Comentario libre a R. Haight (V). El mundo de la ética y de la cultura en los inicios de la civilización cristiana

Seguimos con nuestra brevísima perspectiva de la civilización cristiana en la historia como comentario libre a la obra de Roger Haight.

4. El ámbito de la ética: del radicalismo itinerante a una ética ciudadana
La figura de Jesús y de sus primeros discípulos, junto con el primer movimiento judeocristiano que lo siguió ha sido definido con justeza, desde el punto de vista sociológico, como un “radicalismo itinerante”, es decir, como un grupo de gentes que iban de pueblo en pueblo, primero en Galilea y Judea, pronto luego por todo el Imperio cercano, predicando la venida inmediata del Reino de Dios. Esta venida condicionaba esencialmente la ética del grupo, que al principio era auténticamente radical. Resumiendo: esta moral se caracterizaba por tres principios fundamentales:

A. El desprecio de la riqueza en sí: los bienes de este mundo se consideran como un impedimento espiritual (ausencia de disponi¬bilidad) para la recepción del Reino. La defensa de los pobres implica una cierta hostilidad por parte de Jesús y sus seguidores contra la dominación social de las clases elevadas sobre las inferiores, desequilibrio que debía ser corregido por Dios cuando implantara su Reino.

B. La no exaltación del valor del trabajo como creatividad necesaria en este mundo. El llamado “comunismo de consumo” que practicó la comunidad primitiva de Jerusalén, tal como nos lo transmiten los Hechos de los Apóstoles (2,42-47; 4,32-35), tuvo su fundamento en los dichos de Jesús que basaban la perfección del discípulo en la venta de sus bienes y la entrega de éstos a los pobres esperando -sin trabajar, sólo preocupados de la oración- la inmediata venida del Juez. Este comportamiento apunta hacia unos momentos en los que se esperaba un fin del mundo inmediato, y en los que bastaba para la subsistencia en los pocos días que faltaban el producto de bienes anteriores vendidos a los no creyentes.

C. Un tercer rasgo de esta moral era el poco aprecio por los vínculos familiares, como lo demuestran ciertos dichos al parecer auténticos de Jesús (“¿Quién es mi madre y mis hermanos?... Los que cumplen la voluntad de Dios…”. Lo que importa a Jesús es la formación de una nueva “familia” de los que esperan la venida del Reino.

Ahora bien, este tipo de moral muy radical, y en nada practicable por una sociedad normal, se suaviza rápidamente en el cristianismo primitivo mismo por las exigencias del retraso del fin del mundo y de la venida del Señor como juez. La Iglesia tiene enseguida necesidad de asentarse en el mundo y esperar ese fin que poco a poco se siente lejanísimo, ad calendas graecas. El protocatolicismo que se observa en el Nuevo Testamento tiene ya una moral mucho más burguesa y ciudadana. La fundamentación de la ética no es ya la venida inmediata del Reino de Dios, sino el conjunto de la “doctrina cristiana” que se ha ido formando con el paso de los decenios.

Ello se observa nítidamente ya en las Epístolas Pastorales: la ética es el comportamiento exigido por la gracia salvadora de Dios en este mundo en el espacio que va desde que Jesucristo se entregó en sacrificio para rescatar al cristiano de toda iniquidad hasta el fin del mundo: en ese tiempo hay que renunciar a la impiedad y a las pasiones. El premio vendrá con la manifestación de la gloria divina, la venida de Jesús o parusía. La ética de este cristianismo alejado ya de la urgencia de Jesús por el fin del mundo será una “ética ciudadana”. A lo largo de los veinte siglos de historia de la Iglesia se perfeccionará esta tendencia. El cristianismo debe ser entre otras cosas un ciudadano perfecto. Esta moral dura hasta hoy día.

5. El cristianismo y la cultura

En este ámbito el cristianismo pasará de un desinterés absoluto por la cultura que le rodeaba a la utilización de ésta como praeparatio evangelica (es decir las obras de la cultura griega y romana, sobre todo las de los filósofos, contienen muchas cosas parecidas a la visión cristiana y sirve de introducción al Evangelio). Ello se explica por la voluntad de Dios que iba preparando el mundo para la difusión de la “semilla”. Simultáneamente, el cristianismo utilizará parte de esta cultura -la neutra, la que no idealiza a los dioses o la moral pagana- como vehículo de la evangelización.

Con el paso de los siglos, cuando el Imperio se haga cristiano y no haya ya peligro de vuelta al paganismo, la imbricación del cristianismo con todos los ámbitos de la cultura será enorme y absoluta, pues se pensará que una buena educación y la recta cultura es el mejor fundamento para la sustentación y asentamiento del mensaje evangélico.

Es absolutamente imposible desarrollar aquí –casi ni mencionar siquiera- cómo la cultura del mundo occidental ha sido conformada y moldeada por la ideología cristiana de modo, que la civilización occidental ha sido, quizá hasta mediados del siglo XX, fundamentalmente cristiana -directa o indirectamente-, o no lo ha sido en absoluto: el arte en todas sus manifestaciones pictóricas, escultóricas o arquitectónicas, etc., la literatura en todos sus géneros, líricos, épicos dramáticos, etc., las ciencias en todos sus órdenes al servicio, hasta el siglo XVI al menos, de una cosmovisión cristiana, el pensamiento filosófico… Desde Justino Mártir, hacia el 150 y continuando con Panteno, Clemente y Orígenes –los alejandrinos-, en los siglos II y III, que utilizan las especulaciones sobre los Primeros principios de la filosofía griega tardía para fundamentar las creencias cristianas en la Trinidad, se van poniendo los fundamentos de una “filosofía cristiana” que dura en muchos ambientes hasta hoy día… Toda la ciencia, el arte, la cultura en general y el pensamiento han sido cristianos en el mundo occidental.

Escribe G. Parrinder: “El descubrimiento de las Américas, África y Asia abrió nuevos horizontes para esta cultura. El cristianismo había sido siempre una religión esencialmente misionera e internacional. A los descubrimientos de nuevas poblaciones siguió la colonización religiosa. En esos momentos, en el mundo católico, nuevas órdenes religiosas –franciscanos, dominicos, jesuitas-- intentaron no sólo combatir el protestantismo, sino también evangelizar al resto del mundo: las Américas, África, India, China y Japón. Semejantemente los movimientos evangélicos de renovación del siglo XVIII cayeron en la cuenta de que su fe implicaba la salvación universal e intentaron llevarla a cabo enviando misioneros a casi todos los países. Se difunde así la civilización cristiana con los valores que acabamos de mencionar por los cinco continentes. Hoy día de alguna manera el cristianismo es la más compleja de las religiones y contiene en su seno muchas divisiones y subdivisiones”.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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