sagrados

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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