Los Diez Mandamientos. Observaciones elementales

Hoy escribe Antonio Piñero:

Iniciamos una miniserie sobre la historia de los Diez mandamientos ciñéndonos a una cuantas observaciones, que procuraremos básicas, sobre los resultados de una crítica elemental de los textos.

Entre las escenas más famosas de la Biblia se halla sin duda la de la proclamación por Dios de los Diez Mandamientos en la montaña del Sinaí. La pintura es bien conocida: la roca áspera y desolada, Moisés y Dios cara a cara en medio de terribles fenómenos atmosféricos -truenos, relámpagos, nube densa sobre la montaña y sonido muy fuerte como de trompeta- mientras el pueblo se mantenía alejado por temor a ser herido por la inmediata presencia divina.

He aquí la escena:

Al tercer mes después de la salida de Egipto, ese mismo día, llegaron los hijos de Israel al desierto de Sinaí. Partieron de Refidim, y al llegar al desierto de Sinaí acamparon en el desierto. Allí acampó Israel frente al monte. Moisés subió hacia Dios. Yahvé le llamó desde el monte […] Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.” […] Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta […] Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahvé había descendido sobre él en el fuego […]. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. Yahvé bajó al monte Sinaí, a la cumbre del monte; llamó Yahvé a Moisés a la cima de la montaña y Moisés subió […]Entonces pronunció Dios todas estas palabras diciendo:«Yo, Yahvé, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre.


Entonces la voz de Dios va desgranando solemnemente los diez preceptos fundamentales por los que ha de regirse Israel y la humanidad toda que desee mantenerse fiel en la adoración del verdadero Dios.

Como es sabido, la Biblia afirma siempre y constantemente que el transmisor de estos mandatos divinos es Moisés, el que dirigió al pueblo en su liberación milagrosa de las manos de los egipcios. Este éxodo –que no es histórico tal como lo pinta la leyenda bíblica- debió de tener lugar sólo para un grupo de habiru, hebreos, hacia el 1200 a.C. y los comentaristas están de cuerdo en que por estas fechas pudo discurrir la vida de Moisés como figura histórica.

La Biblia nos relatan por duplicado la promulgación del Decálogo, en el Éxodo y en el Deuteronomio, pero los textos pertinentes distan mucho de ser sencillos y carentes de problemas históricos. Los dos libros se hallan insertos en ese primer bloque de historias bíblicas que giran en torno a Moisés y la Ley que se suele llamar "Pentateuco" (en griego pénte + tà teúche: los "cinco rollos”, o libros, también entendidos como “utensilios” que sirven de modo de conocimiento para la vida religiosa del pueblo israelita). En estos libros los pasajes narrativos se combinan con una maraña de preceptos legales formando un dédalo complicado de noticias por el que es difícil caminar sin perderse. Un estudioso del siglo pasado, Julius Wellhausen, calificó este primer bloque de libros de la Biblia como un "laberinto de historias". Y en concreto las narraciones repetidas en torno al Decálogo producen la sensación de "una acumulación barroca" e inextricable de datos, en expresión de otro sabio en la materia, Georg von Rad.

¿Dónde y cómo tuvo lugar la manifestación divina?

Sobre este tema gira nuestra primera observación básica.

Las primeras dudas del lector avisado surgen cuando se pretende fijar el emplazamiento geográfico de la manifestación de Dios al promulgar los Diez Mandamientos. Según el libro del Éxodo (cap. 20), ésta aconteció en el monte Sinaí. Por el contrario, el Deuteronomio (4,9-13) nos dice que el Decálogo se proclamó en el monte Horeb (el mismo en el que se fraguó la rebelión del pueblo que fabricó el becerro de oro, y el lugar en el que el profeta Elías vuelve a sentir la presencia de Dios: 1 Reyes 19,8):

Ten cuidado y guárdate bien, no vayas o olvidarte de estas cosas que tus ojos han visto, ni dejes que se aparten de tu corazón en todos los días de tu vida; enséñaselas, por el contrario, a tus hijos y a los hijos de tus hijos. El día que estabas en el Horeb en presencia de Yahvé tu Dios, cuando Yahvé me dijo: «Reúneme al pueblo para que yo les haga oír mis palabras a fin de que aprendan a tenerme mientras vivan en el suelo y se las enseñen a sus hijos»,vosotros os acercasteis y permanecisteis al pie de la montaña, mientras la montaña ardía en llamas hasta el mismo cielo, entre tinieblas de nube y densa niebla. Yahvé os habló de en medio del fuego; vosotros oíais rumor de palabras, pero no percibíais figura alguna, sino sólo una voz. El os reveló su alianza, que os mandó poner en práctica, las diez Palabras que escribió en dos tablas de piedra (Dt 4,9-13)


El establecimiento geográfico se complica con la siguiente precisión:

Estos son los estatutos, preceptos y normas que dictó Moisés a los israelitas a su salida de Egipto, al otro lado del Jordán, en el valle próximo a Bet Peor, en el país de Sijón, rey de los amorreos, que habitaba en Jesbón, aquel a quien Moisés y los israelitas habían batido a su salida de Egipto, y cuyo país habían conquistado, así como el país de Og, rey de Basán, - los dos reyes amorreos del lado oriental del Jordán, desde Aroer, que está situada al borde del valle del Arnón, hasta el monte Siryón (esto es, el Hermón) , con toda la Arabá del lado oriental del Jordán, hasta el mar de la Arabá, al pie de las laderas del Pisgá . Moisés convocó a todo Israel y les dijo: Escucha, Israel, los preceptos y las normas que yo pronuncio hoy a tus oídos. Apréndelos y cuida de ponerlos en práctica. Yahvé nuestro Dios ha concluido con nosotros una alianza en el Horeb. No con nuestros padres concluyó Yahvé esta alianza, sino con nosotros, con nosotros que estamos hoy aquí, todos vivos. Cara a cara os habló Yahvé en la montaña, de en medio del fuego; yo estaba entre Yahvé y vosotros para comunicaros la palabra de Yahvé, ya que vosotros teníais miedo del fuego y no subisteis a la montaña. Dijo: «Yo soy Yahvé tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre.Dt 4,44-5,1),


pues este texto da entender que la audición fue en un lugar y la proclamación en otro.

Es cierto que en una ocasión el libro del Éxodo identifica Horeb con Sinaí (33,6), pero en general los señala como distintos situándolos a la distancia de un día de camino (17,6). Produce extrañeza que en una tradición tan fundamental existan disparidades sobre su localización geográfica precisa.

Otra duda sustancial brota de la lectura del capítulo 34 del Éxodo. Según este pasaje, sabemos que las dos tablas primitivas que contenían los Diez Mandamientos fueron destruidas por Moisés, lleno de rabia por la falta de paciencia del pueblo. El primer Decálogo, pues, se perdió. Entonces ordenó Dios a Moisés tallar otras dos nuevas tablas para escribir en ellas lo que había sobre las primeras que quebró Moisés. Pero nuestra sorpresa es grande cuando leemos que lo que promulga Dios al renovar su alianza con Israel no son los Diez Mandamientos, sino otros muy distintos: no fabricarse dioses de fundición, guardar la fiesta de los panes ázimos, es decir, la Pascua, consagrar a Dios los primogénitos, observar el sábado y la Fiesta de las Semanas, etc. Por consiguiente, no queda claro en el texto sagrado cuándo se tallaron esos fundamentales decretos.

He aquí el texto. Primero el escenario:

Dijo Yahvé a Moisés. «Labra dos tablas de piedra como las primeras, sube donde mí, al monte y yo escribiré en las tablas las palabras que había en las primeras tablas que rompiste. Prepárate para subir mañana temprano al monte Sinaí; allí en la cumbre del monte te presentarás a mí. Que nadie suba contigo […] Labró Moisés dos tablas de piedra como las primeras y, levantándose de mañana, subió al monte Sinaí como le había mandado Yahvé, llevando en su mano las dos tablas de piedra. Descendió Yahvé en forma de nube y se puso allí junto a él. Moisés invocó el nombre de Yahvé. Yahvé pasó por delante de él y exclamó: «Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad […] «Mira, voy a hacer una alianza; realizaré maravillas delante de todo tu pueblo […]


Luego una alianza que no contiene un decálogo, sino otro conjunto de preceptos, algunos de los cuales son semejantes al Decálogo:

No te postrarás ante ningún otro dios, pues Yahvé se llama Celoso, es un Dios celoso. No hagas pacto con los moradores de aquella tierra […] No te harás dioses de fundición. Guardarás la fiesta de los Ázimos; siete días comerás ázimos como te he mandado, al tiempo señalado, esto es, en el mes de Abib, pues en el mes de Abib saliste de Egipto. Todo lo que abre el seno es mío, todo primer nacido, macho, sea de vaca o de oveja, es mío. El primer nacido de asno lo rescatarás con una oveja; y si no lo rescatas, lo desnucarás. Rescatarás todos los primogénitos de tus hijos, y nadie se presentará ante mí con las manos vacías. Seis días trabajarás, mas en el séptimo descansarás; descansarás en tiempo de siembra y siega. Celebrarás la fiesta de las Semanas: la de las primicias de la siega del trigo, y también la fiesta de la recolección al final del año. Tres veces al año se presentarán todos tus varones ante Yahvé, el Señor, el Dios de Israel. Pues cuando yo expulse a los pueblos delante de ti y ensanche tus fronteras, nadie codiciará tu tierra cuando tres veces al año subas a presentarte ante Yahvé, tu Dios. No inmolarás con pan fermentado la sangre de mi sacrificio, ni quedará hasta el día siguiente la víctima de la fiesta de Pascua. Llevarás a la casa de Yahvé, tu Dios, lo mejor de las primicias de los frutos de tu suelo. No cocerás el cabrito en la leche de su madre.» Dijo Yahvé a Moisés: «Consigna por escrito estas palabras, pues a tenor de ellas hago alianza contigo y con Israel.»


Confirmación de que estos preceptos fueron los dictados en el Sinaí y no en el Horeb:

Moisés estuvo allí con Yahvé cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Y escribió en las tablas las palabras de la alianza, las diez palabras. Luego, bajó Moisés del monte Sinaí y, cuando bajó del monte con las dos tablas del Testimonio en su mano, no sabía que la piel de su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con él. Aarón y todos los israelitas miraron a Moisés, y al ver que la piel de su rostro irradiaba, temían acercarse a él. Moisés los llamó. Aarón y todos los jefes de la comunidad se volvieron a él y Moisés habló con ellos. Se acercaron a continuación todos los israelitas y él les conminó cuanto Yahvé le había dicho en el monte Sinaí. Cuando Moisés acabó de hablar con ellos, se puso un velo sobre el rostro. Siempre que Moisés se presentaba delante de Yahvé para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía, y al salir decía a los israelitas lo que Yahvé había ordenado (Ex 34,1-34).


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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