Las mujeres en los Hechos Apócrifos de Pablo (III)



Escribe Gonzalo del Cerro

Tecla en Seleucia (HchPlTe 44-45)

La leyenda de Tecla continúa con su vida de penitencia en Seleucia. Dos grupos de códices nos dan testimonio de su final. Ambos están recogidos por A. Lipsius después del texto de los HchPlTe y señalados como capítulos 44 y 45. El grupo ABC cuenta que Tecla vivió en una caverna de Seleucia, donde realizaba frecuentes curaciones. Pero unos ciudadanos, griegos de religión y médicos de profesión, propalaron la especie de que curaba gracias a la diosa Ártemis (Diana) de la que era particularmente devota, pero que perdería sus poderes si perdía su virginidad.Como es sabido, la diosa Ártemis era tan amiga de la virginidad como de la caza. En el Hipólito de Eurípides mantiene un contencioso con Afrodita porque la diosa del amor no podía inclinar al joven Hipólito a lides amorosas. Era más bien devoto de Ártemis y de sus prácticas. En el mito de Acteón, el que fuera devorado por sus propios perros, el castigo le fue impuesto por Ártemis, entre otras explicaciones, porque pretendió casarse con la diosa.

Los médicos de Seleucia, molestos por la competencia que les hacía Tecla con sus curaciones milagrosas, enviaron a unos jóvenes disolutos para que la hicieran perder la virginidad. Pero ella huyó a través de la roca hasta llegar a Roma. Allí se enteró de que Pablo ya había muerto. Permaneció no mucho tiempo y "se durmió con un hermoso sueño" (HchPlTe 43). Fue sepultada a dos o tres estadios de distancia del sepulcro de Pablo. Había sido condenada a la hoguera cuando tenía 17 años; y a las fieras a los 18. Vivió luego 72 años en Seleucia. Fueron, pues, los años de su vida 90 años. Se durmió en el Señor el día 24 de septiembre, en el que se celebra su fiesta.

El texto del códice G añade variados detalles a la leyenda recogida por los documentos ABC. Una nube luminosa guió a Tecla hasta Seleucia. Llegada a la ciudad, se retiró como a un estadio de distancia porque temía a los habitantes que eran idólatras. Allí pasó muchos años sufriendo numerosas tentaciones, de las que salió victoriosa por la gracia de Cristo. Muchas mujeres acudieron a escuchar su enseñanza y se unieron a su causa. Sus numerosas curaciones le granjearon una fama que se extendió por los alrededores. Le llevaban enfermos que se curaban muchas veces cuando se acercaban al lugar donde se encontraba Tecla, lo que produjo un cierto quebranto económico en los médicos de la ciudad. Ellos fueron los que tramaron el perverso plan que salvaría su economía y borraría la fama y el aprecio que rodeaban a la ermitaña.

Pensaban que sus poderes le venían de la diosa virgen Ártemis, porque Tecla era también virgen, y la diosa le concedía cuanto le pedía. Pero perdería esos poderes en cuanto perdiera su virginidad. Tomaron a unos jóvenes disolutos, los llenaron de vino y les prometieron abundante dinero si robaban a Tecla su virginidad. Ella les abrió la puerta y mantuvo con ellos un diálogo en el que le declararon abiertamente sus intenciones. Como ella se resistía, la tomaron a la fuerza. Entonces Tecla elevó los ojos al cielo y oró al Dios con palabras que recordaban los beneficios recibidos a lo largo de su vida: "Oh Dios terrible e inigualable, glorioso ante tus adversarios, que me salvaste del fuego, que no me dejaste en mano de Támiris, que no me entregaste a Alejandro, que me liberaste de las fieras y me salvaste del abismo, que en todas partes realizaste tu obra conmigo y glorificaste tu nombre en mí, líbrame ahora de estos hombres impíos y no permitas que ultrajen mi virginidad, que he guardado hasta ahora por tu nombre, porque te quiero, te deseo y te adoro a ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo". Dios le respondió: "No temas, Tecla, mi sierva verdadera: yo estoy contigo" (HchPlTe 40, 30-40).

La roca se abrió, Tecla se introdujo en el hueco que se cerró tras ella. Los asaltantes sólo pudieron apoderarse de un pedazo de su velo. Dios lo quiso así para que fuera un testimonio de su memoria. Los datos de su vida y de su fiesta coinciden con los de los otros códices. El G termina de forma solemne: "Su santa memoria se conmemora el veinticuatro de septiembre para gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y por siempre, y por los siglos de los siglos. Amén" (HchPlTe 45, 60).

Perfil de la personalidad de Tecla

Entre los tratadistas sobre el tema de la mujer en la antigüedad son muy pocas las alusiones a las mujeres en los Hechos Apócrifos. Ello es tanto más sorprendente cuanto que, como vamos viendo, su presencia se deja notar a lo largo y ancho de sus páginas. Pero dentro de este silencio, es la leyenda de Tecla la que merece los honores de cierta atención, aunque de forma más bien ligera y sin detenimiento. En la contribución de Sara B. Pomeroy en ANRW "Sobre las mujeres en la antigüedad clásica" no se dice una sola palabra sobre la mujer de los Hechos Apócrifos en el apéndice que Michael Southwell dedica a las Mujeres bajo la Cristiandad.

A lo largo de los datos de su vida hemos podido ver la trascendencia de su figura en los Hechos Apócrifos de Pablo. Tanta que el resultado de la elaboración del fragmento llegó a adquirir categoría de obra independiente. Ello implica que el relator tuvo que realizar los lógicos retoques necesarios para dar a su obra la forma de un escrito autónomo. La devoción por Santa Tecla de Iconio debió de alcanzar gran extensión en Oriente para que su leyenda llegara a desgajarse de su lugar original de los Hechos de Pablo. Además, otro dato importante es que los HchPlTe es, con el Martirio, el fragmento mejor conservado de los Hechos primitivos. Su heroína reúne todas las notas características de las mujeres que desempeñan en los Hechos un cierto coprotagonismo con los Apóstoles correspondientes.

Tecla, mujer de noble familia

Se trata de una mujer nacida en una familia ilustre. Todas las circunstancias sociales apuntan a este detalle. Cuando los suyos ven la causa perdida, se organiza un verdadero duelo en la casa, donde hay servidoras que lloran ante el fracaso de las gestiones para recuperar a la joven (HchPlTe 10). De Tecla se enamoran personajes igualmente destacados socialmente, que gozan ante las autoridades de gran predicamento. Támiris lo es y tiene capacidad para convocar a otros jefes y empleados públicos o policías para ir a casa de Onesíforo y detener a Tecla (HchPlTe 15, 1). Tiene fácil acceso al procónsul y arranca de él la condena de su prometida nada menos que a la hoguera (HchPlTe 21, 1).

De Tecla se enamora también el sirio Alejandro, "que era uno de los primeros en Antioquía". Ya hemos dicho que tanto C. Tischendorf como A. Lipsius aceptan la lectura de "Siriarca" (jefe de los sirios), lo que confirmaría más aún lo que vamos diciendo. Después del incidente del abrazo en plena calle, Tecla dice claramente al atrevido: "Yo soy una de las primeras en Iconio" (HchPlTe 26, 2). Que Alejandro detentaba algún cargo importante lo demuestra el hecho de que llevara corona. Él era desde luego el que organizaba la lucha de fieras. Un nuevo argumento a favor de la categoría social de Tecla lo encontramos en la protección que le ofrece Trifena, "reina" o "pariente del César" (HchPlTe 27, 2). Pretendía incluso hacerla heredera de todas sus pertenencias, que Tecla usó luego para dar parte a Pablo en favor de los pobres (HchPlTe 39. 41).

Tecla, la mujer hermosa y amada

Otro detalle que ya hemos subrayado en el perfil de las mujeres de los Hechos Apócrifos es su aspecto de mujer particularmente hermosa y causa de amores desenfrenados. Su prometido Támiris la amaba con arrebato. Cuando la madre de Tecla le manda llamar para comunicarle la adición de la joven a la palabra de Pablo, llega gozoso pensando que se acerca el momento de sus esponsales: "¿Dónde está mi Tecla, que deseo verla?" (HchPlTe 8, 1), pregunta con ansia. Y cuando conoce el estado de la situación, llega "lleno de amor por ella y, a la vez, de temor ante su ensimismamiento". Conocedores de la extraña actitud de Tecla, todos lloraban en la casa, el primero, Támiris, convencido de que perdía a su mujer (HchPlTe 10, 2).

Pero Támiris se movió con extraordinaria diligencia, ante todo por conocer las circunstancias que habían llevado a su prometida hasta aquella situación de desvío de las normas sociales de conducta. Después acudió a las autoridades para llevar los resultados de su investigación y provocar el procesamiento del responsable y de la misma Tecla. Preparó un opíparo banquete para los delatores Dimas y Hermógenes, porque, dice el Apócrifo, "estaba enamorado de Tecla y deseaba conseguirla como esposa" (HchPlTe 13, 1). Actuó movido por los celos y se dirigió con gente armada al lugar donde Pablo se encontraba. Se encaró con Pablo diciéndole: "Has corrompido la ciudad de Iconio y a mi prometida, de modo que no quiere casarse conmigo" (HchPlTe 15, 2). Dimas y Hermógnes sugerían que, muerto Pablo, Támiris recuperaría a su mujer amada.

Pablo y Tecla fueron llevados ante el tribunal del gobernador. Támiris intentó lo imposible, pero no consiguió nada. En consecuencia, tanto él como la madre de Tecla parecían preferir la perdición de la joven, que fue condenada a la hoguera, como ya hemos visto. Salvada por el poder divino, corrió a encontrarse con Pablo a quien propuso cambiar de aspecto y seguirle. Pero Pablo le aconsejó prudencia y discreción: "Los tiempos son malos y tú eres hermosa" (HchPlTe 25, 1). El mismo Apóstol reconocía que la belleza de la joven podría acarrearle problemas.

Tal fue lo que le ocurrió, como hemos visto, cuando apenas había entrado en Antioquía. El sirio Alejandro, de los hombres más importantes de la ciudad, se enamoró de ella, y de tal manera que no tuvo reparo en abrazarla en mitad de la calle. La inmediata reacción de Tecla, que le desgarró el manto y le arrancó la corona de la cabeza, dejó en ridículo al atrevido. "Él la amaba, dice la narración, pero a la vez estaba avergonzado de lo ocurrido" (HchPlTe 27, 1). La llevó ante la autoridad que la condenó a las fieras. Fue entonces cuando apareció la "reina" Trifena que, amonestada por una visión, se interesó por Tecla. Trifena, privada recientemente de su propia hija, estaba particularmente triste "al pensar que semejante hermosura había de ser arrojada a las fieras" (HchPlTe 29, 2). Como ya había dicho el mismo Pablo, Tecla era hermosa, y eso era lo que percibían los que la contemplaban. El mismo gobernador, cuando vio que Tecla iba a parecer en la balsa de las focas, "derramó lágrimas, porque las focas iban a devorar a tal hermosura" (HchPlTe 34, 2).

PERVO, R., "The Ancient Novel becomes Christian" en Schmeling, G. (ed.), The novel in the ancient world, Oxford, etc., 1994 , pp. 699-702.
POMEROY, S. B., "Selected Bibliography on Women in Classical Antiquity", Arethusa 6 (1973) 125-157.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
Volver arriba