La misión de Jesús


Hoy escribe Luis Antequera

La misión que el Corán reserva a Jesús es de triple naturaleza: en primer lugar, Jesús es el eslabón entre los textos precoránicos -las Escrituras, tanto las del Antiguo Testamento como las del Nuevo- y el Corán.

Hicimos que les sucediera Jesús, hijo de María, en confirmación de lo que ya había de la Torá. Le dimos el Evangelio, que contiene dirección y luz, en confirmación de lo que ya había de la Torá y como dirección y exhortación para los temerosos de Dios (C. 5, 46).


En segundo lugar, Jesús es uno más entre los profetas de los que Dios se vale a lo largo de la historia para realizar su revelación. La relación de profetas que comienza en Adán, termina con Mahoma, al que el Corán llama “el sello de los profetas” (C. 33, 40), esto es, el último y la coronación de todos. Desde uno hasta el otro, desde Adán hasta Mahoma, el Corán recorre, en su reconstrucción del tracto del profetismo, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, y curiosamente, incrementa en poco la nómina de profetas.

Por él discurren personajes tan familiares al Viejo Testamento como lo son Adán, Noé, Abrahán, Lot, Ismael, Isaac, Jacob, José, Elías, Eliseo, Moisés, Aarón, David, Salomón, Job; y otros tan familiares al Nuevo como Juan el Bautista, los apóstoles, María y por supuesto Jesús. Pero poco más. Excepción hecha de Mahoma, son muy pocos los personajes del Corán que no han tenido una participación previa en la Biblia. Cabe citar a Hud (C. 11, 50-60), Salih (C. 11, 61-68), Suayb (C. 7, 85), o Luqmán (C. 31, 12-24), personajes desconocidos al mundo judeocristiano, probablemente santones contemporáneos de Mahoma o reconocidos en algún credo preislámico árabe.

Las ocasiones en que el Corán presenta a Jesús como eslabón de la cadena de profetas que van perfeccionando la revelación de Allah son muchas, todas las cuales tienen en común el desorden cronológico. A modo de ejemplo valga la siguiente:

Te hemos hecho una revelación, como hicimos una revelación a Noé y a los profetas que le siguieron. Hicimos una revelación a Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob, las tribus, Jesús, Job, Jonás, Aarón y Salomón. Y dimos a David salmos (C. 4, 162).


Y en tercer lugar, Jesús es el precursor del gran profeta del islam, Mahoma:

¡Hijos de Israel, yo soy el que Dios os ha enviado en confirmación de la Torá anterior a mí y como nuncio de un Enviado que vendrá después de mí, llamado Ahmed! (C. 61, 6)


A partir de esta inocente aleya (las aleyas son las equivalentes a los versículos de las Escrituras cristianas), la tradición islámica se permite un ingenioso juego de palabras destinado a demostrar que el anuncio que Jesús hace de Mahoma, actuando respecto a él como predecesor de manera similar a como el Evangelio presenta a Juan Bautista respecto a Jesús, no se contiene sólo en el Corán sino en el propio Evangelio también.

Veamos cómo. Tomemos pro ejemplo un episodio evangélico en el que Jesús anuncia la venida del Paráclito una vez que él haya marchado, tal como nos lo relata el evangelista Juan:

Y yo le pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14, 16).


Pues bien, para los exegetas musulmanes, paráclito sería la deformación, tal vez interesada, de otra palabra griega diferente aunque similar, períklitos, traducible como “lleno de fama”, honradísimo”, “alabadísimo”, y por lo tanto con un significado muy similar al fonema árabe ahmed (“el alabado”), presente en el nombre del gran profeta de Allah, Mohammed, el cual, a mayor abundamiento, es expresamente denominado así, Ahmed, en la aleya que estamos comentando. Este exégesis proporciona un recurso semántico dirigido a demostrar la predestinación del personaje para su misión desde la misma recepción de su nombre. Este recurso es similar al utilizado por los autores cristianos en la escena en la que el arcángel Gabriel, en el acto de la Anunciación, ordena a María llamar a su hijo Enmanuel (cfr. Mt1, 23), cuyo significado es “Dios con nosotros”, o cuando resaltan la significación del nombre propio del salvador, Jesús, Jehoshua (cfr. Lc. 1, 31), que no es otra que la de “Dios salva”.


Nacimiento de Jesús

El Corán presenta una narración clara sobre los hechos que condujeron al nacimiento de Jesús. Se recoge la misma al principio de la azora 19, la titulada precisamente “María”. Es el propio Allah en persona quien se lo refiere a Mahoma:

Y recuerda a María en la Escritura, cuando dejó a su familia para retirarse a un lugar de Oriente. Y tendió un velo para ocultarse de ellos. Le enviamos nuestro Espíritu y éste se le presentó como un mortal acabado.
Dijo ella: “Me refugio de ti en el Compasivo. Si es que temes a Dios...”.
Dijo él: “Yo soy sólo el enviado de tu Señor para regalarte un muchacho puro”.
Dijo ella: “¿Cómo puedo tener un muchacho si no me ha tocado mortal ni soy una ramera?”.
“Así será”, dijo. “Tu Señor dice: Es cosa fácil para mí. Para hacer de él signo para la gente y muestra de nuestra misericordia. Es cosa decidida”.
Quedó embarazada de él [de Jesús] y se retiró a un lugar alejado.
Entonces los dolores de parto la empujaron hacia el tronco de la palmera. Dijo: “Ojalá hubiera muerto antes y se me hubiera olvidado del todo...”. Entonces, de sus pies, le dirigió la palabra [Jesús]: “¡No estés triste! Tu Señor ha puesto a tus pies un arroyuelo. ¡Sacude hacia ti el tronco de la palmera y ésta hará caer sobre ti dátiles frescos, maduros! ¡Come pues, bebe y alégrate! Y si ves a algún mortal di: ‘He hecho voto de silencio al Compasivo. No voy a hablar pues, hoy con nadie’” (C. 19, 16-26).


El bello relato del Corán sobre la concepción y nacimiento de Jesús está inspirado, como no podía ser de otra manera, en el de los evangelistas que tratan la infancia de Jesús, esto es, Mateo y Lucas (Marcos y Juan, como se sabe, no tocan el tema), sobre todo en este último, el más descriptivo de los dos.

La aleya en cuestión habla de un Espíritu que es el que se presenta a Maria. Aunque en modo alguno el Corán ni en este pasaje ni en ningún otro lo haga, la exégesis y la tradición musulmana identifican a ese espíritu con el arcángel Gabriel. Además este arcángel, tal cual, con su nombre y empleo, no es un personaje desconocido para el lector del Corán, quien a través de sus páginas, tiene no pocas ocasiones de encontrarse con él (cf. C. 2, 97-98 y C. 66, 4). Gabriel tiene otras muchas intervenciones según la tradición islámica externa al Corán, v. gr. la importantísima de recitar el Corán a Mahoma o la de acompañarle en su misterioso viaje a Jerusalén (el Misray).

El relato de la concepción y nacimiento de Jesús gracias a una mujer virgen plantea necesariamente una cuestión: la presentación del niño nacido en tales circunstancias en sociedad. En los Evangelios de la Infancia el asunto tiene más fácil solución, pues el niño, tiene padre, aunque sólo sea aparente. El problema es más peliagudo en el Corán, donde María no sólo se presenta como una mujer virgen sino, además, soltera. Ningún hombre la acompaña. La acusación del pueblo es obvia:

¡María! ¡Has hecho algo inaudito! ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un hombre malo, ni tu madre una ramera! (C. 19, 27-28).


A María, que como hemos ya leído, ha hecho voto de silencio, sólo se le ocurre señalar hacia su hijo, como si él tuviera la respuesta. Sus conciudadanos la miran como a una loca:

¿Cómo vamos a hablar a uno que aún está en la cuna, a un niño? (C. 19, 29).


Pero ella no responde. El que responde es un locuaz bebé Jesús, adornado con el don de la palabra desde su primer minuto de vida. Y les dice:

Soy el siervo de Dios. El me ha dado la Escritura y ha hecho de mí un profeta. Me ha bendecido dondequiera que me encuentre y me ha ordenado la azalá [= la oración] y el azaque [= la caridad] mientras viva, y que sea piadoso con mi madre. No me ha hecho violento, desgraciado. La paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado a la vida (C. 19, 30-33).


No son sus primeras palabras sin embargo. Recordemos que ya antes, cuando su madre, recién nacido él, se hallaba en las tribulaciones del parto se dirigió a ella para decirle:

¡No estés triste! Tu Señor ha puesto a tus pies un arroyuelo. ¡Sacude hacia ti el tronco de la palmera y ésta hará caer sobre ti dátiles frescos, maduros! ¿Come pues, bebe y alégrate! Y si ves a algún mortal di: “He hecho voto de silencio al Compasivo. No voy a hablar pues, hoy con nadie” (C. 19, 24-26).


Seguiremos. Saludos cordiales de Luis Antequera.
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