Las mujeres en los Hechos Apócrifos de Pedro (III)



Escribe Gonzalo del Cerro

Berenice, Filóstrata y la turba de mujeres (AV 3)

El capítulo 3 de los HchPe o Actus Uercellenses es el último dedicado a la estancia de Pablo en Roma, que luego desaparece completamente del relato. Por eso, ya desde A. Harnack, se ha pensado, y con razón, que estos tres primeros capítulos de los Hechos de Pedro están fuera de su lugar natural. En ellos es Pablo el único protagonista y ejerce su protagonismo hasta su partida para España. En este sentido, el capítulo tercero es la despedida. El capítulo empieza mencionando a la grandísima multitud de mujeres (turba plurima mulierum). Como en otros momentos importantes de los Hechos Apócrifos, la presencia del Apóstol está subrayada por esa multitud de mujeres creyentes. Aquí acompañan a Pablo con gestos de devoción, respeto y cariño hasta el puerto en el que se ha de embarcar. Se trata evidentemente del puerto de Ostia, situado junto a la desembocadura del Tíber. El texto habla de "bajar" o "subir" porque el narrador tiene la idea de que Roma está no solamente sobre unas colinas sino aguas arriba del río, que es la vía que eligen algunos para ir a escuchar la palabra de Pablo.

El Apócrifo cuenta que "un grupo numerosísimo de mujeres oraba de rodillas y presentaba sus ruegos al bienaventurado Pablo. Besándole los pies lo condujeron al puerto". Entre los numerosos fieles que desean despedir al Apóstol, hay personas importantes, como los de la orden ecuestre y "espléndidos varones", Dionisio y Balbo. Figura también un senador, Demetrio, que desearía acompañar para siempre a Pablo si su cargo no se lo impidiera. Aparecen otros personajes "de la casa del César" con los mismos sentimientos del senador. Entre los cristianos que envían saludos a los de Filipos figuran también "sobre todo, los que son de la casa del César" (Flp 4, 22). "Dos matronas", Berenice y Filóstrata, con nombres griegos, forman el grupo de personas ilustres del acompañamiento de Pablo, de quien todos ellos, comenta el relator, querrían no separarse jamás.

No se cuentan detalles de estas dos ilustres matronas, pero su interés hace pensar que figuran en el número de los fieles que aprovecharon el retraso de la partida para seguir escuchando la predicación de Pablo. El mismo Apóstol se encargó de dar publicidad a la circunstancia y de animar a los fieles para que bajaran al puerto y siguieran alimentándose con su palabra. Tres días duró la demora, debida a la amenaza de una tempestad. Durante aquel tiempo los fieles organizaron peregrinaciones desde Roma para escuchar a Pablo y participar con él de la Eucaristía. Por lo demás, las características de estos capítulos nos impiden conocer el temario de la predicación del Apóstol así como cualquier aspecto de la conducta de sus oyentes, salvo la incondicional devoción que todos sentían hacia su maestro.

Las mujeres del albergue de los bitinios (AV 4)

El capítulo cuarto de los Hechos de Pedro tiene el carácter de transición. Pablo se ha marchado a España. Pedro no ha llegado todavía. El que sí ha llegado a Roma ha sido Simón Mago, que cosechaba éxitos tan clamorosos como para que se le etiquetara con los títulos de "dios de Italia" y "salvador de los romanos". Sus artes mágicas habían logrado embaucar a gran parte de los cristianos, que se preguntaban incluso si no sería el Cristo esperado. El hecho es que muchos habían apostatado de las enseñanzas de Pablo y se habían pasado al bando de Simón. Clamoroso fue, sobre todos, el caso del senador Marcelo.

Las razones, la agresividad de Simón y la falta de respuesta de la ortodoxia. Pablo estaba en España. Sus discípulos Bernabé y Timoteo habían sido enviados a Macedonia. Los Hechos canónicos de Lucas nos informan de que Pablo había enviado a Macedonia a dos de sus colaboradores, Timoteo y Erasto, mientras él se detenía en Asia. Se trataba del tercero de sus viajes apostólicos. En Flp 2, 19 manifestaba su intención de enviarles a Timoteo para que les ayudara a resolver los problemas de su comunidad. Pedro era el gran deseado. La comunidad cristiana estaba desconcertada. El presbítero Narciso, el mismo que aparece citado en Rom 16, 11, resiste los embates de Simón y de los suyos. Y con él resisten dos mujeres que residían en el albergue (hospitium) de los bitinios y otros cuatro cristianos que ya no podían moverse de casa. La situación de los fieles era realmente desesperada. Entre los que se mantenían en la recta fe, Narciso era presbítero, las dos mujeres eran extranjeras, los otros estaban impedidos. Estos pocos fieles a la predicación de los Apóstoles se habían recluido para orar continuamente pidiendo a Dios por el regreso de Pablo o de algún otro que pudiera neutralizar el efecto demoledor que la magia de Simón estaba causando en la comunidad cristiana.

Pero es curioso el dato de que contra las maniobras mágicas de Simón y su propaganda dos mujeres anónimas figuraran en el escaso número de los fieles. Los otros no habían tenido ni siquiera la oportunidad de contrastar su fe con la predicación de Simón. En cuanto a Narciso, se trataba de un profesional de la fe, que estaba por oficio suficientemente informado como para no caer en las trampas del Mago. Esta situación explica las ansias legítimas de los que suspiraban por la llegada de Pedro y el regocijo que causó su presencia; pues él sería el debelador de Simón y de sus engaños.

La madre del bebé parlante (AV 15)

La llegada de Pedro está narrada de forma detallada a partir del capítulo quinto de los HchPe. Todo empieza con el ruego que le hace Cristo en una visión intimándole que vaya a Roma para deshacer la obra deletérea de Simón. El relato da detalles del viaje, de su trato con el capitán Teón a quien bautiza en alta mar, del desembarco en Putéoli. Los hermanos le informan de la situación creada por la predicación y las artes mágicas de Simón, y le ruegan que ponga remedio a tanto desastre. El mismo Marcelo, amigo del emperador y modelo de caridad para con los pobres, había caído en las redes del Mago, quien residía incluso en su casa. Fue allá a donde se dirigió Pedro en persona para retarle a un debate. El portero transmitió a Pedro las órdenes de Simón: Tengo el encargo de decirte tanto si vienes de día como de noche: "No estoy en casa".

Ante la turba que le acompañaba, Pedro envió a un perro, que allí estaba atado, para que fuera a comunicar a Simón un mensaje. El perro tomó milagrosamente voz humana y dijo que Pedro había venido a Roma para contrarrestar la acción del Mago seductor de las almas sencillas. El prodigio de las palabras del perro produjeron un efecto fulminante. Simón quedó desconcertado, Marcelo se convirtió nuevamente a la fe de Pedro, y sus criados escarnecieron a Simón y lo expulsaron de la casa de su protector. Pero Simón tuvo la osadía de presentarse en la casa del presbítero Narciso, donde Pedro residía para retarle formalmente adelantándole que le demostraría que había puesto su fe en un simple hombre judío, hijo de un carpintero. Éste era el calificativo que le daban sus paisanos de Nazareth según el relato de la visita que hizo Jesús a su pueblo (Mt 13, 55; Mc 6, 3).

Llegamos así al capítulo 15. Pedro realiza un nuevo milagro similar a otros de este Apócrifo. Había allí una mujer que tenía un niño de pecho de siete meses a quien estaba dando de mamar. Pedro se dirigió a ella y le dio un encargo muy simple: "Baja ahora mismo y verás a uno que me busca. Tú no tienes por qué responderle, sino guarda silencio y escucha lo que el infante, que llevas en tus brazos, le dice". En efecto, el infante, tomando voz de hombre, espetó a Simón este alegato: "¡Oh ser detestable para Dios y para los hombres, oh exterminio de la verdad y semilla pésima de corrupción; oh fruto estéril de la naturaleza! Durante breve tiempo, aparecerás como un ser diminuto, pero después te aguarda una pena eterna. Nacido de un padre sin pudor, nunca echas tus raíces en el bien sino en el veneno. Raza descreída y desprovista de toda esperanza, no has quedado confundido por los argumentos del can; yo, un infante, me veo obligado por Dios a hablar, y ni aún así enrojeces de vergüenza. Pero aunque no quieras, el sábado que viene te conducirá otro (cf. Jn 21, 18) al Foro Julio, para que quede demostrado quién eres. Apártate, pues, de la puerta, donde se conservan los vestigios de los santos. Ya no corromperás a las almas inocentes, a las que pervertías y contristabas, pues en Cristo se mostrará tu perversísima naturaleza y se caerá toda tu maquinación. Y ahora digo mi última palabra. Así te dice Jesucristo: “"Por el poder de mi nombre, cállate y sal de Roma hasta el próximo sábado”".

Simón no respondió al contundente alegato del infante. Es interesante notar que este pequeño Demóstenes era precisamente un "infante", que etimológicamente significa que todavía no habla. La escena resulta así una chocante paradoja. Simón Mago se retiró de Roma y residía en un establo. La mujer regresó con su hijo a donde estaba Pedro, y contó a todos los presentes lo que su bebé había dicho al Mago. Ello sirvió para que los fieles vieran un ejemplo más de lo que Dios puede hacer para revelar su voluntad a los hombres.

A. HARNACK, Miscellen, en TU, 1991 (Neue Funde, V 3) pp. 100-106; R. VOUAUX, Les Actes de Pierre, París, 1922.

Saludos cordiales y felices fiestas. Gonzalo del Cerro
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