Las mujeres en los Hechos Apócrifos de Pablo



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Artemila y Eubula (PH II-V)

Dos mujeres y un destino

La señora y la criada, la esposa del gobernador y la liberta forman una pareja que recuerda la que constituían Maximila e Ifidama en los Hechos de Andrés. Como iremos viendo, muchos detalles de ambos casos son coincidentes. El relato del Papiro de Hamburgo (PH) coincide plenamente con el contexto del escándalo que provocó en Éfeso la predicación de Pablo. Una predicación que no solamente amenazaba notoriamente la estima de los dioses, sino que en consecuencia dañaba los intereses crematísticos de orfebres y comerciantes. En Hch 19, 23-40 se narran el alboroto y sus causas. El platero Demetrio movió al gremio de los orfebres contra la predicación de Pablo. Mezclaba el argumento del negocio con el de la devoción a la diosa. Por ello el grito de guerra era "¡Grande es la Ártemis (Diana) de los efesios!". A la intimación del gobernador contestaron unos que Pablo debía ser condenado a la hoguera; los orfebres exigían que fuera arrojado a las fieras (PH I 26-29). Tanto en el Apócrifo como en los Hechos de Lucas eran los orfebres los más beligerantes. Y fue su opción la que se impuso en el ánimo y en la decisión de Jerónimo, el gobernador.

Estaba Pablo atado y en oración cuando un león se acercó al lugar donde se encontraba el prisionero. El feroz rugido del león levantó entre el pueblo gritos de espanto y asustó al mismo Pablo haciéndole cesar de su oración. El narrador introduce entonces sin solución de continuidad la historia de Artemila y Eubula así como su conexión con los acontecimientos. Informa que Diofantes, liberto de Jerónimo y marido de Eubula, estaba celoso porque su esposa era discípula de Pablo y no se separaba de él ni de día ni de noche. Era la misma actitud de Tecla en HchPlTe 7. No lo especifica el texto, pero parece que Eubula había sido convertida a la vida de castidad. Diofantes, pues, pedía para Pablo la condena a la lucha con las fieras.

Artemila sentía deseos de escuchar a Pablo aunque sólo fuera mientras oraba. Y así se lo manifestó a Eubula: "Vayamos a escuchar la plegaria del que luchará con las fieras". Eubula fue a anunciar a Pablo el deseo de su señora. "Tráela", fue la respuesta del Apóstol. Así empezó la serie de encuentros de ambas mujeres con su admirado maestro. Artemila se vistió ropas oscuras para que su presencia pasara desapercibida. En compañía de Eubula fue a visitar a Pablo, quien, al verla, le dirigió entre gemidos las siguientes expresiones: "Oh mujer, señora de este mundo, dueña de oro abundante, amiga de grandes lujos, orgullosa de tus vestidos: siéntate en el suelo, olvida tu riqueza, tu hermosura y tus adornos. Estas cosas no te servirán de nada si no suplicas a Dios, que considera como barro las cosas que aquí son grandes, y concede liberalmente las maravillas del más allá. El oro perece, las riquezas se consumen, el vestido se deteriora, la hermosura envejece, las grandes ciudades se transforman y el mundo es destruido por el fuego a causa de la maldad de los hombres. Solo Dios permanece y la adopción concedida por él, en quien es necesario obtener la salvación. Ahora, Artemila, espera en Dios, y él te librará, espera en Cristo y te perdonará los pecados cubriéndote con una corona de libertad, de forma que no vuelvas a servir a los ídolos, a los sacrificios perfumados, sino al Dios vivo, al Padre de Cristo, cuya gloria es eterna. Amén" (PH II 18-34).

Esta conmovedora, profunda y directa alocución hizo de Artemila una conversa tan convencida que solicitó de Pablo el bautismo antes de la lucha del Apóstol con las fieras. El espectáculo estaba programado para el día siguiente. Diofantes hizo saber a Jerónimo que sus esposas estaban "día y noche a los pies de Pablo". Era una evidente exageración, propia de ánimos hostiles, ya que Artemila había conocido a Pablo sólo unas horas antes. La noticia no hizo más que acrecentar la furia del gobernador contra su mujer y la liberta Eubula. Pero pensando en el espectáculo del nuevo día, Jerónimo se retiró pronto a descansar.

Maniobras para el bautismo

Era la ocasión que esperaban las piadosas mujeres. Se dirigieron a Pablo y le propusieron buscar a un herrero para que lo librara de las cadenas. De este modo el Apóstol podría bajar con ellas hasta el mar y bautizarlas. Pero no era preciso recurrir a manos humanas cuando el prisionero disponía del poder de Dios que había roto las cadenas del mundo entero. Un suceso paralelo de puertas que se abren solas se repite en los Hechos de Andrés con el objetivo de hacer posible el encuentro de Maximila con el Apóstol (HchAnd 29). Es, por lo demás, un reflejo de la liberación de Pedro narrada en Hch 12, 6-11: las cadenas se caen de las manos, las puertas se abren solas, etc. Pablo pidió a Dios que sus cadenas cayeran de sus manos delante de Artemila y Eubula. Apareció entonces el joven hermoso, amable y sonriente, que también encontramos en otros pasajes de los Hechos Apócrifos. El narrador de HchJn 73 cuenta que junto a la tumba de Drusiana había un "joven hermoso que sonreía". Había custodiado el cuerpo de la difunta para preservarlo de la profanación. Luego se marchó al cielo a la vista de todos los presentes. Más adelante, contó Calímaco que "un joven hermoso" había cubierto a Drusiana con su propio manto (HchJn 76). Igualmente en los HchAnd hay "un joven hermoso" que aguarda a Maximila e Ifidama a las puertas de la prisión y las conduce a los pies de Andrés (HchAnd 32). Libre Pablo de sus cadenas, tomó a Artemila y salió de la prisión sin que los guardas lo advirtieran. Las puertas se abrieron solas, los guardias dormían vencidos por un sueño profundo. En consecuencia, pudo salir Pablo en compañía de Artemila y Eubula. Les precedía el joven hermoso y sonriente portando una luz para que pudieran llegar fácilmente al mar.

A partir de este momento el relato no se preocupa de Eubula, aunque anteriormente el texto hablaba del bautismo para las dos mujeres. Pablo realiza con Artemila el ritual completo: le impone las manos, bendice el agua y bautiza a la mujer. Luego regresan a la prisión donde los guardias seguían dormidos. Allí celebró la Eucaristía de la que hizo partícipe a la nueva neófita. Como en otros Hechos Apócrifos, se citan como materiales del sacramento solamente el pan y el agua. Muchos escritos encratitas evitaban cuidadosamente la mención del vino. A continuación Pablo envió a Artemila con su marido Jerónimo mientras él permanecía en oración. La conexión del Bautismo con la celebración de la Eucaristía es un dato frecuente en el contexto histórico de los Hechos Apócrifos, como es posible comprobar en varios pasajes de otros Hechos.

Lucha de Pablo con las fieras

Amaneció por fin el día del espectáculo entre los gritos de los ciudadanos y los mohines de Jerónimo, desconcertado con la conducta de su esposa y ciertos extraños rumores que corrían por la ciudad. Además, Artemila y Eubula habían caído seriamente enfermas ante el temor que les causaba la muerte inminente de Pablo. Jerónimo estaba disgustado por no poder tener junto a él a su esposa. Pero nada pudo detener la programación de la lucha con las fieras. Pablo fue arrojado al estadio. Su postura de serena dignidad sorprendía, y enfurecía, a los espectadores.

Sentado el gobernador en la presidencia, el encargado de las fieras soltó a un terrible león que poco antes había sido capturado. El público empezó a excitar al animal con sus gestos y sus gritos esperando ver a Pablo desgarrado por sus dientes y sus garras. Pero su decepción fue total cuando el león, de aspecto feroz, cruzó tranquilamente el estadio hasta echarse a los pies del condenado, que estaba sumido en oración. Según la carta de Pelagia, escrito apócrifo etiópico, el león se puso también a orar. Cuando ambos terminaron, el león saludó a Pablo: "La gracia sea contigo". El Apóstol, sin asustarse en absoluto, replicó: "La gracia sea contigo, león". Y puso Pablo la mano sobre el animal. La multitud interpretó la escena como una prueba de magia y hechicería. Pero Pablo y el león mantuvieron un diálogo amistoso: "¿Eres tú, león, aquel que yo bauticé?" - "Sí". - "¿Y cómo es que has sido cazado?" - "Lo mismo que tú, Pablo".

Jerónimo lanzó al estadio numerosas fieras para que acabaran con el condenado; envió también arqueros para que eliminaran al león. Y llegó el acostumbrado prodigio, prueba de que Dios, en la mentalidad del Apócrifo, no abandona a los suyos en tales dificultades. Estando el cielo despejado y sereno, se desencadenó una granizada violenta y espantosa, tanto que muchos espectadores murieron y otros emprendieron una huida precipitada. Ni Pablo ni el león sufrieron el menor daño, mientras las demás fieras perecían bajo el sorprendente y terrible fenómeno. El granizo arrancó incluso una de las orejas del gobernador. La multitud escapó gritando: "¡Sálvanos, oh Dios! ¡Sálvanos, oh Dios del hombre que ha luchado con las fieras!". Lo mismo que en el caso de Tecla, esta clase de condena recibía el nombre "técnico" de lucha con las fieras.

En medio del alboroto Pablo se mezcló con los fugitivos, bajó al puerto y se embarcó en una nave que zarpaba rumbo a Macedonia. El león se dirigió según sus hábitos hacia los montes. Mientras se desarrollaron todos esos acontecimientos, Artemila y Eubula lloraban y ayunaban angustiadas por lo que pudiera haber sucedido a Pablo. Pero de nuevo apareció el joven que consoló a las dos mujeres dándoles buenas noticias sobre la suerte que había corrido el Apóstol. Se consolaban ambas mutuamente y colaboraban con los médicos en la curación de la oreja de Jerónimo. Éste fue testigo de la presencia del joven que entró en la habitación estando cerradas las puertas. Lo que no pudieron los médicos con su ciencia y su arte lo logró aquel joven haciendo que untaran con miel la lastimada oreja de Jerónimo, que de aquella forma recuperó la salud de su apéndice auricular.

La presencia de Artemila y Eubula va enmarcada dentro del episodio de la lucha de Pablo contra las fieras en el estadio de Éfeso. El interés del Apócrifo gira alrededor del Apóstol y su obligado enfrentamiento con las fieras. Es el blanco de la atención de los testimonios de los autores eclesiásticos, como Hipólito de Roma, los Hechos de Tito, Commodiano, Nicetas de Paflagonia y otros. Pero no podemos olvidar que el mismo Papiro de Hamburgo no permite demasiadas alegrías en la interpretación de los acontecimientos.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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