Las mujeres en los Hechos de Pablo



Escribe Gonzalo del Cerro

Ninfa, la mujer fuerte y sufrida (PHeid 28-35)

El Papiro de Heidelberg (PHeid) recoge una historia con graves mutilaciones en el texto, pero con la suficiente cantidad de elementos como para permitir reconstruir una narración coherente. El marco geográfico pertenece al ministerio de Pablo en Mira de Licia, puerto de mar en la costa meridional del Asia Menor. El episodio, o conjunto de episodios, gira alrededor de una misma familia, compuesta por los padres, Hermócrates y Ninfa, con sus dos hijos, Hermipo y Dión. Ponemos nuestra atención en Ninfa, a quien no dudamos en calificar como mujer fuerte y sufrida. En efecto, su marido estaba gravemente enfermo de hidropesía. Hermipo era un joven con graves enfermedades morales, como la ambición y la ira incontrolada. Dión, el hijo bueno, había muerto a causa de un accidente. Y en medio de tanta pena, Ninfa con su fortaleza y su dolor.

La familia entera hace su aparición dentro del relato en actitud de súplica a los pies del apóstol Pablo para pedir la curación del padre enfermo. El mismo Hermócrates argumentaba a partir del ejemplo de Cristo. Cuando vino a la tierra, curó a muchos de sus enfermedades. Y como quien es consciente de que la fe mueve montañas, pedía la gracia de creer en el Dios vivo. Pablo escuchó la súplica de Hermócrates y lo sanó haciendo que las aguas contenidas en su vientre salieran provocando en el enfermo un desfallecimiento tan grave que algunos llegaron a pensar que había muerto. Pero Pablo lo tomó de la mano, lo levantó y le dijo: "Pide lo que quieras". Hermócrates respondió: "Quiero comer". Con el alimento entró en Hermócrates la salud más completa, la material y la espiritual. Pablo le administró el bautismo lo mismo que a su esposa Ninfa.

Pero si es verdad que nunca llueve a gusto de todos, la curación de Hermócrates le hizo muy poca gracia a su heredero Hermipo. El ambicioso joven se veía ya dueño de los bienes del padre, cuando el milagro realizado por Pablo vino a diferir indefinidamente sus esperanzas. El texto deja claro que Hermipo hubiera preferido ver muerto a su padre para poder acceder a la posesión de sus riquezas. Por ello tramó con sus amigos la muerte del que con sus extraños poderes había deshecho sus planes. Su hermano, en cambio, escuchaba gozoso la palabra predicada por Pablo.

Del relato se desprende que Dión, el hijo preferido de sus padres, había muerto, al parecer, por un accidente fortuito. La muerte de Dión había causado en la familia la lógica consternación. Mientras Hermócrates y Hermipo lloraban desolados, Ninfa se dirigió a escuchar la predicación de Pablo con los vestidos desgarrados. El hecho de desgarrarse los vestidos era un gesto típico entre los orientales para manifestar un dolor desmedido. Daba la impresión de que valoraba tanto la palabra de Pablo que la muerte de su propio hijo quedaba como en un segundo término. El Apóstol advirtió la circunstancia y preguntó a Ninfa la causa de su duelo. La respuesta, desnuda de retórica y sentimentalismo, fue telegráficamente escueta: "Dión ha muerto". La multitud prorrumpió espontáneamente en llanto. Pero Pablo ordenó que le trajeran el cadáver de Dión.

En el folio que falta en el PHeid se narraba seguramente la resurrección de Dión a manos y por las oraciones de Pablo. Así se desprende de las páginas siguientes en las que se habla de Dión como resucitado. Pero el texto conservado narra el intento de Hermipo de dar muerte a Pablo. Ni la curación milagrosa de su padre, ni la resurrección de su hermano fueron argumento suficiente para apartarle de sus macabras intenciones. El Apóstol tuvo conocimiento del peligro que sobre él se cernía por boca de un ángel del Señor. Una vez más puso su suerte en manos de Dios.

Y sucedió que cuando Hermipo atacaba a Pablo con la espada desenvainada, quedó repentinamente ciego. En seguida reconoció su error. "He pecado, Pablo", gritaba. Comprendía lo absurdo de su conducta al pretender dar muerte al que había sanado a su padre y resucitado a su hermano. Rogaba a todos para que le ayudasen y lo llevaran a Pablo, de quien esperaba obtener su curación. Pablo se encontraba precisamente en casa de Hermócrates y Ninfa, donde predicaba la palabra de Dios. Reinaba allí una sana alegría por la resurrección de Dión. Cuantos iban llegando a la casa comprobaban que Hermócrates y Ninfa estaban especialmente contentos y repartían alimentos entre los pobres. Descubrieron también la situación lamentable de Hermipo que se aferraba suplicante a los pies de cualquiera, incluidos sus propios padres. Éstos, ignorantes de todo lo sucedido con su hijo mayor, preguntaban: ¿Pero por qué lloran si Dión ha resucitado?

Cuando los padres tuvieron noticia de lo ocurrido con Hermipo, Hermócrates vendió sus bienes para repartir limosnas entre las viudas; Ninfa, por su parte, pidió a gritos a Pablo la salud para su hijo; Hermipo recobró la vista, se volvió a su madre y le dijo: "Pablo se acercó a mí, puso su mano sobre mí mientras yo lloraba, y desde entonces pude ver claramente todas las cosas". Se supone que fue Cristo el que actuaba bajo la apariencia de Pablo. El detalle se repite en otros Hechos Apócrifos, donde actúa Cristo tras la apariencia material del Apóstol correspondiente. Ninfa tomó a su hijo Hermipo de la mano y lo condujo al lugar en el que se encontraba Pablo con las viudas.

El Apóstol quedó profundamente conmovido al comprobar la sincera conversión de Hermipo, que daba gracias a Dios por los favores recibidos. Ninfa encontró así la solución cabal de todos sus problemas. Su marido, curado; su hijo Dión, resucitado; Hermipo, convertido a una vida honrada. Su actitud frente a Pablo había sido la más acertada. Fue paciente, suplicante, agradecida. Y Dios la recompensó por medio de su Apóstol.

Notamos una vez más que la narración está hablando de esposos a los que no se exige ningún cambio en sus hábitos conyugales. El tema de la continencia no aparece en el fragmento. Sin embargo, Pablo atiende a sus ruegos, les presta su ayuda, resuelve todas sus dificultades y siembra en sus vidas la semilla de la Palabra. Todo, como quien dice, sin condiciones.

Otras mujeres en la sombra

Los Hechos de Pablo mencionan a diversas mujeres de las que el estado del PHeid no permite otra cosa que registrar su paso por los caminos de Pablo y alguna destacada circunstancia de sus vidas. Tenemos, por ejemplo, la referencia de dos mujeres, Aline y Crisa con sus respectivos maridos Trasímaco y Cleón. Cuando el Apóstol salió de Mira de Licia, se dirigió a Sidón de Fenicia atravesando el Asia Menor. En Perge de Panfilia se le unieron los matrimonios citados, que no sólo acompañaban a Pablo sino que le procuraban el sustento.

Sucedió que se detuvieron a comer a la sombra de un árbol. Había, al parecer, en aquel lugar un altar idolátrico. Algunos cristianos habían fallecido, lo que un anciano interpretaba como castigo de los dioses a los que habían abandonado su culto y aceptado el del Dios de los cristianos. Entre otros, habrían sufrido el maleficio un hidrópico y su mujer, llamados Xanto y Crisa. Una laguna en el texto nos priva del debate sobre el tema y de la solución que Pablo dio al problema.

Llegado a Tiro, proveniente de Sidón, el Apóstol predicaba "las maravillas de Cristo". Entre su auditorio estaba Alfión o Affia, que era mujer de un tal Crisipo y estaba poseída por el demonio. Con simplicidad evangélica cuenta el Apócrifo la curación de la endemoniada: "Sálvame para que no muera", gritó la mujer, que fue inmediatamente curada. "Al instante huyeron los demonios" del cuerpo de la posesa.

Dentro del contexto de los episodios de Éfeso el Apócrifo registra la presencia de Pablo en casa del matrimonio judío formado por Áquila y Priscila. Allí pudo reunir a los hermanos y dirigirles la palabra de Dios. Y allí recibió una visita del ángel del Señor a quien vieron todos, pero solamente pudo oír el mismo Pablo. Anunciaba el ángel las pruebas que el Apóstol tendría que afrontar en la ciudad de Éfeso. Áquila y Priscila son los cristianos conversos del judaísmo mencionados en varios pasajes del Nuevo Testamento. Según el relato de Hch 18, 2-3, Pablo se dirigió desde Atenas a Corinto. Fue en Corinto, no en Éfeso, donde Pablo se alojó en casa de Áquila y Priscila, porque eran del mismo oficio. Los problemas que Pablo tuvo con los judíos de Corinto le obligaron a marchar de la ciudad (Hch 18, 18). Con él viajaban Priscila y Áquila --nombrados por este orden--, que permanecieron en Éfeso. Allá llegó luego el judío Apolo, docto en las Sagradas Escrituras, que hablaba de Jesús, pero se quedaba en el bautismo de Juan. Priscila y Áquila le instruyeron correctamente en el camino de Dios (Hch 18, 26).

En la carta de Pablo a los romanos, les pide que saluden a Priscila y Áquila, "mis colaboradores en Cristo Jesús, quienes pusieron sus cuellos por mi vida" y merecen gratitud no sólo de Pablo sino de todas las iglesias de los gentiles (Rom 16, 3-4). También en 1 Cor 16, 19 envían saludos "Áquila y Prisca con la iglesia que está en su casa". El detalle coincide con el dato del Apócrifo, según cuyas noticias Pablo se reunía con los fieles en casa de este matrimonio amigo y colaborador. La 2 Tim 4, 19 encarga saludar a Prisca y Áquila así como a la casa de Onesíforo.

Subrayamos esta breve referencia notando que de las seis veces en que aparece el matrimonio citado en el Nuevo Testamento, en cuatro está Priscila mencionada en primer lugar antes de su marido. Notamos también que, mientras en los Hechos canónicos de Lucas, el nombre de la mujer es Priscila, en las epístolas paulinas figura con el nombre de Prisca, del que Priscila sería el diminutivo.

No son éstas las únicas mujeres que pasan como de puntillas por las páginas de este Apócrifo. Testigos de sucesos lejanos en la vida de Pablo, aparecen la viuda Lemma y su hija Ammia. Rememora el Apóstol sucesos pasados de su vida desde sus años de perseguidor. Contaba sus primeros encuentros con la comunidad cristiana. No sin superar los reparos de los fieles, logró hablarles y granjearse grandes dosis de confianza y cariño. Cuando emprendió su viaje a Jerusalén, le siguieron amablemente Lemma y su hija. Partió por la tarde, y cuando empezó a clarear continuaban a su lado las dos piadosas mujeres. "Me apreciaban tanto, dice Pablo, que no se separaban de mí".

Fue entonces, en las cercanías de Jericó, donde tuvo lugar y tiempo el episodio del bautismo del león que tanto escandalizaba a San Jerónimo. En efecto, Jerónimo, en De uiris illustribus 7, rechazaba estos Hechos como apócrifos hablando de los "viajes de Pablo y Tecla y toda la fábula del león bautizado", a la vez que citaba a Tertuliano. Estaban sumidas en la oración Lemma y Ammia en compañía de Pablo cuando hizo su aparición un terrible león. Los intérpretes conjeturan que fueron las dos mujeres las que amansaron a la fiera. El león se arrojó a los pies del Apóstol con quien mantuvo un diálogo lleno de intención: "¿Qué quieres, león?", le preguntó Pablo. "Querría ser bautizado", respondió el león. Pablo le bautizó sumergiéndole tres veces por la melena. El león se fue gozoso a la selva. Una leona se le acercó con intenciones lascivas, pero el nuevo bautizado huyó sin dedicarle ni siquiera una mirada. La predicación de Pablo movía incluso a las fiersw a la vida de castidad.

Así terminaba la charla de Pablo que convenció a muchos y exasperó a no pocos. Toda la familia de Ammia se levantó contra Pablo como si la marcha de la joven fuera cosa de engaño o secuestro. Fue una chispa más de lo que había de convertirse en un incendio.

Todavía menciona el texto el nombre y las obras de una piadosa mujer. Se llamaba Procla y realizaba entre los efesios abundantes obras de caridad. La predicación de Pablo le tocó el corazón. La mujer se convirtió a la fe y recibió el bautismo con todos los de su casa.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
Volver arriba