Jesús en el Corán (I)


He invitado a Luis Antequera, autor de un libro sobre Jesús en el Corán, a que trate este tema brevemente, pues para muchos tal materia resulta desconocida, y complementa bien la miniserie que dedicamos a “Jesús en el Talmud” en las semanas pasadas. Saludos de Antonio Piñero.

Luis Antequera, Jesús en el Corán. Editorial Sepha (Luis de Salazar, 5. 28002 Madrid), 2006 (Colección “Libros abiertos”). ISBN-10: 84-934837-9-6


Los lectores conocen a Luis Antequera por la presentación que se hizo en ese blog (sección Libros) de su obra El cristianismo desvelado. Aunque dedicado como profesión principal al derecho y a la economía, Luis Antequera ha consagrado muchas horas a la investigación de temas relacionados con la historia en general y con la de las religiones en particular.

Hoy escribe Luis Antequera

Comenzaremos con unas cuestiones básicas que nos ayuden a enmarcar mejor el tema de “Jesús en el Corán”. El islam es una religión monoteísta que se considera revelada. Son éstos rasgos que comparte con judaísmo y cristianismo, tanto así que su fundador, Mahoma, concibe la revelación de la religión monoteísta como un único proceso que comienza con la revelación de Yavéh en el Antiguo Testamento y culmina con la de Allah (en realidad la misma persona, pues el vocablo sólo quiere decir “Dios”) en el Corán. No desdeña Mahoma la parte de revelación que entre ambos textos corresponde al Nuevo Testamento y a su protagonista, Jesús de Nazaret, bien que no por supuesto en su condición de Hijo de Dios, condición que a un buen musulmán repugna, pero sí en la de profeta e incluso en la de mesías.

De acuerdo con ello, Jesús registra en el Corán una presencia muy importante, hasta tal punto que no es aventurado afirmar que el denominado fundador del cristianismo milita, en el libro sagrado de los musulmanes, entre sus cuatro protagonistas más importantes, junto con Abrahán, Moisés y el propio Mahoma. Esta presencia de Jesús en el Corán, arrastra consigo la de otros personajes neotestamentarios, entre ellos muy notablemente, el de su propia madre. María es la única mujer mencionada por su nombre en todo el libro, y probablemente es el quinto gran protagonista de la obra. Pero también la de otros personajes tales como el arcángel Gabriel, los apóstoles, san Juan Bautista, etc.

En el Corán se mencionan expresamente cuatro escrituras sagradas precoránicas, las cuales deben ser consideradas como las fuentes principales, aunque no las únicas, en lo relativo al conocimiento que de las dos religiones monoteístas precoránicas exhibe el autor coránico: son la Torá, los Salmos, las Hojas de Abrahán y Moisés, y el Evangelio.

De estos cuatro grupos de fuentes, aquél del que el Corán bebe para el conocimiento de la figura de Jesús es, obviamente, el último, esto es, el Evangelio, citado por su nombre en una docena de ocasiones, más o menos las mismas que la Torá, y responsable de buena parte de lo que refieren las aleyas del Corán sobre Jesús y los otros personajes neotestamentarios presentes en él.

Pero no son los evangelios las únicas fuentes cristianas de las que el Corán se nutre. Aunque sólo los textos canónicos, tanto las veterotestamentarias como las neotestamentarias, sean expresamente citadas como fuentes en el Corán, su autor conoció mejor o peor otras muchas escritos judíos y cristianos ajenos al canon. Entre los libros cristianos, los relatos contenidos en el Corán sobre la figura de Jesús indican a ciencia cierta, como veremos, el conocimiento de una serie de apócrifos cristianos.

Entre tales apócrifos se hallan indiscutiblemente el Protoevangelio de Santiago, el Pseudo Mateo y el Libro de la Natividad de María, imprescindibles para comprender la mitad o más de cuanto el autor coránico relata sobre María Virgen. Del Evangelio árabe de la infancia recoge el Corán una precoz locuacidad de Jesús a la que no se refieren los evangelios canónicos. Sin el Evangelio de la infancia del Pseudo Tomás, filósofo israelita, el autor coránico no conocería el precioso episodio del milagro de los pajaritos realizado por Jesús y al que, sumamente impresionado, se refiere en más de una ocasión. El Libro de la infancia del Salvador, la Historia de José el carpintero o el Evangelio armenio de la infancia, ilustran otros episodios menores que recoge el Corán sobre Jesús y las figuras de su entorno.

Igualmente curioso es el conocimiento que el fundador del islam revela de una serie de fuentes cristianas que, sin embargo, van más allá de la ortodoxia de esta religión, lo que por otro lado, contribuye a demostrar el crisol religioso que era la Península arábiga que Mahoma conoció. El autor del Corán debió de entrar en contacto con sectas heréticas cristianas tales como la de los sabeos o mandeos, a la que debe la nomenclatura del propio Jesús, al que el Corán llama Ysa; la de los coliridianos, a la que debe ciertas confusiones e imprecisiones sobre la santísima Trinidad; las de los docetas y los gnósticos basilidianos, en las que se puede encontrar la clave del final que el Corán le supone a Jesús; o la de los arrianos, con quienes comparten los musulmanes, en buena medida, la idea que tienen sobre la naturaleza de la relación entre Dios y su siervo Jesús.

La gran pregunta que cabe hacerse ante todo lo expuesto es de dónde le viene a Mahoma el conocimiento que demuestra de las Escrituras y del credo cristianos, un conocimiento que se puede definir con dos grandes rasgos: por un lado, extenso, hasta reparar en detalles que desconocen incluso cristianos reputados por buenos; por otro lado, poco profundo, ignorante en ocasiones de la importancia que determinados eventos tienen en la religiosidad cristiana, de lo que es buena muestra por ejemplo el milagro de la mesa servida que relata el Corán, versión musulmana del dogma fundamental en el credo cristiano que es la Eucaristía.

La cuestión del conocimiento del cristianismo que revela el autor coránico la resuelve la exégesis musulmana sin mayor complicación: el Corán (= recitación) es un mensaje revelado por Dios a Mahoma, y por lo tanto esa y no otra, Dios, a través del arcángel Gabriel, es la fuente. La exégesis no musulmana sin embargo, tropieza con mayores dificultades y ha de buscar la explicación en la historia: Mahoma desde luego, estuvo en estrecho contacto con varios cristianos o filocristianos, desde Waraqa ben Nawfal, pariente de su esposa Jadicha, a María la copta, una de sus esposas, o el monje Bahira, un cristiano nestoriano también conocido como Sergio, a quien el Profeta conocería a la edad de doce años y que podría ser además, quien hubiera introducido en él la idea de ser una persona especial con una misión especial. A Bahira podría estar refiriéndose el Corán donde dice:

Bien sabemos que dicen: “A este hombre [a Mahoma] le enseña sólo un simple mortal” Pero aquél en quien piensan [¿el monje Bahira?] habla una lengua no árabe, mientras que ésta es una lengua árabe clara” (C. 16, 103).


El conocimiento del cristianismo por parte de Mahoma no pudo ser más que verbal, pues es altamente improbable que el profeta pudiera acceder a las Escrituras cristianas en árabe por no existir, casi sin duda alguna, traducción alguna en su tiempo. Aunque se haya puesto en duda la mera capacidad de Mahoma de leer y escribir (el Corán parece abonarse a la teoría de su iliteralidad), parece fuera de toda duda que Mahoma hablaba latín, griego y hebreo, lenguas en las que por la época sí podría haberse encontrado los textos de las Escrituras cristianas en el entorno arábigo en el que se movía. Desde esta perspectiva pues, sólo puede entenderse tal comprensión a través de un contacto estrecho y frecuente con personajes judíos y cristianos y, desde luego, de una portentosa memoria del fundador del islam.

Saludos cordiales de Luis Antequera
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