“Helenización del cristianismo. Comienzos de la teología cristiana y pensamiento griego” (II)

Hoy escribe Antonio Piñero:

En esta segunda entrega voy a centrarme en la teología de Pablo de Tarso como indicativa de los primeros pasos de la teología cristiana en uno de sus grupos más significativos en aquellos momentos primeros.

Esta teología paulina se muestra como un pensamiento más novedoso de lo que vemos –por ejemplo- en el primer discurso que el evangelista Lucas pone en boca de Pedro en el día de Pentecostés (Hch 2: donde Lucas intenta resumir, en mi opinión, la “primerísima teología cristiana” del grupo de seguidores de Jesúis en Jerusalén). Ahora bien, al haber sido Pablo el primero cronológicamente que presenta una teología compacta sobre Jesús -mejor: sobre su muerte y resurrección- me parece que es correcto concentrarse en su pensamiento para explicitar lo que me parece que ocurre acerca de la fusión de pensamiento griego y cristianismo primitivo.

Este fenómeno se da en esta teología paulina, por dos motivos: por un lado porque Pablo es posterior al pensamiento de Pedro manifestado de algún modo en ese capítulo 2 de Hechos: tiene materia sobre reflexionar a patir de la teología del grupo de Jerusalén. Segunda: porque su procedencia ideológica es diversa: su judaísmo, acendrado sin duda, ha crecido en un ambiente helénico, en una Tarso donde las artes, letras, filosofía y religión de los griegos eran muy pujantes a decir de Estrabón, Geografía XIV 5,13: "Entre sus habitantes reina un tal amor por la filosofía y popr todo lo que sea cultura y educación, que superan a los ciudadanos de Alejandría, Atenas y cualquier otro lugar".

Para explicar esta fusión, voy a explicitar ahora algunos conceptos que ciertos lectores conocen a partir del capítulo 11 de la Guía para entender el Nuevo Testamento. A estos les pido un poco de indulgencia por tener que volver a abordar algo sabido, aunque con otro sesgo.


Me tranquilizo un tanto respecto a esta repetición: han pasado ya casi dos años desde que apareció la primera edición de la “Guía”. Durante ese tiempo, en dos cursos académicos en la Universidad, he mandado a mis alumnos la realización de resúmenes y trabajos de crítica o de expansión de algunas puntos de la “Guía” e incluso resúmenes de la obra completa. Mi deseo al respecto era que tuvieran un marco ideológico completo, una visión general del conjunto del Nuevo Testamento, puesto que yo en clase sólo explicaba pequeñas parcelas, o puntos muy concretos, de ese conjunto.

Pues bien: nunca, en ningún momento, he tenido la sensación de que los alumnos hubiesen comprendido la importancia de la teología de Pablo de Tarso, superrevolucionaria para su tiempo, y que es la base principal del cristianismo de hoy. Cuando estudiaban la “Guía” en su conjunto, o bien omitían el largo capítulo dedicado a Pablo de Tarso, o bien hacían un brevísimo resumen. Creo que no habían caído en la cuenta de su importancia. Ello me indica que no está mal insistir.


El núcleo de la doctrina de Pablo de Tarso:

En nuestra opinión, Pablo, como Jesús de Nazaret, sólo se entiende bien si se le enmarca en la teología de la restauración de Israel. Parece que ello se deduce del conjunto de sus cartas, así como de la percepción de que Pablo estaba convencido de un final del mundo inmediato en el que se habría de salvar Israel, y de la necesidad de la incorporación de los gentiles al Israel completo y verdadero, quien había de afrontar el definitivo juicio de Dios.

Sabemos que el inicio del vigoroso pensamiento religioso paulino está marcado por el evento de su “llamada” (no hay “conversión” ninguna a una nueva religión; sólo hay el paso por parte de Pablo -a partir de un contexto muy judío, fariseo en especial- de la “secta”, o mejor “partido religioso”, de estos fariseos al partido de los “nazarenos”, el que profesaba la fe en Jesús como mesías.

Esta llamada es descrita tres veces en los Hechos de los apóstoles como una aparición divina en el camino de Damasco (9,1-19; 22,5-16; 26,12-18). En ella no se dibuja ninguna “caída del caballo” –pura fantasía popular posterior-, sino una revelación/iluminación personal. Esta revelación es sólo la primera de muchas otras (por ejemplo hay una respecto al sentido de la Última Cena de Jesús en 1 Corintios 11,23; ¡no se trata de una tradición comunitaria!)

Así pues, la “llamada” tuvo que ver con algún tipo de trance extático y visionario (véase 2 Corintios 12,1-4: “No conviene gloriarse, pero vendré a las visiones y revelaciones del Señor”). Pablo consideró siempre que él había sido agraciado con una especial revelación divina (Gál 1,11-12: “No recibí ni aprendí [mi evangelio o “buena nueva”]de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo”). Esta revelación lo equiparaba en cierto modo con los profetas de Israel, que basaban sus oráculos en revelaciones: Gál 1,15-16: “Dios me aparto –como a Isaías- desde el vientre de mi madre”. Esta revelación lo hace tan apóstol como los que acompañaron a Jesús.

Pablo se siente muy orgulloso de ello y defiende su condición de apóstol a capa y espada (p. ej., 2 Cor 2,14-7,4). Pablo entiende por “apóstol” –es decir, a sí mismo— al “enviado”, elegido por Dios para representar a Jesús, para predicar el Evangelio con autoridad absoluta y transmitir el mandato del Señor, porque está inspirado por él. Como apóstol, Pablo ha sido digno de la confianza de Dios y es un ejemplo a imitar por los cristianos.

En lo que a nuestro interés presente respecta podemos afirmar que los rasgos esenciales del contenido de esa llamada, que se fue perfilando con el tiempo, fueron los siguientes:

1. A pesar de la cruz y el aparente fracaso, Jesús es el verdadero mesías. Tras su muerte, que ha de interpretarse como sacrificio expiatorio querido y aceptado por Dios, éste había hecho a Jesús señor y mesías.

2. Estos acontecimientos inauguran el tiempo mesiánico, preparatorio para la salvación final de la humanidad y para la instauración definitiva del poder de Dios sobre ella.

3. Hay un nuevo plan de Dios para la salvación; comienza una era de gracia; se va a cumplir la promesa a Abrahán. El mesías no es sólo el redentor de Israel tal como lo entiende la masa de los judíos, sino del Israel completo o restaurado.

4. El Israel restaurado –conforme a las predicciones de los profetas- acogerá en los últimos tiempos también en su seno a un cierto número de gentiles. Todo el “pueblo de Dios”, judíos ante todo, pero también gentiles, está siendo reunido por Dios en aquellos momentos finales del mundo gracias a la obra de Jesús.

5. Los elegidos para formar el verdadero Israel de los últimos días, eran antes pecadores pero ahora han sido declarados justos por su fe en Jesús mesías y en lo sucedido con él: su muerte y resurrección. Es decir, su paso de “pecadores” a “justos” se logra en el tribunal de Dios cuando el ser humano acepta por un acto de fe el valor de salvación del sacrificio de la muerte –y resurrección consiguiente- de Jesús.

6. Los elegidos tenían que darse prisa para lograr dos objetivos del plan de Dios sobre los últimos tiempos:

a) que todo Israel acepte el mesianismo de Jesús;

b) que se complete cuanto antes el número de los gentiles predeterminado por la divinidad para integrar el verdadero pueblo de Dios.

7. Es preciso no perder el tiempo: el fin del mundo está muy cerca. El tiempo que resta es muy escaso. Pronto, muy pronto, habrá de venir Jesús como juez definitivo de vivos y muertos. En ese momento se instaurará la soberanía de Dios. Ello significará el final del mundo presente, y la inauguración de un reinado divino ultramundano y eterno.

Esta llamada puede entenderse como un “evangelio”, una buena noticia de salvación. Este evangelio fue precisado y completado por Pablo durante años de maduración por medio de noticias y reflexiones sobre Jesús tanto propias como del grupo de cristianos que lo recibió tras su “conversión” en la comunidad de Damasco y sobre todo en la de Antioquía.

De Hechos 9,28-29 (“Y entraba y salía de Jerusalén. Y hablaba denodadamente en nombre del Señor y disputaba con los griegos”) hay que deducir en limpio que Pablo puso en seguida manos a la obra tras su llamada y se lanzó con ardor a propagar intensamente su nueva visión de Jesús a cuyos seguidores hacía poco había perseguido con saña (Gál 1,13-14: “Yo perseguía sobremanera a la iglesia de Dios y la asolaba”). Pablo intentó en todo momento poner en práctica lo que creía el plan de Dios para los últimos tiempos.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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