El incidente del Templo y la capacidad de fabulación

Hoy escribe Fernando Bermejo

En nuestro anterior post, señalamos otro paralelismo entre las figuras de Juan el Bautista y Jesús de Nazaret (predicadores religiosos que fueron eliminados por las autoridades al temer que su acción ponía en peligro el orden público). El paralelismo parece innegable, y no volveré a insistir en él. En éste y próximos posts haré algunas reflexiones (demasiado elementales, me temo) en relación a los comentarios de varios amables lectores. Hoy comenzaré con el posible incidente del Templo.

Aclaro, de entrada, qué quise decir la semana pasada con la palabra “algarada”. Esta palabra significaba en la Edad Media “correría de una algara (tropa de a caballo que sale a saquear la tierra enemiga)”. Espero que resulte evidente que no era éste el sentido al que me refería. Actualmente la palabra significa “motín de escasa importancia” o “alboroto”. Éste es el sentido con el que empleé el término. Entre una batalla campal y una discusión de verduleras cabe un amplio abanico de posibilidades. Que si Jesús intervino en el Templo lo hizo con cierta violencia es algo que dan a entender los mismos evangelios. No es mi intención magnificar esa violencia, pero tampoco minimizarla: el evangelio de Marcos habla de volcar mesas y sillas, de obstaculizar el paso... Tal incidente parece haber sido algo más que una discusión subida de tono.

Pero un lector observa que de haberlo sido “Jesús habría sido detenido en el acto por las fuerzas de seguridad del Templo, lo que me parece un argumento bastante sólido”. Creo que pretender despachar en una línea algo tan relevante como una de las posibles circunstancias de la muerte de Jesús es imprudente. Y creo que es fácil mostrar por qué no sólo es imprudente, sino desencaminado.

Por supuesto, obviamente yo no tengo ni idea de lo que pasó en el Templo de Jerusalén –si es que pasó–. Que yo sepa, nadie la tiene. De hecho, han sido excogitadas al respecto hipótesis para todos los gustos, desde aquéllos que piensan que todo el relato es una mera ficción hasta los que creen que fue una suerte de golpe de mano. Todo cuanto podemos hacer es reconstruir con plausibilidad la situación en virtud de los datos de que disponemos, y de lo que sabemos sobre la naturaleza humana. Dado que un lector me hace el honor de atribuirme una gran capacidad de fabulación, a continuación la utilizaré.

Imaginemos que un individuo, apasionadamente religioso, va al Templo de Jerusalén en plena Pascua y organiza una protesta de signo religioso. Diversos estudiosos han argumentado que el acto al que se refiere Mc 11, 15ss y pars. pudo ser un acto simbólico. Entre las muchas conjeturas sobre la significación de tal acto, hay una que dice que el acto de volcar algunas mesas en el Templo pudo tener un sentido escatológico: apuntaría a la destrucción y renovación del Templo (y del mundo) mediante una definitiva intervención de Dios en la historia (recordemos que a Jesús se le atribuyen varios dichos sobre el Templo). En un visionario como Jesús, esto me parece plausible.

Ahora bien, hay muchas cosas que el escueto texto de Marcos llamativamente no dice: ¿cuál fue el verdadero alcance del acto? ¿Quién acompañaba a Jesús? ¿Cómo reaccionaron quienes le(s) vieron? ¿Cómo terminó el incidente? Ni una palabra al respecto. ¿Por qué? ¿Porque todo el episodio es una invención? ¿Porque había cosas poco edificantes…?

Resulta muy llamativo que el evangelio de Marcos no nombre a los seguidores de Jesús. De creerle, Jesús iba solo en el episodio. Esto es raro, pero que muy raro. Jesús parece haber ido acompañado prácticamente siempre de un grupo de seguidores. Es verosímil, por tanto, que también lo estuviera en el Templo de Jerusalén. Sabemos también que al menos varios de sus seguidores iban armados. Que Jesús fuera acompañado de un grupo nutrido y que al menos una parte del grupo fuera armada es una hipótesis perfectamente plausible a la luz de la información proporcionada en otros lugares de los evangelios. Y esto me basta para imaginar lo que pudo pasar en el Templo de Jerusalén, sin necesidad de recurrir a interpretaciones “exclusivamente políticas”.

Pongámonos en la piel de un capitán de la guardia del Templo. No está mal pagado. El Templo mueve mucho dinero –como lo mueven los centros de peregrinación de la cristiandad: Santiago, Jerusalén, Roma, etc.–, y los sacerdotes se reparten buenos dividendos. Pero hay dinero para repartir, y los capitanes de la guardia del Templo no pueden quejarse de su paga. Están orgullosos de atender en el Templo, y además cobran bien. Para seguir haciéndolo necesitan tanta firmeza como prudencia. El Templo en la Pascua es un hervidero de gente, y de vez en cuando se producen problemas.

En su ronda, nuestro capitán advierte de repente que en un lugar próximo acaba de producirse un alboroto. Se acerca. Es un galileo –se le reconoce por el acento– que ha derribado unas mesas. No es una discusión privada, ni está bebido: está movido por el celo por la Ley y por Yahvé. Vocifera, lúcido, con palabras de los profetas. Isaías y Jeremías están en su boca. Estos exaltados… no es la primera vez que se los encuentra. El capitán se acerca, pero observa rápidamente a su alrededor. Uno de sus guardias confirma sus impresiones: el enérgico galileo no está solo. Y le confirma también que quienes le acompañan llevan armas bajo las ropas: se las han visto.

El capitán tiene que intervenir, pero ¿cómo? Desde luego no va a permitir que aquello continúe, pero ponerle la mano encima a un exaltado rodeado de fieles corre el peligro de empeorar la situación. Con un gesto, ordena a sus guardias que no intervengan aún y que se mantengan tras él. Irrumpe en el lugar, sin agresividad pero con firmeza. La cosa parece funcionar. El galileo hace un gesto a los suyos y se aleja lentamente, no sin seguir citando a voz en grito a Jeremías. El capitán los sigue de cerca, acompañado de su tropa. En cuanto se cerciora de que abandonan el recinto del Templo, va a ver a los sacerdotes y les advierte de la presencia de esos alborotadores: hay un grupo de galileos exaltados que en cualquier momento la puede armar, y la próxima vez podría ser peor.

No es mi intención escribir una novela, y obviamente no pretendo convencer a nadie (ni convencerme) de que esto fue lo que realmente pasó. Lo único que quiero señalar es que, puestos a imaginar, cabe imaginar varias razones por las que pudo haber un alboroto en el Templo pero la guardia no intervino. Una de esas razones pudo ser que algún responsable de la seguridad del Templo –al observar a) que el incidente provocado por Jesús tenía una motivación religiosa, y b) que Jesús estaba acompañado de hombres armados (aunque no hicieran uso de sus armas)– decidiera no intervenir, considerando que una intervención habría podido provocar un enfrentamiento más grave. Cabe aceptar que la acción puntual de Jesús en el Templo –si la hubo- fue de signo exquisitamente religioso, pero que no por ello dejara de tener implicaciones políticas, en la medida en que una intervención violenta en el Templo de Jerusalén en el delicado tiempo de Pascua singularizó a Jesús como un peligro evidente para el mantenimiento del orden público en la ciudad (Mc 11, 15ss conecta explícitamente el arresto de Jesús con el incidente en el Templo, una conexión que Mateo y cia. suprimen de sus narraciones…).

El incidente del Templo, si lo hubo, no basta para explicar la crucifixión de Jesús, una muerte aplicada a sediciosos. Quienes crucificaron a Jesús debían de saber más cosas de él y de su grupo. Pero ese incidente podría haber sido un dato más que tuvieron en cuenta quienes le ejecutaron, a él y a otros dos sediciosos.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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