Las mujeres en los Hechos Apócrifos de Pedro (V)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Las mujeres en los Hechos Apócrifos de Pedro (V)

Resurrección del hijo de la viuda (AV 25-27)

Una de las características que distinguen a los Hechos de Pedro es la abundancia de milagros operados. Algunos son de los que suelen definirse como inútiles: el can parlante, el niño de pecho convertido en orador, el arenque puesto a secar que se convierte en vivaz nadador, por mencionar algunos ejemplos. Pero siempre cabe la posibilidad de interpretarlos como medio para confirmar la fe de los testigos del prodigio. En pleno debate entre Pedro y Simón el mismo prefecto les propone unas pruebas consistentes en la resurrección de muertos. Ésta era la cima de los milagros del más autorizado taumaturgo. Pedro, que lo era y necesitaba la fuerza y la garantía de lo maravilloso en su contencioso con el Mago, tenía que resucitar muertos como demostración de la legitimidad de su palabra y de su misión.

El prefecto ordena a Simón que mate a un esclavo para que luego Pedro lo resucite. Simón habló al oído del esclavo que cayó muerto. Pero la prueba se interrumpe porque se oyen los desgarrados gritos de una de las viudas que se encontraban en casa de Marcelo: "Pedro, siervo de Dios, ha muerto mi hijo, el único que tenía". No podía ser más oportuno el incidente para los intereses del debate. Los circunstantes la llevaron a Pedro a quien explicó de forma pormenorizada el suceso. Era el que le procuraba el sustento, lo que la sumía en la incertidumbre de un mañana inseguro y oscuro: "Sólo tenía un hijo. Él me alimentaba con el trabajo de sus brazos, me sostenía y me llevaba. Muerto él, ¿quién me tenderá su mano?" (AV 25, 4).

Pedro ordenó que le trajeran al muerto. La anciana sufrió un desmayo. Pedro reclamó a jóvenes que se hicieran cargo de transportar al difunto y a la desmayada. Cuando la viuda volvió en sí prosiguió en sus gritos golpeándose el rostro y arrancándose los cabellos. Entre gestos de dolor decía: "Mira, hijo mío, lo que el siervo de Cristo te ha enviado". Los jóvenes portadores trataban de consolar a la madre con palabras de esperanza: "Si crees de verdad en el Dios de Pedro, lo tomaremos y lo llevaremos ante él para que lo resucite y te lo restituya" (AV 25, 5-6).

El Apóstol, conmovido, elevó los ojos al cielo y rogó al Padre de Nuestro Señor Jesucristo insistiendo en la urgencia del caso, ya que la anciana no podría seguir adelante sin la ayuda del hijo. Luego, con toda solemnidad, tomando las palabras del mismo Jesús en la resurrección del joven de Naín, dijo Pedro al difunto: "Joven, levántate y camina junto a tu madre mientras puedas serle útil. Después me servirás a mí con un ministerio más alto como diácono u obispo" (AV 26, 2). Los detalles comunes con la resurrección el hijo de la viuda de Naín son abundantes. Viuda, hijo único, joven, muchedumbre maravillada. Pero como dice el texto del Apócrifo, Pedro hace uso de las palabras de Jesús para resucitar al muerto: "Joven, levántate" (Lc 7, 11-16). Sin pretenderlo, pues, y sin pretensiones de fama o de notoriedad, aquella viuda había prestado un servicio a la comunidad cristiana primero con el prodigio realizado en la persona de su hijo, luego en el ministerio desempeñado por el resucitado al lado de Pedro.

Las viudas fueron siempre a lo largo de la historia bíblica objeto de particular providencia de parte de Dios. Los Apóstoles heredaron este mismo sentimiento, que aparece en la conducta de Pedro. La viuda quedó consolada, pues recuperó a su hijo. Pero el difunto, en opinión del Apócrifo, completó la obra de Dios sirviendo como ministro del Evangelio.

La madre del senador (AV 28-29)

Otra mujer importante en el camino del Apóstol

Pero "los ricos también lloran". Y los Hechos de Pedro nos traen el caso de una matrona romana, madre de un senador y que acababa de perder un hijo. Movida por la fama del Apóstol se dirigió a él como suplicante. "No te apartes de una matrona que te ruega", le decía la dolorida madre. Pedro le pregunta: "¿Crees tú en mi Dios por quien tu hijo resucitará?" La matrona responde a gritos y deshecha en lágrimas: "Creo, Pedro, creo". El pueblo presente intercede también por el difunto: "Devuelve el hijo a su madre" (AV 28, 1-2). Pedro, dejando claro que quien cura o resucita no es él sino Jesucristo, ordena que le traigan el cadáver. Transmite también la misma orden a la madre con la promesa de devolver la vida a su hijo muerto.

Es un caso más de mujer cualificada en la sociedad como rica e influyente. Es madre de un senador, con evidente predicamento entre la multitud, con séquito de servidores, acompañamiento de senadores y matronas, con gran solvencia económica. El hijo difunto es calificado de persona noble y muy querida en los ambientes senatoriales. Sin embargo, la mujer no tiene reparo en comportarse con humildad postrándose a los pies de Pedro, suplicando por su hijo difunto y corriendo por las calles de la ciudad en una actitud impropia de una matrona de familia de senadores. Es, además, una mujer generosa, cualidad frecuente también entre las mujeres de los Hechos Apócrifos. Conviene notar, no obstante, que no se dice la más mínima palabra sobre su vida privada ni sobre su eventual compromiso con la predicación de la castidad. Más aún, por todas las circunstancias, particularmente por el silencio acerca de su posible marido y su capacidad absoluta de decisión, hemos de conjeturar que se trata de una viuda.

El autor, como gozándose en el cuadro plástico de la madre en busca del hijo muerto, describe la escena: "La mujer se lanzó en medio de la multitud, salió a la vía pública corriendo con gran alegría y creyendo en su corazón" (AV 28, 3). Llegó a su casa, y ordenó a sus criados que tomaran el cadáver y lo llevaran al foro. Quiso que los portadores se pusieran gorros frigios en la cabeza y que llevaran delante del féretro todas las pertenencias del difunto que habrían de ser quemadas con el cadáver. Pilea en latín es el nombre de los gorros mencionados. Se trata de unos gorros de lana, símbolo de manumisión para los esclavos. Era la intención de la madre dar la libertad a los esclavos del joven, como más adelante demuestra la secuencia de los hechos. El acontecimiento levantó una expectación inusitada. Además del pueblo reunido previamente en el foro, seguía una multitud de senadores y de matronas que deseaban ver las maravillas de Dios. La razón era que Nicóstrato, el difunto, era una persona respetable de alta categoría social.

El reto de Pedro a Simón

Recordemos que todo este suceso está dentro del contexto del debate entre el Apóstol Pedro y Simón el Mago. Por ello Pedro pensó aprovechar la ocasión y retó a Simón para que resucitara al joven. Si lo hacía, daría una prueba de su legitimidad. Simón, no sin titubeos, pareció aceptar el reto. Lanzó al pueblo la siguiente pregunta: "Romanos: Si vierais que el muerto resucita, ¿arrojaréis a Pedro de la ciudad? El pueblo, enardecido, respondió: "No solamente lo arrojaremos de la ciudad, sino que lo quemaremos vivo" (AV 28, 8).

El Mago hizo lo que podía y sabía. Se acercó a la cabeza del difunto y se inclinó y levantó tres veces. El cadáver parecía mover la cabeza, abrir los ojos e inclinarse ligeramente hacia Simón. El pueblo empezó a solicitar leña y fuego para quemar a Pedro. Éste interpeló al pueblo acusándole de dejarse llevar por las artes mágicas de Simón. "Eso no es resucitar a una persona", venía a decir. Un muerto resucita cuando se levanta, habla, se desata las vendas, llama a su madre y os pregunta a vosotros: ¿Por qué gritáis? Que se retire Simón del cadáver.

Simón se retiró, y el cadáver volvió a quedar inmóvil. El pueblo se indignó, el prefecto se impacientó. Los presentes querían ahora mandar al fuego a Simón. Pedro les replicó que "no podemos devolver mal por mal". Unas palabras tomadas literalmente de diferentes pasajes del Nuevo Testamento: Rom 12, 17; 1 Tes 5, 15; 1 Pe 3, 9. También se repiten en los HchJn 81. Al contrario, hemos aprendido a "amar a nuestros enemigos y a orar por nuestros perseguidores" (Mt 5, 44). Lo mejor sería que Simón se arrepintiera y regresara a la luz de Cristo.

Pedro se acercó al difunto, pero antes de resucitarlo recordó a su madre el compromiso de dar la libertad a sus siervos. Ellos seguirían al servicio del joven, pero como hombres libres. La madre estuvo de acuerdo no sólo con eso; prometió que todo lo que llevaban para quemarlo con el cadáver lo heredarían sus siervos. Y el resto, añade Pedro, que sea para las viudas. Parece una incongruencia que se hable de "resto" cuando se ha prometido ofrecer "todo" a los jóvenes. Pero ya nota Vouaux que ese cetera se refiere a lo que formaba parte de las pompas fúnebres, que debía ser devuelto a la casa. Oró luego pidiendo que Nicóstrato resucitara delante de la multitud que se había congregado. Es una constante la referencia a la presencia de la multitud en los milagros. Como ya hemos visto, una de las finalidades de la actividad taumatúrgica de los Apóstoles es la confirmación en la fe o la conversión de los presentes. A continuación Pedro pronunció una sola palabra "¡Levántate!". El joven se levantó, se quitó el sudario, se desató la barbilla, se sentó y bajó de la camilla. Luego, contó a Pedro que había visto a Jesús que hablaba con él y señalando al joven le decía: "Tráemelo, porque es mío" (AV 28, 16). Pedro remató la escena con unas palabras en las que venía a decir: Así es como se resucita a los muertos.

El Apóstol citó al pueblo en la casa de Marcelo, mientras la madre del resucitado le rogaba que pusiera los pies en su propia casa. Pero Pedro le respondió que el domingo tenía que estar en casa de Marcelo para visitar a las viudas. El resucitado insistía: Yo no me separo más de Pedro. La madre se presentó el domingo en casa de Marcelo llevando dos mil monedas de oro: Esto, para las vírgenes que sirven a Cristo. El joven resucitado fue a su casa, abrió su armario y llevó a Pedro cuatro mil monedas de oro. Yo también, decía, te traigo una ofrenda por el doble de esa cantidad. Pero "de ahora en adelante me ofrezco a mí mismo a Dios como víctima dotada de palabra" (AV 29, 4).

De este modo la madre recuperó a su hijo, pero Pedro ganó a muchos para la fe y logró un colaborador agradecido para las labores de su ministerio.

Saludos cordales de Gonzalo del Cerro y Feliz Año.
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