El fundamento de la conversión a los gentiles. “Comienzos de la teología cristiana y pensamiento griego” (III)

Hoy escribe Antonio Piñero:

¿Cuál fue el impulso, motivo o el fundamento teológico profundo y esencial por el cual Pablo, miembro de un minúsculo grupo judío que esperaba el fin inmediato del mundo se lanzara a predicar el mensaje de salvación también a los gentiles?

Un grupo de estas características podría haber adoptado una actitud semejante a la de los esenios, en concreto la rama de Qumrán: retirarse del mundo, apartarse de aquellos que no quisieran convertirse a lo que ellos sabían que era la verdad, entregarse a la oración y al cumplimiento de la Ley, y esperar que Dios decidiera cuál iba a ser el momento definitivo de la consumación del mundo.

De hecho esta fue la solución que adoptaron los del grupo más compacto de seguidores de Jesús en Jerusalén:

“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones… Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (Hechos 2,44-46).


La venta de los bienes se explicaba naturalmente porque estaban tan persuadidos de que el fin del mundo era tan inmediato que con el producto de lo malvendido podrían subsistir hasta que éste llegara.

La solución al enigma de por qué otros se lanzaron a predicar también a los gentiles la buena noticia de que Jesús era mesías se halla en una cierta continuidad con un aspecto importante del pensamiento de Jesús –"la teología de la restauración del Israel completo al final de los tiempos"- por parte de un grupo de creyentes en él, que se plasma en los “helenistas” de los Hechos de los Apóstoles 6 y 7, continúa con los “cristianos” de Antioquía y con Pablo mismo, cuya estructura teológica está situada también dentro de ese marco de la “teología de la restauración de Israel”.

Hemos afirmado ya que entre los rasgos de esa “restauración de Israel” estaba la incorporación de un cierto número de gentiles a la fe judía momentos antes de la plenitud final de tal restauración/salvación. Los profetas de Israel desde la época del exilio –sobre todo el Tercer Isaías— lo habían proclamado claramente:

Isaías 56,1-8: Dios reunirá a las tribus dispersas de Israel y también a los extranjeros que lo acepten y observen el sábado y la Alianza;

Isaías 60,3-7.10-14: los gentiles acudirán a la luz de Israel; los gentiles que no se sometan serán destruidos;

Isaías 66,18-24: Dios reunirá las naciones de toda lengua;

Miqueas 4: en los últimos días el Templo y Jerusalén en general será foco de atracción para los gentiles que vendrán a ella para aprender la Ley). De este modo algunos, quizá muchos, gentiles participarían también de la gloria futura del Israel mesiánico.

La idea que movió, pues, a los helenistas, a los cristianos de Antioquía y, en especial, a Pablo fue en síntesis:

• El mesías ha llegado;
• El pueblo de Dios está siendo reunido;
• El fin está cerca;
• Este pueblo se va a componer de judíos, principalmente, convertidos a la fe en Jesús mesías, pero también de algunos gentiles convertidos a Jesús mesías, y por tanto a Israel.

Desde esta perspectiva se explica bastante bien por qué Pablo y su grupo se lanzó a una carrera ardorosa por conseguir el mayor número posible de conversos a partir de la gentilidad. Desde luego y ante todo conversos judíos, pero también –y ésa era la misión a Pablo encomendada por Dios- conversos desde el paganismo para que llegara el final… del mundo, de acuerdo con un plan divino que había previamente señalado tal número.

Pero, según este plan divino explicitado con bastante claridad por los profetas, no era preciso convertir a todos los paganos, sino llegar hasta el número previamente determinado por Dios: así llegaría ese deseado fin de los tiempos.

Para captar la veracidad de esta afirmación, es decir, que a los misioneros helenistas con Pablo a la cabeza les movía ante todo esta "teología de la restauración de Israel y su salvación" es muy importante caer en la cuenta de la defensa de ella en la Epístola a los Romanos (quien primero debe salvarse es Israel –capítulos 9 y siguientes-; luego los gentiles en segundo lugar; pero que Israel no se convierta a Jesús es de hehco el gran problema) y luego observar cómo se comportaba el Apóstol: Pablo corría sin parar de un lado a otro, fundando comunidades pequeñas y saltando a otra ciudad, dejando incluso la tarea de bautizar a sus ayudantes.

Apenas se detuvo un largo tiempo más que en dos ciudades: Éfeso y Corinto. En la primera probablemente porque fue detenido durante meses en la cárcel. En la segunda porque era una ciudad con grandes posibilidades de conseguir conversos y que desde allí se extendiera la semilla.

Pablo, pues, fundó unas cuantas comunidades en Asia y en Europa, en las que los convertidos sumarían si acaso el 0,5 % de la totalidad de la población gentil del Imperio. Él no bautizaba personalmente, sino que esa tarea la dejaba a sus discípulos. Fundada una comunidad y corría a otra, donde pensaba que encontraría a otras nuevas personas, gentiles, fáciles de convertir. Por ejemplo, obvió ir a Alejandría –donde había muchísimos judíos y simpatizantes del judaísmo- porque el ambiente se había enrarecido y había habido persecuciones contra los judíos (descritas por Filón de Alejandría).

Pablo se dedicó –en contra incluso de algunos de sus colaboradores- a las ciudades donde la conversión de paganos le parecía más fácil y rápida: Asia Menor, luego algunas pocas ciudades de Grecia y luego decidió saltar a Roma… y finalmente Hispania. Con eso concluía su tarea: había llegado al “fin del mundo”. ¿Pero a cuantos paganos había convertido y bautizado? A muy pocos.

Con estos viajes más bien “relámpago” pensó que ya había cumplido su misión en esas regiones. Convirtiendo a unos pocos aquí y otros allá, pensó que debía ir al extremo occidente, Hispania, para conseguir allí unos cuantos nuevos conversos. Estaba seguro que con esos pocos convertidos desde el paganismo se cumpliría el “número predeterminado de conversos gentiles que se debían incorporar al Israel de los últimos días”

Es importante recalcarlo: a Pablo, el número de conversos le importó poco al principio. Sin embargo, casi al final de su vida cuando escriba la Carta a los Romanos, caerá en la cuenta de que este plan había fracasado, no por parte de los gentiles, sino por la dureza de corazón de los judíos. Véase Romanos 11,25: Israel entero tiene que convertirse a Jesús antes de que llegue el fin del mundo y esto no estaba ocurriendo… ¡para su desolación!

La Epístola a los romanos indica también en los capítulos mencionados (9 al 11) que el fracaso de la misión a los judíos indicaba que Dios había diseñado una corrección a lo que Pablo había creído al principio de su misión un plan divino totalmente fijo. El movimiento impulsado por el Apóstol veía que la divinidad –ante la incredulidad de Israel hacia su mesías- tenía precisar la teoría del “pequeño y preciso número de gentiles decidido por Él para incorporarse al verdadero Israel”. Así se pasó a la idea de que la voluntad divina deseaba “cuantos más, mejor”, y finalmente “todos”: cuando llegara la “plenitud de los gentiles” a convertirse, entonces Israel lleno de celo se convertiría también a Jesús y llegaría el fin del mundo:

“No quiero hermanos que ignoréis este misterio… que a Israel le ha acontecido un endurecimiento sólo en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles. Luego todo Israel será salvo, como está escrito…” (Romanos 11,25).


Así, en resumen:

Pablo, muy dentro de la teología de la restauración de Israel, pensó que ante todo se salvaría Israel al final de los tiempos.

Para que llegara este final era necesario, conforme a los profetas, que se convirtiera a Jesús mesías –además del pueblo judío- un cierto número de gentiles.

Al principio creyeron, conforme a los mismos oráculos proféticos, que este número sería pequeño. Por ello se preocuparon sólo –¡a la vez que predicaban primero a los judíos, según indican los Hechos!- de fundar unas pocas comunidades de gentiles.

Luego vieron que desgraciadamente Israel no acababa de convertirse. Entonces Pablo llegó al convencimiento de que Dios había dispuesto una rectificación al plan (Romanos 9-11): tenía que convertirse la "plenitud de los gentiles" y luego, lleno de celo y de envidia, se convertiría Israel.

En ese momento llegaría el fin del mundo (1 Tesalonicenses 4,13-5,1).

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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