“La familia en el movimiento de Jesús” (Comentario a “Jesús y sus discípulos” IV)

Hoy escribe Antonio Piñero:

Seguimos con el comentario al libro de S. Guijarro. En este artículo sobre "Jesús y la familia" se pregunta el autor por qué existe en el cristianismo naciente una evolución notable en la valoración de la familia respecto a Jesús, pues una buena parte de las tradiciones sobre él lo presentan en una actitud antifamiliar o por lo menos afamiliar.

Es bien sabido cómo Jesús exige a sus discípulos más íntimos romper con la familia: Mc 1,20 (los hijos del Zebedeo dejan a su padre siguen a Jesús; o Lc 14,26: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre, mujer e hijos…; etc.), lo que contrasta -en primer lugar- con otras tradiciones del mismo Jesús que valoran a la familia y el matrimonio Mc, 10,2-12 (discusión sobre el repudio/divorcio).


Si se avanza cronologicamente se observa otro contraste entre la postura de jesús con la aceptación crítica de la familia por parte de Pablo (1 Corintios 7) y la aceptación notablemente entusiasta de la familia y de la casa, como centro de ella en la generación cristiana posterior, sobre todo en las Epístolas Pastorales. En este corpus incluso se recomienda a las jóvenes que se casen y tengan hijos (1 Timoteo 2,15) ¿Cómo se explica este cambio? ¿Hay algún punto de continuidad entre Jesús y sus seguidores que haga este cambio menos abrupto?

Para responder a estas cuestiones, Guijarro se detiene en definir y precisar cómo era la estructura del movimiento de Jesús y llega a la conclusión de que “era éste un movimiento campesino de masas”, semejante a otros en el Israel del momento, que reunió a muchos seguidores entre los cuales había discípulos especiales que seguían al Maestro a todas horas. A éstos “Jesús les pidió que asumieran la forma de vida de los campesinos desarraigados” –que habían perdido sus familias por la política herodiana que les había hecho caer en deudas imposibles de pagar- “a los cuales debían anunciar la inminente intervención de Dios como rey y patrón de su pueblo”.

“Esa nueva forma de vida incluía la renuncia a la familia y a todo lo que ella significaba en aquella sociedad, pero a cambio Jesús ofrecía una nueva familia en la que podían vivir como hermanos (Mc 3,35: ‘El que hace la voluntad de Dios ése es mi hermano, y mi hermana y mi madre’) teniendo a Dios como Padre”.

“A estos discípulos les encomendó que fueran anunciando por las casas la buena noticia del Reino, que se hacia presente a través de la sanación y la comensalidad abierta. El resultado de este anuncio fue la adhesión al movimiento de algunas familias, que se convirtieron en la base social del movimiento ya durante el ministerio de Jesús”.

“El rechazo de Jesús en Jerusalén y su muerte hizo que el movimiento cambiara significativamente de configuración. Dejó de ser un movimiento campesino de masas y se convirtió en un movimiento discipular, formado por discípulos más cercanos de Jesús y por los grupos familiares que habían acogido su mensaje. Tanto unos como otros se habían configurado internamente según el modelo de las relaciones familiares, reformuladas a partir de la experiencia de la paternidad de Dios. Este hecho explica la importancia que tuvo la casa y la familia en los grupos de discípulos que surgieron en Israel a lo largo de la primera generación. Aunque estos grupos se organizaron y configuraron de formas distintas, en todos ellos la casa y el grupo familiar, como realidad y como metáfora, desempeñaron un papel decisivo”.

Guijarro concluye: “La conclusión más importante de este estudio es que existe una continuidad fundamental dentro del movimiento de Jesús (es decir, antes de su muere y después de su muerte) en lo que se refiere al papel de la familia y la actitud ante ella” (p. 168).

Nuestra opinión:

En mi opinión el artículo, aunque tiene evidentes aciertos, falla a la hora de explicar y poner de relieve el marco que explica verdaderamente por qué Jesús tuvo una cierta actitud antifamiliar (esto habría también que matizarlo, pero no es el momento), que Guijarro señala al principio del artículo, y la actitud profamilia que se percibe clarísimamente sobre todo en la segunda generación cristiana. Este marco sociológico y teológico es -en nuestra opinión-la inminencia del fin del mundo presente, tal como lo entendía Jesús, que iba a dar paso a otro mundo renovado y restaurado, en la tierra de Israel naturalmente, en el cual se instauraría el reinado de Dios, el reino mesiánico.

En esos momentos cruciales, en los que Jesús y sus discípulos predicaban, se hacía hincapié especial en unos preceptos éticos especiales, cuyo conjunto Albert Schweitzer llamó “interina”, normas que no tendrían efecto cuando se instaurara el Reino de Dios. Por el contrario, el marco de los seguidores de Jesús tras su muerte, en concreto el de los destinatarios de Lucas-Hechos y sobre todo de las Pastorales es totalmente distinto: es una Iglesia sobre todo urbana, asentada más o menos en el Imperio, que aguarda una segunda venida de Jesús en momentos más bien lejanos. En ese marco no hay lugar para unos preceptos éticos, interinos y radicales, pensados por Jesús para momentos concretos anteriores al "fín" del mundo, que de llevarse a cabo en su integridad total fuera de esos instantes especiales harían imposible cualquier tipo de sociedad.

Esa ética interina exigía, a los que se dedicaban en exclusiva a predicar el Reino de Dios que iba a venir, no sólo a) la renuncia a la familia, sino también b) a las posesiones, al dinero, y c) al trabajo manual.

Pero luego cuando se hubiere instaurado el Reino, y hubieren cambiado las condiciones, la norma de vida del Israel restaurado que preconizaba Jesús habría de ser la Ley de Moisés, profunda y esencialmente entendida tal como la predicó Él mismo. Pero en ese reino, mesiánico, volvería la familia, el trabajo y las posesiones (“el ciento por uno en casas y posesiones”: Mc 10,30), etc.

El fundamento de la renuncia a la familia durante esos momentos previos al Reino que caracterizan la predicación de Jesús podría ser el señalado por Guijarro: formar cuerpo con los campesinos desarraigados. Pero probablemente la explicación es más sencilla:

a) los que se dedicaban a predicar por todo Israel –y que necesariamente tenían que llevar una vida itinerante- tendrían una vida aún más incómoda si tuvieran que arrastrar a toda su familia consigo mientras iban de un lugar a otro.
y b) sin la carga de la familia podían dedicarse con mayor facilidad “a las cosas de Dios Padre” (Lc 2,49) o “a las cosas del Señor” (en expresión de Pablo cuando recomienda la virginidad en 1 Corintios 7,32).

Es cierto que el grupo de seguidores íntimos de Jesús, en los momentos anteriores –según pensaban- a la venida del Reino, formaba una suerte de “familia espiritual”, unida por los vínculos de la fe. Y parece cierto también que Jesús afirmaba que si la familia natural impedía el dedicarse por entero a la voluntad de Dios debía ser apartada (Mc 3,30-35). Pero no es preciso hacer un hincapié especial en que la familia espiritual sustituía -en el pensamiento de Jesús- a la otra para siempre, sino sólo en esos momentos precisos antes de la venida del reino mesiánico. Luego Jesús supone que no habrá oposición entre ambas: todo el mundo cumple la ley de Dios.

Las últimas líneas de la conclusión de Guijarro no hacen justicia ni siquiera a lo que él mismo acepta como probado al principio de su artículo (diferencia entre Jesús y Pastorales, por ejemplo). No existe “una continuidad fundamental”; hay una clara diferencia. No veo claro que la “continuidad” se dé simplemente porque los discípulos, sobre todo los Doce, fueran los mismos antes y después de la muerte de Jesús y porque algunas familias que antes de su pasión creían en él, siguieron creyendo tras su muerte. Este dato obvio no basta para fundamentar una continuidad en las concepciones en torno a la familia.

Para explicar esta diferencia no es necesario recurrir más que al retraso evidente de la segunda venida de Jesús, la parusía, que al principio del movimiento cristiano se esperaba también inmediata. Pero la “experiencia de Dios como Padre” no justifica por sí misma ninguna reformulación de la familia: esa experiencia de la paternidad divina existía por igual tanto entre los seguidores de Jesús antes de su muerte como en los seguidores del Jesús resucitado, que son los destinatarios de las Pastorales.


Otra modesta precisión: “La buena noticia del reino que se hace presente –además de por sanación- por la comensalidad “abierta” -según Guijarro-, introduce un adjetivo, “abierta” que quizá no fuera para nada esencial en el pensamiento del Jesús histórico, quien no formó nunca –a pesar de lo que se suele mantener- un grupo abierto, paritario, igualitario, donde las mujeres pesaban igual que los varones, etc. En mi opinión, la “comensalidad”, el banquete es signo de la bienandanza y abundancia de bienes materiales que caracterizarán el futuro reino de Dios. La alegría del buen comer y beber en un banquete era el mejor símbolo de la abundancia de bienes materiales (y espirituales) del reino mesiánico. Pude designarse como abierto, porque participa en él todo aqué que se arrepiente y se dispone a recibir el Reino.

Saludos cordiales, Antonio Piñero.
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