Un libro que abre nuevos caminos: “Jesús, símbolo de Dios”





Confieso que cuando el director de Trotta me propuso traducir al español este libro del jesuita Roger Haight, docente hasta hace poco en el Seminario de estudios teológicos de Cambridge, Massachussets, USA, el Weston College, y oí su título –aún no lo había leído en ese momento y él tenía sólo una vaga idea de una somera crítica leída deprisa- pensé: “Otro nuevo libro de teología al uso; probablemente pesado e indigesto”. ¡Me equivoqué por completo!



He aquí la ficha del libro: Roger Haight, Jesús, símbolo de Dios, Editorial Trotta, Madrid, 2007, 592 páginas. ISBN: 978-84-8164-940-6.



A medida que me sumergía en su lectura, vi que este volumen -en apariencia un tratado más de cristología (“la ciencia de Jesús como mesías”, del griego christós, literalmente, “ungido”)- me iba apasionando por lo que creía percibir en él: la señalización de nuevos rumbos por donde podría navegar la Iglesia católica en los procelosos mares de los tiempos presentes. En ellos viven muchas gentes, sobre todo jóvenes, cuyos referentes literarios y científicos son muy distintos de los de hace por ejemplo sólo treinta años.



No valen ya, o significan muy poco, las antiguas construcciones y especulaciones teológicas en torno a la esencia y naturaleza de la persona de Jesús Cristo y la intelección de la vida interna de la Trinidad. En opinión de Haight el lenguaje y el contenido de tales especulaciones debe ser radicalmente acomodado para adecuarlo a las categorías y a la comprensión de gentes que viven en una era calificada de “postmoderna”.



Se trata, sostiene Haight, de efectuar una vez más un proceso de enculturación de la fe cristiana en el mundo en el que vive si no exactamente igual, al menos análogo al que la primitiva Iglesia cuando proclamó –y acomodó- su mensaje en el mundo de la cultura helenística en el que ella se desarrolló de modo que pudiera ser entendida. La clave radica en que, al proclamar la fe en esa cultura distinta a la semítica, esa misma fe fue moldeada por la cultura a la que se dirigía.



Escribe Haight, en el prefacio programático de su obra:



“Por enculturación se entiende la encarnación de la fe y vida cristianas en la diversidad de la experiencia humana codificada en el lenguaje, ideas, valores y pautas de comportamiento que forman una cultura o subcultura […] Enculturación no significa que el mensaje del Evangelio se acomode a la cultura humana, sino más bien que se permita que la sustancia del Evangelio adopte la forma de una cultura local. Enculturar el Evangelio significa permitir que la palabra de Dios ejerza su poder en el interior de la vida de un pueblo, sin imponerle al mismo tiempo factores culturales ajenos que podrían hacer difícil para él recibir verdaderamente esa palabra”.




La preocupación central de Haight son las mismas necesidades que llevaron a la 34 Congregación general de la Compañía de Jesús (sus deliberaciones están publicadas por Sal Terrae/Mensajero (Sander/Bilbao) 1995, número 3) a manifestar lo siguiente:



“No podemos hablar a otros si el lenguaje religioso que utilizamos les es completamente extraño: la teología que usamos en nuestro ministerio no puede ignorar el panorama de las cuestiones críticas modernas dentro de las cuales vivimos también nosotros”. Como en el proceso de helenización, el esfuerzo de dirigirse a la cultura intelectual contemporánea afectará también al lenguaje a través del cual comprendemos nuestra propia fe. “En un contexto predominantemente secular, nuestra fe y nuestra comprensión de ella se ven a menudo liberadas de implicaciones culturales contingentes y, como resultado, purificadas y profundizadas”.




Haight es absolutamente consciente de que está proponiendo nuevos caminos, radicalmente nuevos en cierto aspecto:



“He asumido la tarea de escribir esta cristología convencido de que el cristianismo del siglo XXI debe enfrentarse a nuevos problemas y cuestiones que generarán esquemas de comprensión y comportamiento rotundamente nuevos dentro de las iglesias”. “Pero al mismo tiempo el cristianismo, en este caso su teología y cristología, debe permanecer fiel a su revelación originaria y a su tradición firme. Por este motivo una buena parte de este trabajo está dedicada a presentar y analizar esta tradición”.


Algunos modernos teólogos de la liberación, como J.J. Tamayo, aun asumiendo la labor pionera de Haight, consideran que todavía se puede y se debe llegar más lejos.



Hasta aquí la intención. Voy ahora a intentar resumir cuáles son las tesis principales de su libro (soy consciente de que todo resumen es un tanto traicionero). Son las siguientes:



1. La cristología de hoy ha de prestar atención a las investigaciones científicas sobre el Jesús de la historia. No puede especular sobre un Jesús o un Cristo hipotético o meramente tradicional.



2. Consecuentemente toda cristología ha de empezar “desde abajo”, desde los datos obtenidos de esos estudios. Debe “apropiarse” al Jesús de la historia en todas sus facetas.



3. Otra materia de “apropiación” de la cristología es la figura e imagen de Dios que tuvo Jesús. Como tal, esta imagen deucida de la crítica evangélica, es determinante para los cristianos, no la imagen de Dios que cada uno pueda formarse.



4. El Jesús de la historia es el medium, mediador, a través del cual se llega a Dios.



5. No puede hablarse de Dios en términos absolutos, sino analógicos y relativos, conforme a la naturaleza limitada del ser humano. De Dios sólo pueden saberse “cosas” a través de símbolos e imágenes.



6. La resurrección de Jesús sigue siendo la base de la cristología y de la vida cristiana. Pero hay muchas maneras de entenderla. Haight propone una intelección simbólica de este “hecho”, que puede casarse incluso con la posibilidad de que tal resurrección física de Jesús como tal nunca se haya producido.



6. El pluralismo de las cristologías y soteriologías del Nuevo Testamento (hay por lo menos cinco) muestran que los primeros cristianos entendían que las reflexiones sobre la naturaleza de Jesús, por ejemplo, que era Hijo de Dios o la Sabiduría divina, eran meros símbolos de una realidad por sí incognoscible para el ser humano.



7. Todo el desarrollo de la cristología y soteriología clásicas, desde los primeros Padres de la Iglesia, pasando por los Concilios clave de Nicea y Calcedonia ha de ser asumido por una cristología de hoy, pero trasladada a un lenguaje inteligible para el hombre de hoy.



8. El fin de la cristología es una soteriología, es decir, una doctrina de la salvación también actual. Lo que importa es la salvación.



9. Una cristología constructiva hoy ha de tener como parámetros fundamentales, que Jesús es ante todo el salvador;

que las teologías de la liberación son hoy en la práctica lo más importante de la teología puesto que se preocupan realmente de la supresión de las terribles injusticias que dominan el mundo de hoy. Pero una auténtica teología de la liberación ha de basarse en una cristología sólida y bien fundada;

que la pluralidad de las religiones está teológicamente bien fundada, pues Jesús no es el único y absoluto mediador de Dios entre los hombres;

que la divinidad de Jesucristo ha de entenderse como una cristología de la inhabitación de Dios como Espíritu en él, mejor que como una teoría –la común hasta hoy- de la “unión hipostática”.



10. Una teología escrita en y para una cultura intelectual postmoderna no puede comenzar con la doctrina de la Trinidad. La Trinidad es una doctrina central porque estructura el credo y resume la concepción cristiana completa. Pero en el centro de este centro está la figura histórica de Jesús que es el portador y revelador de Dios en la comunidad cristiana.



Para mí el punto clave, o la clave de arco que permite exponer hoy las creencias cristianas primitivas con otro lenguaje es el número 6…, que considero básico, pero radicalmente equivocado.



En mi opinión, los primeros cristianos no pensaban que estaban hablando de “símbolos” cuando decían que Jesús era Dios o que había resucitado, o que era la Sabiduría divina, o el Segundo Adán, etc. En esos instantes del siglo I de nuestra era estas nociones, aparentemente abstractas, se consideraban como entidades reales, existentes. Que Jesús había resucitado no era un símbolo, sino una realidad física y crasa (por ejemplo, Jesús puede comer: Jn 21); que Jesús fuera la Palabra o Sabiduría divina se entendía y creía al pie de la letra; que estuviera sentado a la derecha del trono de Dios no era un símbolo o metáfora, era una realidad: existía el trono, etc.



Por ello interpretar hoy que estas nociones eran para los cristianos primitivos meros símbolos (“No se puede hablar de Dios sino analógicamente” y eso vale para hoy y ayer, sostiene Haight), y que pueden ser expresados hoy día por otros símbolos diferentes puede ser una vía correcta para salvar el cristianismo, no lo dudo, y para continuar hoy con el espíritu humanista y de salvación de los pobres que es primordial para muchos teólogos.



Está bien, pero con la conciencia clara de que no estamos diciendo lo mismo que los primeros cristianos. No estamos elaborando una cristología que “asuma la doctrina anterior” y que sea “fiel a la doctrina conciliar de Nicea y Calcedonia” como pretende Haight. En realidad se está creando la cristología ex novo. Y si esto es así, que cada uno entonces obtenga las consecuencias.



Hasta aquí la presentación y una breve crítica a lo que creo una de las claves principales de este libro. Sin embargo, la lectura de la obra de Haight ha provocado en mí bastantes reflexiones que se tradujeron en una conferencia pública -cuyo texto está inédito- de comentario a sus ideas. De ella, en próximos posts, ofreceré los extractos que me parezcan que pueden quizá tener algún interés.



Saludos cordiales de Antonio Piñero.


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