Tiempo e historia en el judaísmo y cristianismo antiguos (V)

Hoy escribe Antonio Piñero:

Seguimos con nuestra breve reseña de las nociones de tiempo e historia en el judaísmo y cristianismo antiguos.

La vía de penetración de la concepción de los dos tiempos o eones en el Nuevo Testamento que hemos explicado anteriormente es la literatura judía de época helenística (a partir del siglo III a.C. Hasta más o menos nuestra era), en concreto en su rama apocalíptica, como por ejemplo el Libro 1 Henoc (etíope). En 48,7 se lee:

“La sabiduría del Señor de los Espíritus reveló (la figura del Hijo del Hombre) a los santos y justos, porque Dios reservó el lote de los justos, pues aborrecieron y desecharon este eón inicuo”,


y otros muchos textos de este mismo tipo de literatura que manifiestan también la oposición esencial entre el eón presente, malo y perverso, por el que hay que pasar sin contaminarse, y el espiritual, eón futuro, eterno, al que se debe llegar cuanto antes. Esta concepción adquiere en el judaísmo tientes absolutamente claros en escritos apocalípticos tardíos que recogen una evolución paralela a la del Nuevo Testamento, el llamado Apocalipsis de Baruc siríaco y el Libro IV de Esdras (finales del s. I de nuestra era). Leemos en este último, cap. 7, v. 113:

“Este tiempo presente no es el final; la gloria completa no habita en él (…) pero el día del juicio será el final de este tiempo y el comienzo de la edad futura, en la que la corrupción habrá pasado…”


Las mismas ideas siguen perviviendo en los escritos rabínicos posteriores, que acuña la expresión ´olam hazeh y ólam habah: “este tiempo y el venidero”.

Pero el Nuevo Testamento, por su parte, romperá este esquema dicotómico bien delineado de dos tiempos absolutamente incompatibles. En efecto, el eón futuro para una buena parte del Nuevo Testamento no está totalmente situado en el inaccesible futuro, sino que ha empezado en parte ya. Los fieles a Cristo han sido “librados de hecho ya de este eón perverso” (Gál 1,4), y han experimentado un "pregusto", un gusto anticipado del tiempo futuro (Heb 6, 4-5: “Cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro”). Con la resurrección de Cristo se ha inaugurado ya el ciclo de resurrecciones de los justos que marcan el comienzo del eón futuro (1 Cor 15,20: Jesús es sólo una primicia de los que van a resucitar).

Con enorme claridad aparece esta concepción «proléptica» (“adelantada”) en la escatología «presente» del Evangelio de Juan. En efecto, para Pablo y para la inmensa mayoría del cristianismo primitivo el envío del Hijo de Dios a la tierra es el acontecimiento escatológico que aporta la salvación; ese evento pertenece al pasado, pero para su complección faltan aún elementos importantes: la segunda venida del mesías, la resurrección general de los muertos, el juicio final, acontecimientos que marcarán el fin de este tiempo y el comienzo de la vida eterna futura. Para el Evangelio de Juan, por el contrario, esos acontecimientos escatológicos, incluyendo la vida eterna, no son algo puramente futuro, sino que se cumplimentan en parte también en el presente cuando la reacción humana a la llamada de Cristo es positiva. Así, el juicio final: «El que cree (en el Hijo) no está condenado; pero el que no cree, ya está condenado» (3, 18); o la resurrección y la vida eterna: «El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna y no incurre en el juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (5,24).

Pero esta superación de la concepción de los dos eones que muestra el Cristo johánico no es compartida totalmente por todos los autores del Nuevo Testamento, ni siquiera por el IV Evangelio al completo, que muestra diversidad de manos redactoras, y por tanto de concepciones. En la línea general del pensamiento del Nuevo Testamento, tal como parece captarlo el lector normal, la doctrina general del cristianismo primitivo es la división del tiempo mundano y la historia universal en dos épocas bien diferenciadas: antes y después de Cristo.

Ahora bien, la vívida creencia en el eón futuro, que se espera ansiosamente, hace que el «ahora» no sea más que provisorio para el cristiano. Como ocurre con una moneda, que presenta una doble faz, el «ahora» neotestamentario es, por una parte, irrelevante, un mero estado de tránsito a través de un eón perverso hacia el «tiempo» definitivo. Pero, por otro lado, el «ahora» se halla cargado de enorme trascendencia. Aunque históricamente la muerte y resurrección de Cristo pertenezcan al pasado, como decíamos hace un momento, la acción divina que ellos representan está absolutamente presente en el «ahora»: es una irrupción de lo divino en el tiempo. Por este motivo, el «ahora», de hecho el período completo entre las dos manifestaciones de Cristo, es un tiempo pleno de responsabilidades y sujeto a graves decisiones por parte del creyente, ya que es el momento en el que un comportamiento adecuado genera la posibilidad de participar del tiempo futuro.

Aquí hay una diferencia del Nuevo Testamento con la mentalidad del hombre normal del siglo I, que sufría al igual que el de hoy con la fugacidad inaprehensible del tiempo (de ahí el "Carpe diem" [“Aprovecha el día”] del poeta romano Horacio: Odas I 11,8). El Nuevo Testamento participa también de esta mentalidad, aunque no en un sentido hedonista, sino dándole el tinte peculiar de que el hoy aprovechado sirve opara ganar el eón futuro.

Este «ahora» -para la mentalidad del Nuevo Testamento- es tiempo de conversión, fe y buenas obras, la oportunidad de «comprar» el tiempo futuro cuando se está en medio de los «días perversos». Dice el vidente del Apocalipsis en 3,18:

Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista.


La fe neotestamentaria une fuertemente el pasado y el futuro en el «ahora». Así como el «entonces» del pasado (el acontecimiento salvífico) está detrás del «ahora», del mismo modo el «después» que hay por delante está fundamentado en el “ahora”.

Según el Nuevo Testamento, quien no se halle radicado en la fe en Cristo en el “ahora”, no tiene fundamento alguno para la esperanza del «después». Únicamente cuando aparezca en su plenitud, en su total visibilidad, la rea1idad sólo creída en el «ahora», sólo entonces el «después» futuro se tornará en un verdadero ahora eterno De este modo la carga trascendente del «presente» constituye parte esencial del sentido cristiano del tiempo.
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