¿Existió el ateísmo en la Antigüedad? (y IV)

Hoy escribe Antonio Piñero:

Aristóteles es otro de los casos en los que la tradición interpretativa ha podido obscurecer el verdadero pensamiento del filósofo respecto al tema de esta miniserie. A ello ha contribuido Aristóteles mismo, pues en su obra menciona muchas veces a “dios” o “la divinidad”, bien por costumbre, o bien como un modo vulgar de entenderse.

Centrémonos en lo esencial para ser breves. Aristóteles aclara la relaidad de todo lo existente, desde lo más material hasta los astros como entidades epsirituales, el Primer principio incluido, con un sistema explicativo –su filosofía- que es en el fondo un platonismo corregido. A partir de la concepción común a los griegos de una materia eterna, todo el universo se aclara, según el filósofo, por la conjunción de cuatro causas: material, eficiente, formal y final.

Pongamos un ejemplo clásico para explicr cómo entendía Aristóteles estas cuatro causas: el del escultor y la estatua que éste realiza. Para llegar a que la estatua sea una realidad se requiere el concurso a) del mármol (causa material; b) de un escultor (causa eficiente); c) de la idea de un estatua determinada que el escultor tiene en su cabeza con su forma determinada, etc. (causa formal), y d) del propósito firme del escultor de plasmar esa idea (causa final).

En su sistema Aristóteles procede a reducir estas cuatro causas a dos: a) la causa material (el mármol en el ejemplo puesto) y b) la final, que engloba al escultor, su idea de la estatua determinada con su forma y su deseo de realizarla, es decir las causas eficiente, formal y final. Esta explicación de la Totalidad de la existencia es lo que se denomina “hilemorfismo” (del griego hýle, “materia” y morphé, “forma”): absolutamente todo está compuesto de materia y de forma. El progreso q se obsrva en el universo entre la materia más "bruta" y las formas más desprovista de materia se explica por los conceptos de "potencia" y "acto".

Aristóteles establece luego que la materia pura, inteligible, desprovista de toda forma no puede existir, es una pura entelequia. Igualmente la forma pura, aunque es pensable también lógicamente, no puede existir en sí. Establece, pues, intelectualmente la imposibilidad de una existencia real de una materia pura o de una forma pura.

Ahora bien, Aristóteles, cuando habla de Dios como causa final de todo lo define como “forma pura” desprovista de materia, o como “Primer Motor”, que todo lo mueve. El movimiento del universo lo concibe Aristóteles idealmente como una marcha o progreso desde la materia más grosera hacia la forma más pura gracias a la potencialidad de un estadio inferior del ser q se convierte en acto en un estadio superior. Por decirlo así, la forma ideal (causa final ideal) no empuja hacia ella la materia desde atrás, sino que la atrae hacia sí desde delante. Por decirlo gráficamente la succciona, como parece hacerlo la piedra de Magnesia (el imán) con pequeñas partículas de materia.

Pero –y esto es lo importante- según el sistema, la “Forma Pura” es real, ciertamente, pero no puede existir en verdad, puesto que no hay forma sin materia. Si se admitiera su existencia, se rompería toda la lógica del sistema. Por tanto, el Primer Motor, Dios, según el sistema aristótelico es una entidad "real" postulada por la lógica explicativa del mundo, pero no existe en realidad.

Hago aquí un paréntesis explicativo importante: una entidad puede ser real y no existir al mismo tiempo. Un ejemplo: el concepto de “patria”. La patria es algo “real” y operativo: en su nombre se realizan muchas cosas, buenas y malas. Pero la “patria”, como concepto que es, no existe. Por consiguiente algo puede ser real/operativo y a la vez no existente.

Por tanto, todo lo dicho respecto al sistema de Aristóteles de explicación del mundo pertenece al ámbito de lo lógico, no al de lo verdaderamente existente. Aristóteles era, en mi opinión, absolutamente consciente –lo mismo que su maestro Platón- de que su sistema era un modo y manera de explicar el universo. Nada más. La imposibilidad de afirmar desde el mismo sitema la existencia del Primer Motor hace de Aristóteles un "ateo" hasta cierto punto sistemático.

Epicuro y el epicureísmo

Que el temor a la muerte es el origen de la falsa creencia en la divinidad fue uno de los puntos fuertes de la ética de Epicuro, tan maltratada por la historia desde la crítica superficial de Horacio ("él mismo era uno de los cerdos de la piara de Epicuro"). El filósofo del Jardín afirmó que el fin de la filosofía, de todas las acciones del ser humano, es conseguir la felicidad. Para el cuerpo ésta consiste en no sufrir, y para el alma en mantenerse tranquila y pacífica. Lo único que puede engendrar la vida feliz, según Epicuro, es un entendimiento sobrio y sano, capaz de encontrar en todo justas razones de elección y de aversión, o lo que es lo mismo, la exclusión de todas las opiniones falsas de las que proviene la turbación del alma. Y éstas falsas opiniones nacen de tres malas raíces: el temor a los dioses, el temor a la muerte y el temor al destino o hado.

El temor a los dioses se elimina cuando se piensa que los éstos no pueden existir como las gentes se lo imaginan, llenos de imperfecciones. Y si existen, y Epicuro no hace nada por demostrarlo, han de ser del todo bienaventurados, de tal modo que no pueden turbarse pensando y preocupándose de los hombres. Si lo hicieran, dejarían de ser bienaventurados y se destruirían.

El temor a la muerte, (que en opinión de muchos filósofos es el origen de la creencia en los dioses -Primus in orbe deos fecit timor, que dijo Estacio ["El temor fue el primer impulso para fabricarse dioses"]-) el temor a la muerte, firma Epicuro, es absurdo. Según el filósofo, la muerte no es nada para los hombres; al sr no existente no debe procurar temor. En efecto, cuando existimos, ella, la muerte, no existe; y cuando la muerte se hace presente, entonces nosotros ya no existimos. El conocimiento de esta sencilla verdad hace capaces de gozar al hombre de la vida mortal, suprimiéndole la falsa perspectiva de una duración infinita, y arrebatándole el inútil deseo de la inmortalidad.

Finalmente, según Epicuro, el sabio debe mofarse de la fatalidad, o el destino, a quien los tontos humanos hacen más temible que los dioses mismos, puesto que es inflexible. Pero, el sabio sabe que entre los sucesos que ocurren, no todos son debidos a la necesidad, sino que los hay que nacen de la Fortuna o de nuestro propio querer. El destino, por tanto, no existe.

Para justificar la erradicación de estos triples temores, Epicuro construyó para sus alumnos una teoría física, destinada a suministrar una visión del universo apropiada para desterrar toda causa de temor y turbación. En efecto, Epicuro, tras la tradición de Leucipo y Demócrito, concibe también al mundo como compuesto de átomos que se mueven en un movimiento perpetuo dentro de un vacío infinito, como hemos visto ya en otro “post”. Esta concepción del universo, en la que es imposible que nada provenga del no-ser (porque de lo contrario todo se generaría de todo) y en la que nada puede retornar a la nada, prescinde en absoluto de la necesidad de Dios. La divinidad no desempeña ningún papel en un universo totalmente material, eterno y regido por leyes inmutables.

Aparte de lo dicho hasta el momento y hasta donde se me alcanza, existe un caso al menos de un filósofo en la historia de la filosofía griega a quien siempre se le llama "el ateo". Se trata de Teodoro, el ateo, un discípulo de Aristipo, el fundador de la escuela socrática cirenaica. Según Diógenes Laercio y Cicerón, Teodoro "negó la existencia de cualquier dios". Al igual que su maestro, sostuvo que el placer es la finalidad de la vida humana, pero no la ausencia de dolor, como hemos comentado de Epicuro, sino el placer positivo. Ninguna divinidad veta el placer, sino que sólo el sabio, según Teodoro, ejercitará su razón a fin de capacitarse para valorar los diferentes placeres y no dejarse arrastrar por ninguno, lo que produciría dolor.

Debo detenerme aquí para no prolongar esta miniserie en demasía y porque en sustancia está dicho todo lo importante. Insistiría, como resumen de lo escrito, en una doble aserción: me parece cierta la afirmación de que no hubo "ateísmo" al estilo moderno en la Antigüedad, salvo en el caso de Teodoro y de Diágoras, quizás. Es cierto, sin embargo, que pudo existir una suerte de agnosticismo, más generalizado de lo que se piensa, que alguno podría denominar impropiamente “ateísmo”. Pero este ateísmo es sui generis, y no es sistemático como el moderno.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Volver arriba