Los papiros y el texto del Nuevo Testamento II – Egipto y el cristianismo (V)

Hoy escribe Antonio Piñero:

Las implicaciones del descubrimiento del Papiro 75 fueron aún mayores. Contenía amplios fragmentos de los evangelios de Lucas y de Juan, y su texto se parecía muchísimo al del codex Vaticanus, que en opinión de Wescott-Hort era hasta el momento el mejor manuscrito del Nuevo Testamento y el que más se acercaba a los presuntos originales.

Según lo que se creía hasta esos años el texto del códice Vaticano se debía a una drástica revisión erudita –técnicamente a este proceso se denomina una “recensión”- del texto del Nuevo Testamento efectuada a comienzos del siglo IV, tras las persecución de Diocleciano que, como dijimos, había traído consigo la destrucción de la mayor parte de los códices neotestamentarios antiguos. Es decir, cuando se quiso poner en circulación de nuevo entre los cristianos el texto del Nuevo Testamento se revisó y se reeditó.

Ahora bien, si el Papiro 75, como mínimo cien años más antiguo, ya presentaba ese texto limpio y “puro” del Códice Vaticano, quería decirse que los críticos estaban equivocados. Tal revisión drástica a comienzos del siglo IV nunca había existido. Uno de los pilares de la comprensión de la historia del texto, a saber las “revisiones” del siglo IV, había caído por tierra.

Entonces, ¿cómo se ve ahora, en nuestros días, tras la publicación de tantos papiros, la historia del texto del Nuevo Testamento? Precisan dos aspectos de ella.

Primero en lo que se refiere a los centros locales de difusión del texto:

En general los críticos textuales opinan que -aparte el testimonio del misterioso Codex Bezae, también del norte de África- sólo hubo dos centros importantes que promovieron la difusión culta del texto neotestamentario: Alejandría y Antioquía (¡no Roma!, quien simplemente recibía copia de todo).

Antioquía, tuvo una influencia de gran extensión geográfica y de larga duración, editando el llamado texto “eclesiástico o bizantino”, pero que -como antes dijimos- es de una calidad crítica inferior, por mucho que se halle representado en la mayoría de los manuscritos del Nuevo Testamento. El texto bizantino explica y aclara las dificultades, parafrasea un poco, armoniza los pasajes paralelos de los Evangelios pero un tanto dispares, etc. En un palabra: retoca los originales para que se lean mejor.

Alejandría, la capital del Egipto de entonces, produjo un texto de una calidad muy superior, aunque de hecho se extendiera geográficamente menos. Por lo que respecta a lo que suele interesar más del Nuevo Testamento, los evangelios y el corpus paulino, el texto que hoy leemos, el impreso por el equipo del Instituto de Münster, está tomado fundamentalmente del Vaticanus, el Sinaiticus y de los papiros 74 y 75.

Para el Apocalipsis, el codex Alexandrinus, que presenta curiosamente un texto inferior en otras partes del Nuevo Testamento, se lleva aquí absolutamente la palma. Los críticos lo editan casi a la letra.

En segundo lugar, respecto a los “tipos” de texto:

Hoy día, tras la renovación que supusieron los papiros, en vez de los tres tipos textuales que mencionamos en otro post (o incluso cuatro, pues se añadían otro tipo “cesariense” o “jerosolimitano” propio de los Evangelios) se piensa que hubo en realidad sólo dos tipos textuales que se caracterizaban por el grado de rigidez con la que se transmitía el original.

Al contrario de lo que ocurría con el Antiguo Testamento, sujeto ya a un estricto control al menos en su texto consonántico desde finales del siglo I d.C., durante los primeros siglos del cristianismo el texto del Nuevo Testamento era más bien vivo o "libre". Ciertos elementos eclesiásticos, los autores de textos de piedad o teológicos, o incluso también los copistas, se permitían pequeñas enmiendas tanto gramaticales como estilísticas, o incluso de contenido dogmático. Este hecho no deja de sorprendernos hoy día, pues supone algo para nosotros casi inconcebible: un “texto sagrado” y a la vez manipulable hasta cierto punto. Pero es así. Se ve que en el siglo II existía otra lógica al respecto diversa a la nuestra.

Los escribas o copistas, que conocían de memoria los cuatro evangelios, se dejaban llevar de esta memoria y efectuaban también ciertas adaptaciones tanto en las citas o alusiones al Antiguo Testamento como en los pasajes paralelos. Pero, a la vez, como lo demuestra el Papiro 75, había otra corriente textual "estricta" que intentaba ser lo más fiel posible a los originales a pesar de las obscuridades o inconsecuencias que éstos pudieran presentar. En ocasiones, muchas, mantenían lecturas o pasajes difíciles simplemente porque así los había transmitido la tradición, sin corregirlos. Esto es una gran suerte para nosotros hoy. Casi siempre, esos pasajes “difíciles” se acercan más –según la opinión de los críticos- al texto original del Nuevo Testamento.

Así pues, hoy día, con esta perspectiva más que pensar en “textos locales”, geográficamente determinados, lo que se opina -a la vista de los papiros- es más bien en corrientes textuales de dos tipos: una más libre; otra, más fidedigna.

Los grandes papiros pertenecen en general a esta última. Por ello ocupan un puesto tan importante en la reconstrucción del texto del Nuevo Testamento, y si no se aceptan sus lecturas por crítica interna siempre ocupan un lugar de honor en el aparato crítico a pie de página.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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