“Helenización del cristianismo. El nacimiento de la teología cristiana y el pensamiento griego” (I)

Hoy escribe Antonio Piñero:

Deseo plantear en esta nueva miniserie el nacimiento de la religión cristiana como un caso dentro de la antigua cuestión de la helenización del cristianismo, que se va planteando en la investigación media contemporánea cada vez más de una manera que no me parece correcta. En nuestra opinión -y aquí voy a adelantar el “leitmotiv” o motivo que impulsa y dirige todo lo que voy a exponer en esta miniserie-, la teología cristiana o está enraizada en el mundo del pensamiento griego o sencillamente no es, no existe. Y para explicar lo que pienso al respecto –que espero resulte interesante para nuestros lectores- voy a presentar un ejemplo: la doctrina de Pablo de Tarso sobre la salvación de los gentiles.

Hay todavía muchos investigadores para los que la cuestión de la helenización del cristianismo se entiende del modo siguiente: primero existió, es decir, se generó o construyó la teología cristiana, pero luego ésta sufrió un proceso de “helenización”, es decir, de acomodación al poderoso pensamiento filosófico griego. La intención de este post es mostrar que la “helenización” del cristianismo no puede colocarse en el siglo II, o más tarde –como pretende esta teoría que acabamos de exponer- sino en su mismo, múltiple y complejo nacimiento, como una fusión indisoluble de judaísmo y helenismo. Ahora bien, esta tesis no significa en sí misma ninguna novedad, sino volver a ciertas posiciones defendidas hace un siglo por la Escuela de la “Historia de las Religiones”, injustamente olvidadas por algunos.

La cuestión de la “helenización del cristianismo” es muy antigua, aunque comienza a debatirse en serio desde los inicios de la Reforma, cuando las nuevas confesiones enfrentadas ideológica y sociológicamente a Roma descubren que hay diversos niveles teológicos en el Nuevo Testamento y que no todas las obras en él contenidas corresponden a un mismo tenor ideológico primitivo que correspondería a Jesús y a Pablo fundamentalmente.

La moderna discusión sobre el “protocatolicismo” –entendido este término en sentido peyorativo por los protestantes, es decir, la evolución cristiana que acabará generando la “terrible” Iglesia católica contra la que luchó Martín Lutero y los reformadores- dentro del Nuevo Testamento plantea la misma cuestión de la helenización, también en sentido peyorativo, de un ideal primitivo.

El protocatolicismo sería ni más ni menos que la helenización de la primitiva teología cristiana (que no habría tenido eclesiología [= doctrina sobre la Iglesia], sin sacramentos, jerarquía, dogma…, etc.) de Jesús y de Pablo por obra de los seguidores de éste (los autores de Efesios, Colosenses, Pastorales y el de 2 Pedro).

Aunque el famoso teólogo protestante de comienzos del siglo pasado, Adolf von Harnack sostuvo probablemente lo contrario (en el Nuevo Testamento no se dio tal protocatolicismo: What is Christianity, Nueva York 1957, 190; original alemán traducido al inglés), por influencia sobre todo de Ernest Käsemann (Essays on New Testament Themes [SBT 41], Londres 1964, 95-107) dentro del ambiente de los estudiosos protestantes en general se admite sin más que la teología cristiana se helenizó notablemente –repito, en sentido peyorativo- en los escritos más tardíos del Nuevo Testamento.

Pero quienes de verdad plantearon la cuestión de la helenización del cristianismo de un modo esencial fue la Escuela de la Historia de las Religiones. Desde H. Usener en 1989 hasta Rudolf Bultmann y epígonos, pasando por Richard Reitzenstein y Wilhem Bousset (remito aquí al capítulo primero de la siguiente obra: A. Piñero-J. Peláez, El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos, Editorial El Almendro, Córdoba, 1995, pp.21ss; traducción inglesa, quizá más accesible desgraciadamente para algunos lectores de Ibero y Norteamérica, The Study of the New Testament, Deo Publishing, Leiden, 2003, 38ff) esta Escuela defendió el notable influjo de la religión popular helenística sobre los autores del Nuevo Testamento y de sus concepciones más notables.

Entre los intérpretes católicos las posturas varían. Por clara influencia de la teología protestante, se opina hoy que los inicios de una cierta helenización pueden notarse levemente en Efesios, Colosenses y un tanto también, aunque menos, en Hebreos. En estas obras aparecen elementos helenistas al servicio de una teología creativa. La cuestión de la influencia de las religiones de los misterios, sobre todo en Ef y Col se admite con muchas dudas y se sostiene por lo general que no parece que pueda hablarse de una influencia masiva de estas religiones en la conformación de la teología tardía del NT. Pero no se excluye una influencia parcial, sobre todo en el lenguaje y en algunas imágenes. La verdadera helenización del cristianismo –se sigue opinando— comienza a darse de verdad con los Padres apologetas desde mediados del siglo II, con la gnosis y con la teología especulativa de Panteno, Clemente de Alejandría y Orígenes sobre todo.

En esta breve aportación queremos defender que nos parece necesario un retorno claro a posiciones anteriores, aunque para algunos parezcan superadas, de la Escuela de la Historia de las Religiones acerca de la cuestión de la “helenización del cristianismo”. En algunos de sus presupuestos la discusión en torno al protocatolicismo se queda corta. Algunas reflexiones sobre el núcleo de la doctrina de Pablo de Tarso nos conducen a una posición más de acuerdo con el espíritu que guiaba a la Escuela de la Historia de las Religiones (“Religionsgeschichtliche Schule”).

Valga esto a modo de introducción al tema. Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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