Juan y Jesús, exaltados tras su muerte por sus seguidores

Hoy escribe Fernando Bermejo

Aunque con la muerte de Juan el Bautista y Jesús de Nazaret se acaban los paralelismos propiamente dichos entre estas figuras, si tomamos en cuenta el destino inmediato de los predicadores palestinos al menos un paralelismo más se impone: tanto el ejecutado en Maqueronte por Antipas como el ejecutado en Jerusalén por Poncio Pilato experimentaron un proceso de exaltación por parte de sus seguidores, proceso que se continuaría en el caso del Bautista en ciertos ámbitos, y desde luego en el caso de Jesús hasta el día de hoy.

Los procesos de exaltación o inflación de ciertas figuras son fenómenos ampliamente conocidos en la historia de las religiones. El ser humano, animal adorador por excelencia, no se contenta con divinizar objetos naturales, procesos y seres imaginarios, sino que también se dedica a atribuir virtudes y capacidades sobrenaturales a otros semejantes (cuando no a sí mismo). Este fenómeno recibe a menudo el nombre de evemerismo.

El proceso de exaltación de Jesús en el cristianismo es suficientemente conocido. La conversión de Jesús en mesías, hijo de Dios y Dios mismo se ha producido en muchas corrientes cristianas, y desde luego en aquellas históricamente más exitosas. (Como es sabido, este proceso de inflación ha ido acompañado de la exaltación de otros varios personajes, y en primer lugar de la de la madre de Jesús, Myriam, un personaje del que apenas se sabe nada; aun así, un tratado completo de teología cristiana está dedicado a la mariología –otro aún, a la “josefología”–). Paradójica pero comprensiblemente, el proceso de inflación parece haber constituido uno de los medios fundamentales del proceso más amplio mediante el que los seguidores de Jesús lograron otorgar sentido al rotundo fracaso empírico de las esperanzas del propio predicador galileo, que anunció lo que no se cumplió y obtuvo lo que de ningún modo esperaba. La conversión del predicador en Dios encarnado eliminado por las fuerzas del Mal dio sentido a una catástrofe objetiva y permitió la superación de las disonancias cognitivas y, de manera compensatoria, la conservación de la esperanza de los supervivientes del grupo.

En cuanto a Juan el Bautista, aunque su figura fue fagocitada por el cristianismo, que hizo de él un santo (lo que para algunos será un perpetuo motivo de hilaridad y/o de reflexión), hay diversos rastros en fuentes antiguas de que fue sometido a un proceso de exaltación independiente de los intereses cristianos. Por ejemplo, ya el hecho de que el augusto prólogo del Cuarto Evangelio tenga tantas referencias a Juan y necesite decir tan enfáticamente que “él no era la Luz”, es un indicio claro de que a finales del siglo I había gente que albergaba la firme creencia de que Juan el Bautista, y no Jesús, era la Luz. En la literatura pseudoclementina (Recognitiones I, 54.60), se nos informa de que ciertos discípulos de Juan afirmaron que “él era el Cristo, y no Jesús”. Esta perentoria creencia causó, de hecho, tantos quebraderos de cabeza a los judeocristianos del área siria, que éstos llegaron a afirmar que Juan había sido una manifestación satánica (véanse las Homilías Pseudoclementinas). Lamentablemente, apenas sabemos nada más de esos seguidores de Juan, ni cuál fue el alcance del proceso de inflación que entre ellos experimentó la memoria del Bautista.

Otra vía del proceso de inflación del Bautista es visible en el mandeísmo, que conoce habitualmente a Juan con el nombre doble de “Iahia-Iuhana”. En efecto, esta religión gnóstica –de la que, a pesar de la hostilidad procedente de judíos, cristianos y musulmanes, aún hoy existen representantes en Irán e Irak– considera a Jesús un engañador diabólico, mientras que concede a Juan una gran importancia. En otra ocasión esperamos poder analizar este curioso fenómeno.

Si bien –repitámoslo– ignoramos el alcance (cualitativo) del proceso de exaltación del Bautista en la Antigüedad, hay rastros suficientes de la existencia de tal proceso. Así pues, también en el destino que tuvieron después de muertos, es posible apreciar un ulterior paralelismo entre los dos predicadores palestinos Juan y Jesús.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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