Supuestos “contrastes” entre Juan el Bautista y Jesús de Nazaret (II)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Otra de las supuestas diferencias radicales que separarían a Jesús de Juan el Bautista sería la relativa al estilo de vida de estos personajes. Según una muy difundida opinión, mientras que el Bautista habría sido un asceta, Jesús habría sido una persona propensa a la celebración de la vida. Un exegeta católico tan respetado como John P. Meier llama incluso a Jesús, en varios pasajes de su obra, un “bon vivant”. Otros estudiosos ingleses (como J.-D. Crossan) contrastan el “fasting” (ayuno) de Juan al “feasting” (celebración) de Jesús. Otros (R. W. Funk) describen a Jesús como “the proverbial party animal” (que podríamos traducir como “el típico amigo de francachelas”. Los ejemplos podrían multiplicarse, ad nauseam.

Una vez más, sin embargo, resulta fácil mostrar que estos juicios carecen probablemente de justificación, pues hay diversos indicios textuales que apuntan a que una de las dimensiones del mensaje del profeta escatológico Jesús fue la predicación –con el ejemplo– de un ascetismo que, sin necesidad de extremismos extravagantes, tenía implicaciones radicales, por ejemplo, en lo concerniente al sexo. A diferencia de las presentaciones habituales, según las cuales Jesús habría sido un personaje muy distinto del ascético Bautista también en lo relativo a la actitud hacia el mundo, un cuidadoso examen de los testimonios disponibles arroja resultados muy distintos.

Ante todo, el texto de Q 7, 31-35, según el cual Jesús sería un “comedor y bebedor”, quizás no pueda ser utilizado para contraponer su figura a la del Bautista ayunador, pues probablemente refleja en boca de aquél el lenguaje polémico de sus adversarios. De hecho, el propio Jesús usa la misma expresión (“comer y beber”) en Q 17, 26-30 con un sentido claramente peyorativo (cf. Mt 24, 37-39). Que Jesús haya comido con personas de dudosa reputación en su intento de ganar a todo Israel para el Reino de Dios no quiere decir que fuera amigo de francachelas: inminente no era para él sólo la salvación, sino también el juicio.

En segundo lugar, el texto de Mc 2, 18-20 y par. –en el que discípulos de Juan se dirigen a Jesús preguntándole por qué, mientras ellos ayunan, los discípulos de Jesús no lo hacen– no puede considerarse una negación tout court de la legitimidad del ayuno ni una prueba concluyente de que Jesús y sus discípulos no ayunasen. Hay indicios en los evangelios de que Jesús practicó el ayuno y de que quizás enseñó a practicarlo de cierta manera (Mt 4, 2; Mt 6, 16-18; Mt 17, 21). Esto resulta perfectamente comprensible, dado que la Torá prescribe el ayuno para la solemne fiesta del Yom Kippur, y existía también la costumbre de ayunar en la víspera de la fiesta de Purim: un judío piadoso no habría despachado alegremente tales prescripciones. El texto de Mc 2, 18-19a y par. –si se retrotrae a Jesús– o bien significa que, a diferencia de los fariseos y los seguidores de Juan, Jesús no estableció días fijos para el ayuno; o bien es un dicho circunstancial sin significado genérico, que muestra que las prácticas de ayuno voluntario del grupo de Jesús eran más laxas que las de otros.

En tercer lugar, la tendencia ascética en el estilo de vida de Jesús es perceptible en relación con las posesiones, cuya renuncia parece haber exigido y practicado Cf. Mt 6, 24-34; Mc 10, 17-22 y par. Ese despojamiento –probablemente surgido de su convicción escatológica y de su confianza en Dios como padre– se evidencia en su exhortación a sus discípulos a no preocuparse por la comida y el vestido, y en su propio abandono del hogar paterno. Si “no tener dónde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20; Lc 9, 58) es o no una expresión hiperbólica, al menos lo cierto es que Jesús se desligó de muchas ataduras.

En cuarto lugar y más específicamente, vale la pena considerar Mt 19, 11-12: “No todos son capaces de comprender esta palabra, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del seno de su madre, hay eunucos que lo son por obra de los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron tales por causa del Reino de los cielos. Quien pueda entender, entienda”. Este pasaje constituye la respuesta de Jesús a la observación de los discípulos –tras la prohibición del repudio– acerca de si vale o no la pena casarse. Aunque el v. 11 parece redaccional, la autenticidad del v. 12 es postulada por autores que en otros puntos mantienen posiciones muy divergentes. El dicho parece constituir un llamamiento a permanecer célibe y a abstenerse de relaciones sexuales. Quienes “a sí mismos se hicieron eunucos por causa (diá) del Reino” parece designar a aquellos que ante la inminencia de la llegada del Reino han elegido un modo infrecuente de vida que, al tiempo que les supone una costosa renuncia, les otorga tiempo y libertad para poder preparar a la gente. Es posible incluso que con esta frase Jesús se esté refiriendo a personas concretas –al Bautista, a sí mismo y quizás a alguno de sus discípulos–.

Además, hay buenas razones para pensar que las bienaventuranzas de las mujeres sin hijos y estériles de Lc 23, 29 (y EvTom 79b) y las advertencias a las madres y las mujeres embarazadas (Mc 13, 17-19 y par.) pueden remontarse a Jesús. Ahora bien, estos pasajes constituyen una requisitoria contra la reproducción en un contexto escatológico: dado el carácter terrible de los “días” que se aproximan, es preferible la condición de quien no ha procreado, pues no tendrá tantos motivos de sufrimiento.

Resulta muy significativo que todos estos datos textuales, que tomados individualmente ofrecen garantías de autenticidad, produzcan, al ser ensamblados, una imagen coherente de Jesús como un asceta que, como elocuente heraldo de la transformación que operaría el advenimiento del Reino de Dios, proclamó y vivió en muchos aspectos la renuncia, incluyendo la abstención de actividad sexual. Igualmente elocuente es que todo este conjunto de datos sea comprensible (y esperable) a la luz de la intensa expectación escatológica que –como ha puesto de relieve la exégesis más rigurosa– parece haber caracterizado la religiosidad del profeta de Nazaret: el distanciamiento de los estilos de vida habituales mediante el abandono de posesiones y otros actos ascéticos es un fenómeno frecuente cuando el fin se cree próximo, y esta creencia es una de las que cabe atribuir a Jesús con suficiente verosimilitud.

Ciertamente, Jesús no fue una suerte de flagelante obsesionado por la mortificación: de tal cosa no hay el menor indicio en la tradición textual. Pero la contraposición del Juan asceta y el Jesús bon vivant es una tesis tan frecuente como implausible: aunque es probable que la distinta localización y método de la predicación de Juan y Jesús haya determinado una conducta parcialmente diversa, hay varios datos convergentes que invitan a pensar que Jesús tuvo una personalidad en cierta medida ascética, y que por tanto su discrepancia con el Bautista no es en este aspecto muy significativa.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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