Muertes paralelas: Juan el Bautista y Jesús de Nazaret

Hoy escribe Fernando Bermejo

Retomo hoy el tema de los paralelismos entre los predicadores judíos Juan el Bautista y Jesús de Nazaret, al que dediqué la mayoría de mis posts entre los meses de Febrero y Julio de 2007, con el objeto de finalizarlo y extraer conclusiones. El códice Tchacos, y en especial el Evangelio de Judas, nos han ocupado durante algunos meses, y en su momento volveremos a abordarlo.

A los numerosos paralelismos ya señalados entre estos dos judíos que vivieron a finales de la época del Segundo Templo cabe añadir también el de que ambos fueron suprimidos por las autoridades políticas de su tiempo, y por razones –relacionadas ciertamente con la predicación de ambos– de orden político.

Juan el Bautista fue eliminado por el tetrarca de Galilea Herodes Antipas. A pesar de que el evangelio de Marcos cuenta una historia determinada, y Flavio Josefo otra sensiblemente distinta –cuyas divergencias son bien conocidas para nuestros lectores–, ambos coinciden en atribuir a Antipas la ejecución de Juan. No hay el menor motivo para dudar de la fiabilidad del dato.

La razón de esa ejecución es claramente señalada por Josefo, y se deriva de lo dicho en su momento sobre la dimensión política del mensaje religioso del Bautista y sobre su figura: el carácter carismático de éste, cuya capacidad de convicción arrastraba a multitudes, hizo temer a Antipas la posibilidad de que el entusiasmo escatológico y la crítica moral contenida en el mensaje de Juan acabara derivando en alguna acción sediciosa (stásis) que pusiera en peligro el orden público y la estabilidad de su gobierno. Teniendo en cuenta que Antipas fue un individuo astuto que se mantuvo durante varias décadas en el poder –y que por tanto debió de sopesar cuidadosamente los pros y los contras de matar a un individuo respetado por el pueblo como era Juan (de hecho, parece haberle tenido preso durante un tiempo antes de matarlo)–, es razonable pensar que sus temores no fueran el producto de una calenturienta mente hipocondríaca. Probablemente, y aunque el Bautista no era en absoluto un revolucionario político, los temores de Antipas tenían cierta base

Por lo que respecta a Jesús de Nazaret, fue eliminado por las autoridades romanas mediante crucifixión, una pena romana. La implicación en su muerte de algunos dirigentes judíos es posible –aunque algunos estudiosos consideran esta idea como el resultado de infundios antijudíos–, pero no hay duda de que la autoridad política que condenó a Jesús fue el poder romano en Judea, representado por Poncio Pilato. Sobre las implicaciones políticas de la predicación de Jesús hemos hablado en su momento, pero para comprender la eliminación del galileo es necesario recordar que la historicidad de la noticia de la algarada provocada por Jesús en el Templo de Jerusalén es altamente probable, y que la noticia relativa a que al menos algunos de los seguidores de Jesús iban armados es virtualmente cierta: el criterio de dificultad se aplica aquí con total contundencia (como José Montserrat nos ha recordado recientemente en su libro El galileo armado). Ahora bien, un incidente que ponía en peligro el orden público en una época como la Pascua (en la que Jerusalén veía multiplicada su población varias veces por la afluencia de peregrinos), llevado a cabo por un individuo con pretensiones mesiánicas y secundado por un grupo (al menos en parte) armado, era, comprensiblemente, motivo más que suficiente para que la autoridad romana considerase la conveniencia de sacarse de en medio a tal individuo (las historietas de los evangelios sobre Poncio Pilato son esencialmente puras ficciones). La necesidad de evitar males mayores (el temor de que en la Pascua se provocaran algaradas y, por tanto, la intervención de las fuerzas romanas con consiguiente baño de sangre, estaba más que fundado en la lógica y la experiencia) llevó a las autoridades a suprimir a Jesús.

Esta reconstrucción de la muerte de Jesús no descarta necesariamente la existencia de otras tensiones y malestar hacia su figura por parte de algunas autoridades religiosas (¿cómo se sentirían muchos de los jerarcas eclesiásticos actuales frente a un predicador que denunciase sin tapujos sus contradicciones, su hipocresía, sus tejemanejes con poderes políticos y su -en ocasiones- miseria moral?), pero no las considera verosímiles como causa principal y determinante de la muerte del Jesús histórico. Además, es consistente con los reveladores rastros que en la tradición sinóptica apuntan a que Herodes Antipas buscó la muerte de Jesús; en efecto, las razones de Antipas no pudieron ser en modo alguno de orden religioso o moral (lo que al tetrarca le importaba bien poco), sino del mismo tipo que las que le llevaron a ejecutar al Bautista, es decir, sociopolíticas.

A la luz de estas consideraciones resulta obvio el paralelismo entre los destinos de Juan el Bautista y Jesús, y se hace visible que ese paralelismo es aún mayor y más significativo de lo que la tradición cristiana y la exégesis confesional moderna parecen estar dispuestas a reconocer: las actividades de ambos carismáticos sembraron inquietud en las autoridades, que las juzgaron potencialmente peligrosas; ambos fueron arrestados y eliminados violentamente, aunque ninguno de los dos fuera necesariamente un revolucionario. Sus muertes tuvieron un significado similar: una y otra parecen haber sido ejecuciones cautelares, por parte de las autoridades, de predicadores religiosos cuyo mensaje tenía implicaciones políticas, con el objeto de preservar el orden público. Siendo así, el dicho de Mt 17, 12, que crea un paralelismo entre los destinos de Juan y de Jesús, resulta coincidir –independientemente de si cabe o no atribuirlo a Jesús– con lo históricamente verosímil, constituyendo una clave para comprender el dramático destino del predicador galileo.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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