Los sacerdotes de Jerusalén y la capacidad de fabulación

Hoy escribe Fernando Bermejo:

El intento de explicar la muerte del predicador galileo Jesús de Nazaret como debida a razones de tipo político –conservación del orden público por parte de las autoridades– suscita enormes resistencias por parte de muchas personas. Las de algunos de nuestros amables lectores no son sino las mismas que han mostrado legiones antes que ellos, y las que multitudes seguirán esgrimiendo. Me permito hoy algunos comentarios sobre un comentario de un lector, emitido la semana pasada, acerca de la responsabilidad directa de los sacerdotes de Jerusalén en la muerte de Jesús.

La psicología sacerdotal es un tema que debe ser abordado por una ciencia integral de las religiones, y que necesita un extenso estudio. Aquí me limito a un par de líneas, enteramente elementales. No siento mayor simpatía retrospectiva por el sacerdocio jerusalemita que por los sacerdotes y hechiceros de toda índole que pueblan la historia de las religiones, y que seguirán poblándola previsiblemente hasta el final de los tiempos. Muchos de estos individuos no habrán sido –no son– sino personajes que eligieron la carrera sacerdotal con el objeto de obtener de manera fácil un reconocimiento social que de otro modo les resultaría francamente complicado lograr. Muchos, no todos. Habrá habido –hay– entre ellos personas honestas, movidas por una genuina sensibilidad ética y religiosa, con hermosos ideales, y que creían –creen– lo que predican. Un examen de un conjunto de eclesiásticos actuales elegidos al azar probaría enseguida la verdad de este aserto: no hay probablemente un solo modelo psicológico válido para el análisis de la casta sacerdotal.

Es de creer, pues, que entre los sacerdotes de Jerusalén y entre sus dirigentes haya habido sujetos de todo tipo: sujetos moralmente deleznables, sujetos tibios y acomodaticios, también sujetos buenos y piadosos. Jerarcas religiosos sin escrúpulos y sin el menor sentido ético los hay en todas las religiones, y sin duda también los había en Jerusalén. Pero también los hay con escrúpulos, y es muy verosímil que los hubiera también en el Templo y en el sanedrín. Sin embargo, en el imaginario cristiano los sacerdotes judíos y sus dirigentes son concebidos inmediatamente y sin ulterior reflexión, de modo genérico, como individuos espiritualmente ineptos y carentes de escrúpulos. La semana pasada, uno de nuestros amables lectores, tras decir enfáticamente que de Jesús apenas sabemos nada, a renglón seguido escribía que fueron estos sacerdotes los que, deseando eliminar a Jesús pero no pudiendo hacerlo ellos mismos, lo entregaron a los romanos. Se supone que si deseaban eliminar a Jesús es por temor, odio o envidia (al menos el último de estos móviles aparece en el Nuevo Testamento y en la literatura cristiana posterior). En fin, que los (sacerdotes) judíos eran, como tales, individuos de lo más pérfido que quepa imaginar, dispuestos a hacer matar a alguien por un quítame allá esas pajas –una perversión que se ha reflejado en buena parte de la pintura occidental dedicada al tema, y que dibuja a los sacerdotes judíos, cuando no a los judíos en general, como sujetos feos y siniestros–. La misma “perfidia de los judíos” reiterada durante siglos por la liturgia cristiana, y que ahora se revisa para favorecer el diálogo cristiano-judío…

Decir que el sacerdocio de Jerusalén temía u odiaba realmente a Jesús de Nazaret es, mutatis mutandis, como decir que los monseñores del Vaticano temerían u odiarían a un exaltado que se pusiera a vociferar contra la corrupción del Vaticano en la plaza de san Pedro o en la Via della Conciliazione. Claramente, un individuo así no despertaría seguramente sentimientos muy benévolos entre los cristianos vaticanos ni le harían muy querido por ellos, pero pretender que los monseñores del Vaticano, bien protegidos por varios tipos de policía, gruesos muros, por sus conexiones políticas y por el temor reverencial de multitudes temerían a un desharrapado hasta el punto de entregarlo a la policía italiana para que lo torturara y lo matara me parece un poco excesivo. (Ya sé que algún jerarca católico ha llegado a decir que la tortura que dura sólo unos minutos no es pecado, pero aun así…). Este exceso y esta distorsión son, sin embargo –entre otros muchos– los que emiten muchos exegetas y teólogos, y los que millones de individuos han creído, creen y seguirán creyendo a pies juntillas.

Ya he señalado que algunos autores han argumentado que la participación de autoridades judías en la detención de Jesús es inverosímil. Por mi parte, creo que históricamente esta posibilidad no puede desecharse. La visibilización del exaltado predicador escatológico Jesús en Jerusalén en la delicada época de la Pascua acompañado de un grupo de individuos al menos algunos de los cuales estaban armados (haya o no participado en un incidente al entrar en la ciudad santa, y/o en uno en el Templo) ha podido y debido suscitar la preocupación de quien era el responsable del orden público en Jerusalén, el Sumo Sacerdote. Esto no es pura fabulación: una parte de lo narrado en Jn 11, 47-53 (un texto que debería ser cuidadosamente meditado) tiene visos de ser históricamente verosímil. Lo que este texto deja entrever es que entre los responsables político-religiosos se produjo un debate, que en ese debate hubo voces discordantes, que una de las voces presentó la eliminación cautelar de Jesús como un mal menor (con la alternativa de un problema de orden público y una intervención sangrienta de los romanos) y que al final esa voz prevaleció.

Fabulo que si hubo una participación de las autoridades judías en el proceso de decisión de la eliminación de Jesús,
a) esa intervención debió de ser indirecta y albergar propósitos preventivos;

b) debió de ser adoptada tras una fuerte polémica y superado muchos escrúpulos, pues habría habido elementos fuertemente contrarios a una intervención (“Vosotros no sabéis nada…”: Jn 11, 49);

c) debió de ser muy dolorosa para algunos miembros del sacerdocio de Jerusalén. ¿Cuántas personas han reflexionado alguna vez sobre los problemas de conciencia que pudo causar a algunos sacerdotes de Jerusalén la pasión y crucifixión de un correligionario suyo, intensamente religioso…?

Es posible que Jesús no hubiera sido detenido sin la colaboración de algunas autoridades religiosas, pero esto no implica aún que las razones fueran de tipo religioso, porque se da la casualidad de que la autoridad religiosa tenía la responsabilidad de mantener el orden público en Jerusalén. La explicación de la muerte de Jesús por razones de tipo político (en el sentido señalado) es la más sencilla, la más consistente con lo que sabemos de las circunstancias históricas, y, además, encaja bien con diversas informaciones contenidas en los propios evangelios canónicos. Personalmente, creo que la razón de las resistencias de muchas personas a aceptar que la muerte de Jesús se debió a razones de tipo político se debe en última instancia al hecho de que esta explicación cortocircuita la verosimilitud del mito cristiano –el héroe incomparable matado por las asechanzas del Mal– y muestra su fragilidad. Éste es el mismo mito, moralmente perverso, que ha engendrado antijudaísmo y antisemitismo a lo largo de los siglos, y que ha propiciado –entre otras causas– la humillación, expolio, expulsión y/o eliminación brutal de millones de correligionarios de Jesús a lo largo de la historia a manos de piadosos cristianos.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo.
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