La muerte de Jesús


Concluimos hoy la serie dedicada a la figura de Jesús en el Corán

Hoy escribe Luis Antequera

El Corán se hace eco de las disensiones que causó en el mundo judío el mensaje de Jesús, las cuales acabarán conduciendo a su trágico final.

Dimos a Jesús, hijo de María, las pruebas claras y le fortalecimos con el Espíritu Santo. Si Dios hubiera querido, los que le siguieron no habrían combatido unos contra otros, después de haber recibido las pruebas claras. Pero discreparon: de ellos unos creyeron y otros no. Si Dios hubiera querido, no habrían combatido unos contra otros. Pero Dios hace lo que quiere (C. 2, 253).


No entra el Corán, sin embargo, en las circunstancias que condujeron al mismo, ni su prendimiento, ni el juicio que le realizan tanto la autoridad judía, el Sanedrín, como la romana, Poncio Pilato, ni su pasión. Sí realiza en cambio una afirmación contundente:

[Los judíos a Jesús] no le mataron ni le crucificaron, sino que les pareció así. Los que discrepan acerca de él, dudan. No tienen conocimiento de él, no siguen más que conjeturas. Pero ciertamente, no le mataron (C. 4, 157).


La polémica sobre la muerte real y verdadera de Jesús no es privativa del islam. En el ámbito del propio cristianismo, dicha polémica se desarrolla con prontitud, siglos antes de que la religión islámica se vislumbre si quiera en lontananza. Y así, aunque los cuatro evangelistas sin excepción y sin diferencias en este punto, afirmen con rotundidad que Jesús murió y que al tercer día de muerto, resucitó (Mt 28, 1-8; Mc 16, 2-6; Lc 24, 1-8; Jn 20, 1-18), en seguida tomaron cuerpo en el seno del cristianismo herejías que, por una u otra razón, de una u otra forma, sostenían que Jesús no había muerto en la cruz.

La primera herejía que rebate dicha hipótesis lo hace sobre la base de que Jesús no tuvo una forma física real, sino solo aparente. Así las cosas, su muerte en la cruz habría sido igualmente aparente, no real. Se trata del docetismo, en pleno auge en tiempos tan tempranos como el s. II.

Abundando en la idea de que Jesús no muere en la cruz, aunque en otra dirección, uno de los heresiarcas gnósticos, Basílides (primera mitad del s. II), formula la tesis de que el que entrega su vida en el madero, haciendo creer a los judíos que ya se han desembarazado del inquietante Jesús de Galilea, no es en realidad él, sino Simón de Cirene, personaje que citan los tres Sinópticos y al que, según ellos, los judíos obligaron a portar la cruz de Jesús (Mc. 15, 21 y equivalentes). Habría ocurrido que, de manera milagrosa, Jesús habría infundido su propia apariencia al pobre desgraciado, del que Marcos nos informa que volvía del campo y era padre de Alejandro y de Rufo.

En parecidos términos se expresa un apócrifo, el conocido como Hechos de Juan, en el que, bajo la forma de revelaciones al apóstol amado para que éste las traslade al resto del Colegio apostólico, Jesús le dice a Juan:

Tampoco yo soy el que está sobre la cruz (HchJn 99, 1).


Esta opinión adquiere tal envergadura que san Ireneo de Lyon (hacia 130- hacia 208) en su obra Contra las herejías, y Orígenes (hacia 185-254) en su obra Contra Celso, se consideran obligados a dedicar lo mejor de su artillería dialéctica a rebatir los argumentos de los que sostienen que Jesús no murió en la cruz. La cosa tiene su importancia, pues como advierte el mismo Orígenes, quien murió realmente, caso que resucite, resucita realmente; pero quien sólo aparentemente muriera, no resucitaría verdaderamente.

El Corán no se pronuncia por ninguna fórmula en concreto, y lo deja todo en un difuso ni le mataron ni le crucificaron, sino que les pareció así (C. 4, 157). Otra cosa es que hubiera dicho “no lo mataron”, sino que les “pareció así” , lo que abriría las puertas a la posibilidad de que Jesús sí hubiera sido crucificado, pero, por haber sobrevivido a la tortura -se conocen casos en la historia-, no hubiera muerto. Tesis por cierto, la de que Jesús habría sobrevivido a su tortura en la cruz, a la que se abona una secta islámica moderna, la secta ahmadí, la cual sostiene además que, después sobrevivir al tormento, Jesús habría proseguido su misión para morir finalmente a la edad de 120 años en Srinagar (Cachemira, India). Los componentes de esta secta incluso veneran en dicha ciudad una tumba en cuyo interior, sostienen, se hallaría enterrado Jesús.

Una segunda tesis entre las muchas existentes en la literatura musulmana por lo que hace al tema que ahora nos concierne, es la del persa Manhajus Sadiqueen, para el cual, no sólo no es Jesús el que muere en la cruz aquel viernes del mes judío de nisán de la primera mitad del siglo I, sino que el que verdaderamente lo hace es el apóstol Judas, al cual Dios habría transferido la apariencia de Jesús.

Ahora bien y volviendo al tema que nos ocupa, ¿qué final espera a Jesús, según el Corán, si éste no fue, como se dice en los Evangelios, el de su muerte en la cruz? La respuesta la hallamos dispersa en varios pasajes del libro sagrado de los musulmanes. En el primero de ellos leemos:

Ciertamente, no le mataron [a Jesús], sino que Dios lo elevó a Sí (C. 4, 157-158).


En el segundo, dice Dios:

Jesús, voy a llamarte a Mí, voy a elevarte a Mí, voy a librarte de los que no creen (C. 3, 55).


Así pues, Jesús elevado a Dios: ¿no le resulta la escena familiar al lector de los Evangelios? Claro que sí, pues final parecido deparan éstos a la figura del Nazareno. Nos lo cuenta Lucas, si bien en este caso preferimos el relato que hace en los Hechos de los Apóstoles, también de su autoría, que el que realiza en su propio evangelio:

[...] y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra. Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube, le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo (Hch 1, 8-11).


De acuerdo con el Corán, y a semejanza de lo que relatan los Evangelios, Jesús es, pues, elevado a Dios. Ahora bien, ¿quiere ello decir que Jesús, a semejanza de lo que se extrae también de los evangelios, es inmortal en el Corán? Una aleya se revela clarificadora al respecto, aquella en la que se lee:

¿Quién podría impedir a Dios que, si El quisiera, hiciera morir al Ungido, hijo de María, a su madre, y a todos los de la tierra? (C. 5, 17)?


De donde cabe concluir que Jesús estaría vivo, por lo menos, en el momento en el que el Corán se está escribiendo, sin excluir que pueda seguir vivo al día de hoy. A mayor abundamiento, el propio Jesús parece estar diciendo lo mismo cuando afirma:

La paz sobre mí el día que nací, el día que muera [¿quiere decir que aún no está muerto?] y el día que sea resucitado a la vida (C. 19, 33).


Y también cuando responde a Dios una vez que ya ha sido elevado al cielo, y en la que el solo hecho de estar hablando con El, parece indicar que Jesús está vivo:

Fui testigo de ellos mientras estuve entre ellos, pero después de llamarme a Ti, fuiste Tú quien les vigiló (C. 5, 118).


Como quiera que sea, el privilegio reservado a Jesús es tan especial, que no le es dado ni siquiera al gran profeta del islam, Mahoma. Sirve a tu Dios hasta que venga a ti la cierta [la muerte] le dice Dios (C. 15, 99). Y nos consta que Mahoma murió de muerte natural, producida, como se sabe, en 632.

Dos aleyas vienen a añadir más confusión si cabe. La primera es aquélla en la que Dios interpela a Mahoma con estas palabras:

No hemos hecho eterno a ningún mortal antes de ti. Muriendo tú ¿otros iban a ser inmortales? (C. 21, 34).


En la segunda el interpelante sigue siendo Dios, pero el interpelado es Jesús:

No está bien que un mortal [el mortal al que aquí alude Dios no es otro que el mismísimo Jesús] a quien Dios da la Escritura, el juicio y el profetismo, vaya diciendo a la gente: ¡Sed siervos míos y no de Dios!(C. 3, 79).


Y, a mayor abundamiento, hasta el propio Jesús lo reconoce de sí mismo:

Paz sobre mí [...] el día que muera y el día que sea resucitado a la vida (C. 19, 33).


Así pues, Jesús ¿es inmortal o no lo es? En principio, para el Corán nadie en el mundo, ni siquiera Mahoma, es inmortal. Y Jesús, como con toda claridad se lo recuerda Dios (C. 3, 79), tampoco. Y sin embargo, Jesús, como hemos visto, parece estar vivo cuando se escribe el Corán. Una solución se nos presenta como la más plausible: ¿no será que Jesús, más que inmortal, al modo de Elías o Henoc, es, mas bien, longevo al modo de Matusalén (novecientos sesenta y nueve años cuando murió, según Ge. 5, 27), Lamec (setecientos setenta y siete, según Ge. 5, 31), o Noé (novecientos cincuenta años, según Ge. 9, 29) y que, en consecuencia, aunque su vida haya sido muy larga e incluso pueda estar vivo todavía, un día habrá de morir? Una aleya se revela clave en la respuesta a este interrogante. Una vez más, refiriéndose a Jesús, dice el Corán:

Entre la gente de la Escritura, no hay nadie que, antes de su muerte [se refiere a la muerte de Jesús], no vaya a creer en él [en Jesús] (C. 4, 159).


Aleya de la que, aparte del hecho de que un día Jesús se erigirá en triunfador de las gentes de la Escritura que no creen en él, esto es, los judíos, cabe obtener, en conjunción con lo dicho más arriba, tres premisas. Primero, Jesús está vivo, desde luego, en el momento en el que se está escribiendo el Corán. Segundo, Jesús está vivo después, e incluso hoy día, pues aún siguen sin creer en él aquéllos a los que se dirige esta aleya, esto es, los judíos. Pero tercero, y no menos, Jesús tiene que morir, como se colige sin lugar a dudas, de la expresión antes de su muerte (C. 4, 159).

Y una conclusión: si está vivo -y no está en este mundo-, y si ha de morir -y nada indica que no lo haya de hacer en este mundo como el resto de los mortales-, es que necesariamente ha de volver a él. Tal interpretación que podría parecer descabellada, no lo es en modo alguno, sino que, muy al contrario, es perfectamente coherente con lo sostenido en otros pasajes del Corán. En tal sentido iría la más plausible de las posibles interpretaciones de la aleya en la que, hablando de Jesús, dice Dios:

Será [su venida, la de Jesús, si interpretamos correctamente] un medio de conocer la Hora [la del fin del mundo, si interpretamos correctamente] (C. 43, 61).


Y también aquélla en la que dice:

El día de la resurrección servirá [Jesús] de testigo contra ellos [los que no crean en Él] (C. 4, 159).


El hecho cierto es que la sunna o tradición islámica, no tiene ninguna dificultad en aceptar que el hijo de María ha de regresar al mundo. También acepta que, amén de él, lo hará otro personaje, llamado a establecer el gran reino musulmán de equidad y justicia, el cual será el propiamente llamado mahdi. Ahora bien, para un sector muy específico del mundo islámico, concretamente la escuela jurídica musulmana safí fundada por Abu Abd Allah as-Safí (m. 820), el protagonismo de tan mesiánico regreso ni siquiera lo comparte Jesús con nadie, pues el mesías-mahdi que ha de venir, no es otro que él mismo.


Y con esto hemos concluido esta miniserie. Saludos cordiales de Luis Antequera
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