Mujeres en los Hechos Apócrifos de Pablo (V)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Trifena, una segunda madre para Tecla

Mujer de alta cuna

Hay otra mujer en los HchPlTe que merece los honores de una sencilla reflexión. Tampoco figura en el elenco de las heroínas de estas obras. Su misión es muy diferente. Sin embargo, la narración ofrece suficientes datos para que podamos trazar el perfil de una mujer rica, sensible y generosa. Como en el caso de Teoclía, la madre de Tecla, coincide con las mujeres protagonistas estelares de los Hechos en el aspecto de su riqueza. Una riqueza que en la persona de Trifena va unida a su alta, altísima alcurnia. La ciencia de la antigüedad recoge su recuerdo y proclama de forma clara su historicidad en el análisis de una moneda de la época en la que se supone que sucedieron los sucesos narrados en el Apócrifo.

Visconte, en su trabajo sobre la Iconografía griega, trata de esa moneda en cuyo reverso se lee: "de la reina Trifena". El texto del Apócrifo menciona ese título en la noticia que se divulga con motivo de su desmayo: "La reina Trifena ha muerto" (HchPlTe 36, 1). Era hija de Polemón, rey del Ponto, y viuda de Cotis, rey de Tracia. Durante la minoría de edad de su hijo Polemón II se hizo cargo de la regencia. La expresión del texto está plenamente justificada por los datos de la Paleografía. Pasado el período de su tránsito por la política activa, se retiró a las posesiones que tenía en Iconio. Figuraba entre la descendencia del triunviro Marco Antonio, con quien estaban emparentados Calígula y Claudio. La madre de Trifena y el emperador Claudio eran primos hermanos. En consecuencia, como dice el Apócrifo, era "pariente del emperador", concretamente, sobrina segunda.

Mujer compasiva

Después del infortunado encuentro de Tecla con el sirio Alejandro, la joven volvió a vérselas con el gobernador que la acusó de "rea de sacrilegio" por su comportamiento con Alejandro, persona importante en la ciudad. Se ha pensado que podría tratarse de un arconte o quizá de un sacerdote. El hecho de que llevara una corona era una prueba de su autoridad.

Condenada Tecla a las fieras, encontró una protección generosa de parte de "una rica señora, llamada Trifena" (HchPlTe 27, 2), que acababa de perder a su hija Falconila. La presencia de Tecla vino a llenar en cierto modo el vacío que había dejado la difunta. En seguida aclarará el texto las razones. Cuando Tecla fue atada a una leona durante el desfile de las fieras, Trifena la seguía como si fuera su madrina. Se cree que la leona iría encerrada en una jaula, sobre la cual iba Tecla. Así se explica que la leona lamiera los pies de la mártir. Terminado el desfile, Trifena se la llevó consigo. Cumplía así el deseo y la recomendación de su hija que le había manifestado en el marco de una visión: "Madre, tienes que tomar en mi lugar a la forastera Tecla. Ella rogará por mí, y entonces podré yo acceder al lugar de los justos" (HchPlTe 28, 2).

Trifena estaba, no obstante, llena de pesadumbre. A la tristeza por la pérdida de su hija Falconila se unía el pensamiento de que al día siguiente tendría Tecla que "luchar con las fieras". Trifena abrió su corazón a la futura "luchadora": "Tecla, mi segunda hija, ven, ruega por mi hija para que tenga la vida eterna. De esto he sido advertida en sueños" (HchPlTe 29, 1). Acto seguido, Tecla oró por Falconila. Terminada la oración de la joven, Trifena prorrumpió en sollozos "pensando que semejante belleza iba a ser arrojada a las fieras" (Ibid., 29, 2).

Pero la condena seguía su curso. Alejandro vino a reclamar a la condenada alegando que todo estaba preparado, el gobernador sentado en su sitial, el pueblo expectante. Trifena, en el colmo del desconsuelo, lanzó un grito tan desgarrador que Alejandro escapó huyendo. Sus palabras estaban llenas de desolación: "El luto por mi Falconila vuelve a entrar por segunda vez en mi casa, y no hay nadie que pueda ayudarme: ni un hijo, porque ella ha muerto; ni un pariente, porque soy viuda. Oh Dios de Tecla, mi hija, ven tú en su ayuda" (HchPlTe 30, 2).

El gobernador hubo de enviar soldados para que trajeran a la condenada. Trifena no quiso dejarla sola, sino que tomándola de la mano, la acompañó con su presencia y con sus palabras: "He acompañado a mi hija Falconila hasta su tumba; a ti, Tecla, tengo que acompañarte a la lucha con las fieras" (HchPlTe 31, 1). La santa iba deshecha en lágrimas, pero tenía fuerzas para pedir a Dios que recompensara a Trifena por dos razones importantes: porque había tenido compasión de la sierva de Dios y porque había defendido su castidad.

La compasiva Trifena fue testigo de la división de opiniones entre el público asistente. Eran las mujeres las que expresaban la opinión del pueblo. Unas clamaban contra la "sacrílega"; otras interpelaban al gobernador acusándole de llevar la ciudad a la ruina. Los soldados arrancaron a Tecla de las manos de Trifena, la desnudaron, le pusieron un pequeño mandil y la arrojaron a la arena. Trifena fue también testigo de los prodigios que se realizaron en la persona de Tecla. Ni las fieras la tocaron, ni siquiera la tocaron las focas que infestaban el foso en el que Tecla se autobautizó.

Alejandro recurrió a un sistema que consideró infalible para acabar con la condenada. Trifena, que estaba de pie a la entrada de la arena, contempló la estratagema de los toros bravos a los que ataron a Tecla con la intención de que muriera desgarrada. Era más de lo que la buena mujer podría soportar. Trifena sufrió un desmayo tan fulminante que sus servidores gritaron: "La reina Trifena ha muerto". El gobernador hizo cesar los juegos inmediatamente. El pueblo quedó aterrado. Y el mismo Alejandro, arrodillado ante el gobernador, le suplicaba que tuviera piedad de él y de la ciudad, y que libertara a la "luchadora". Pues "si el César se entera de lo ocurrido, decía, castigará a la ciudad y a sus habitantes, porque la reina Trifena, su pariente, ha caído muerta a la entrada de la arena" (HchPlTe 36, 2).

Trifena y la liberación de Tecla

El gobernador dejó libre a Tecla, no sin pedirle explicaciones sobre los prodigiosos sucesos que acababa de contemplar. Trifena tuvo noticia de la liberación de su "segunda hija", le salió al encuentro y le dijo: "Ahora creo que los muertos resucitan; ahora creo que mi hija (Falconila) está viva. Ven a mi casa, que quiero nombrarte heredera de todas mis posesiones" (HchPlTe 39, 1). Tecla descansó en casa de Trifena durante ocho días, que pasó enseñando la Palabra de Dios. Las servidoras de la casa, en su mayoría, se convirtieron a la fe. Y el hogar de Trifena fue el marco de un gozo desbordado. La santa supo que Pablo se encontraba en Mira de Licia, y allá se dirigió con la mayor diligencia. Pablo la tomó de la mano y la hizo contar ante la comunidad de los cristianos todo lo que Dios había hecho por ella. Los oyentes, edificados y confirmados con ejemplos tan conmovedores, oraron por Trifena, que tan generosamente se había ocupado de la "luchadora". Tecla manifestó a Pablo su deseo de regresar a Iconio. Pero el Apócrifo refiere que Trifena había enviado a Tecla gran cantidad de vestidos y oro, que sirvieron al Apóstol para aliviar las pesadumbres de los más necesitados.

Trifena, sin desempeñar un papel estelar, deja en los lectores del Apócrifo una impresión agradable de persona compasiva y generosa. Siendo rica y socialmente conocida y apreciada, no tiene reparo en implicarse en la causa de una condenada. Y a su lado estuvo guardando su inocencia y tratando de levantar su ánimo en el difícil trance que la joven atravesaba. Viuda de un alto personaje y privada de una hija joven y muy querida, encontró en Tecla una nueva hija que borró en gran parte las amarguras de su duelo. La fe en la resurrección y en la vida eterna le devolvió alientos para ver su pena desde una dimensión trascendente. Su figura está aureolada con las abundantes y hermosas palabras que el narrador pone en su boca. Era reina por profesión, pero tuvo actitudes de reina tanto en sus hechos como en sus palabras.

ERBETTA, M., Gli Apocrifi del Nuovo Testamento, II, p. 264.
ROLFFS. E., en E. Hennecke (ed.) Handbuch zu den Neutestamentlichen Apokryphen. Tubinga 1904, pp. 377s.
VISCONTE, Iconographie grecque, vol. II, tabla IX 3.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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