Mujeres en los Hechos de Tomás



Escribe Gonzalo del Cerro

La joven muerta a manos de su amante (HchTom 51-61)

Muerte de la joven a manos de su enamorado

El Hecho VI de este Apócrifo trae la historia singular de una joven cuyo destino se cruzó con la misión de Tomás. El episodio es una vez más un renglón torcido de Dios en el que expresa la rectitud de sus planes salvíficos. Celebraba el Apóstol la Eucaristía. Y se repitió un acontecimiento paralelo al caso de Rufina en los HchPe 2. Allí una mujer había tenido la osadía de acercarse a recibir el pan eucarístico cuando acababa de levantarse de un lecho adúltero. El consiguiente castigo le llegó en forma de una hemiplejía que la dejó paralizada del lado izquierdo. Aquí es un joven que, tomando en sus manos el pan sagrado, quedó igualmente paralizado hasta el punto de no poder llevarse el pan a la boca. Tomás razona acertadamente: Este pan causa vida y salud; si produce un efecto contrario, como la parálisis de las manos, es porque existe alguna grave irregularidad por parte del comulgante. En consecuencia, interpela al interesado exigiéndole una explicación.

El joven narró los detalles de su peripecia: "He cometido una mala acción, aunque pensaba estar realizando una obra buena. Me había enamorado de una mujer que vivía fuera de la ciudad en una posada, y ella me amaba también. Al escuchar tu predicación y creer yo que anuncias al Dios vivo, me acerqué y recibí de ti el sello con los demás. Pues decías: “El que conviva en la relación impura (con una mujer), especialmente en adulterio, ese tal no tendrá vida en el Dios que yo predico”. Como yo la amaba muchísimo, la suplicaba e intentaba persuadirla para que se convirtiera en mi cónyuge en castidad y limpia conducta, según tu enseñanza. Pero ella no quiso. Así pues, ante su negativa, tome una espada y la maté. Pues no podía soportar verla mantener relaciones con otro hombre" (HchTom 51, 2-3). Notamos una vez más que, a pesar de los calificativos negativos con que se designan las relaciones matrimoniales, el adulterio es un grado más en esa visión rigorista.

Está claro que el asesinato tenía un altísimo componente de celos. A pesar de las protestas de la buena intención con que declaraba haber obrado el joven, Tomás emitió un juicio condenatorio de tal acción. Sus reflexiones iban encaminadas a demostrar el error de tan absurdo comportamiento. Pidió agua, la bendijo con una prolija plegaria y se la ofreció al joven para que se lavara las manos. Al punto quedó sano de su parálisis. "¿Crees ahora en nuestro Señor Jesucristo que todo lo puede?", preguntó el Apóstol. El joven respondió: "Aunque soy muy débil, sin embargo, creo. Yo ejecuté esa acción creyendo hacer algo bueno, pues le había suplicado -como te dije-, pero ella no quiso dejarse convencer para mantenerse pura" (HchTom 52, 3).

El joven había abrazado la doctrina predicada por Tomás, y lo había hecho con tanto entusiasmo que quiso hacer partícipe de su decisión a la mujer que amaba. Pero el enamorado quedó ofuscado por un ataque de celos hasta el punto de intentar doblegar la voluntad de aquella mujer con el recurso supremo de la muerte. Fue la salida que encontró a la colisión de dos firmes decisiones: su amor irrenunciable y su deseo de vivir una vida de castidad perfecta de acuerdo con la predicación del apóstol Tomás. Como la mujer no estaba dispuesta a aceptar el proyecto de su enamorado, recibió la muerte de sus manos.

Resurrección de la joven asesinada

Pero los planes del Apóstol iban más allá de la conversión del joven y del reconocimiento de su culpa. Acompañado del mismo asesino y de mucha gente, se dirigió al albergue donde yacía la difunta. Como todos los milagros tienen frecuentemente una vertiente de propaganda religiosa, Tomás procuró que hubiera numerosos testigos de la resurrección de la muchacha que pensaba realizar. El cuerpo muerto de una mujer provocaba un sentimiento particular de pena, del que fue víctima el mismo apóstol Tomás. Pronunció la oración de costumbre, llena de exclamaciones y de referencias bíblicas. Recordaba el logion de Jesús "Pedid y se os dará. buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá" (Mt 7, 7) y las palabras de Pedro al cojo de la Puerta Preciosa: "No tengo oro ni plata" (Hch 3, 8). Luego, rogó a Cristo abiertamente: "Te pedimos y te suplicamos que en tu nombre santo y por tu poder resucites para gloria tuya y acrecentamiento de la fe de los presentes a esta muchacha que aquí yace" (HchTom 53, 2-3).

El joven, amante y asesino, recibió de Tomás la orden de resucitar a la difunta. El Apóstol le sugería las palabras que tenía que pronunciar: "Yo, con mis manos, te maté con el hierro, ahora también con mis manos te resucito por la fe de Jesús" (HchTom 54, 1). Solicitó nuevamente la ayuda de Tomás y de sus oraciones. Y puso su mano en la de la mujer diciendo: "Ven, Señor Jesucristo, concede a ésta la vida y a mí la prenda de tu fe" (HchTom 54, 2).

Apenas sintió la mano del joven sobre la suya, se levantó la mujer, miró a la multitud, abandonó el lecho, corrió a postrarse a los pies del Apóstol y dijo: "Te lo suplico, mi señor, ¿dónde está el otro que estaba contigo, que no permitió que permaneciera en aquel lugar tan terrible y espantoso, sino que me entregó a ti diciéndote: “Toma tú a esta mujer para que sea perfecta y luego se congregue en su lugar?”" (HchTom, ibid.). Un lugar común con otros Hechos Apócrifos es la referencia al Señor como acompañante de los apóstoles respectivos. En HchTom 12 el Señor es el que habla a los nuevos esposos, que lo confunden con el mismo Tomás.

Visión del infierno

Tomás intimó a la mujer para que contara a todos dónde había estado durante el sueño de su muerte. A lo que respondió la mujer haciendo una relación detallada de las penas del infierno: Remolinos, fuego, ruedas de tormento, gritos, gusanos. Había penas especiales reservadas para los homosexuales y los adúlteros, para los calumniadores y los ladrones, para los que no han tenido misericordia con el prójimo. La mujer iba guiada por un hombre horrible, negro y de sucias vestiduras, a quien los verdugos de las almas pedían que les entregara aquella nueva víctima. Pero el misterioso personaje les manifestó que temía al que se la había entregado. Finalmente, "aquel que se parece a ti me tomó y me puso en tus manos diciendo: “Tómala, porque es una de mis ovejas descarriadas”. Tú me tomaste, y ahora estoy aquí delante de ti. Te ruego, pues, y te suplico que no vaya yo a parar a aquellos lugares de penas que he visto" (HchTom 57, 3). Una vez más encontramos a Jesús en la apariencia del apóstol Tomás.

El Apóstol aprovechó el testimonio de la mujer resucitada para exhortar a sus oyentes y pedirles que evitaran todos aquellos pecados que llevaban consigo tan funestas consecuencias. El relato se extiende en prolijos razonamientos de Tomás, como si el caso de la mujer y su celoso amante no fueran otra cosa que un pretexto para la predicación de la doctrina cristiana. De los protagonistas del suceso no se vuelve a hablar. El joven, reconocido su error, pudo realizar su deseo de vida en castidad perfecta. Y dadas las circunstancias que rodearon la muerte y la resurrección de la mujer, se supone que trataría de asegurarse la salvación y librarse de los tormentos descritos acompañando a su amante en su proyecto de castidad perpetua. Sería la lógica del Apócrifo.

La madre y la hija poseídas por los demonios (Hechos VII-VIII: HchTom 62-81)

Posesión diabólica de dos mujeres importantes

El Hecho VII da por supuesto que Tomás se encuentra ya en la India predicando la palabra de Dios. Aparece por vez primera el nombre del rey Misdeo que tanto espacio ocupará en el resto del relato. Un general suyo tiene con los demonios graves problemas, cuya solución busca en la benevolencia y el poder taumatúrgico del apóstol Tomás. La mujer y la hija del general son víctimas de una extraña posesión diabólica. Para justificar el interés del general en el lance, refiere el Apócrifo que la mujer y la hija eran muy queridas del padre, quien no había tenido trato con ninguna otra mujer. Era, por lo demás, un hombre influyente y rico. Presumía de que el rey no tomaba ninguna decisión sin contar con él. Poseía muchas riquezas, tantas que era uno de los hombres más ricos de la India. Podría haber llevado grandes regalos a Tomás si no fuera porque sabía que el Apóstol no los habría aceptado (cf. HchTom 62).

Ocurrió que se celebraron en la ciudad unas bodas, a las que fueron invitadas las dos mujeres. Se trataba de grandes amigos, por lo que el general y su familia no tuvieron más remedio que corresponder a la invitación. La mujer, sin embargo, tenía malas sensaciones y no quería acudir a la fiesta. Pero el general las envió en compañía de muchos servidores que las cuidaran.

Terminado el banquete nupcial, el general envió a su encuentro criados con lámparas y antorchas, y él mismo salió al camino para esperarlas. En aquel momento se oyeron gritos y lamentos; los criados llegaron con los vestidos desgarrados en señal de disgusto a contar a su amo lo sucedido. Esto fue lo que dijeron: "Vimos a un hombre y a un muchacho con él. El hombre echó mano de tu mujer y el muchacho de tu hija, pero ellas huyeron. Nosotros los golpeamos con nuestras espadas, pero nuestras espadas cayeron a tierra. En aquel momento, cayeron ambas mujeres rechinando los dientes y golpeando la tierra con sus cabezas. Y al ver todo esto, hemos venido a anunciártelo" (HchTom 63, 2). El pobre general rasgó sus vestiduras presa del dolor, comprobó la veracidad del relato de los criados, recogió a su mujer y a su hija y se las llevó a su casa.

Narración detallada de los hechos. Intervención de Tomás

El hombre quiso conocer por su mujer detalles de lo sucedido. La mujer hizo una relación pormenorizada. Ante todo, manifestó el rechazo natural que sentía a su asistencia a aquella boda. Luego, narró su encuentro con un "hombre negro" junto al acueducto. Aquel siniestro personaje, que tenía a su lado a un joven semejante a él, hacía señas a la mujer. Ella comentó con su hija el incidente llamándole la atención sobre sus dientes, "blancos como la leche", y sus labios, "negros como el carbón". Pero continuaron su marcha. Cuando regresaban por la tarde y se acercaban al acueducto, aparecieron nuevamente "los demonios" y se dirigieron decididamente a las mujeres. Los criados emprendieron la huida mientras los demonios las golpeaban y las arrojaban a tierra. El general fue testigo de la actuación de los demonios, que repitieron el asalto en el momento mismo en que la mujer refería a su marido la experiencia.

Fue el principio de una situación que se prologó durante tres años a pesar de las precauciones que tomaba el general. Los demonios redujeron a las dos mujeres a una reclusión perpetua. No podían salir de casa, ni ir a los baños, ni a fiestas ni a funerales. Ello causaba en el general vergüenza y amarga pesadumbre. Los demonios perseguían a las mujeres, las tiraban a tierra y las desnudaban. En aquella casa todo era desorden y abandono. Por todo ello solicitaba el general la ayuda de Tomás. "¿Crees tú que Jesús puede curarlas?", preguntó el Apóstol. "Sí", respondió el general. Tomás le explicó que quien tenía que curar a las dos mujeres era Jesús, y que era necesario creer en él. Provocó en el afligido padre un acto de fe. En seguida Tomás hizo que se reunieran todos los hermanos; y cuando "toda la multitud" estuvo reunida, pronunció un largo discurso como otros que sirven para enmarcar en doctrina sus milagros. Ya hemos dicho que la taumaturgia de los Apóstoles sirve de argumento definitivo para confirmar la verdad de su palabra. Por eso, es constante la referencia a la multitud en la narración de los milagros y prodigios incluidos en un marco parenético (HchTom 65).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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