José y Asenet y el Nuevo Testamento (VI)

Hoy escribe Antonio Piñero

Simbolismo

Muy interesante dentro del contenido teológico de la novela “José y Asenet” es el rico simbolismo –a veces difícil de interpretar- que encierra, pues todo el texto parece claramente simbólico… ¡y no tenemos ningún manual de claves! Presentaremos al lector en otro post una interpretación de los símbolos de la novela totalmente distinta a la que en primer lugar expondremos.

La torre en la que vive Asenet como en una suerte de prisión podría significar el cuerpo humano, en el que reside el alma entregada vanamente a la idolatría -más tarde contrapondrá gráficamene Asenet su servicio a los ídolos con la adoración al verdadero Dios: cambio de mesa, de pan y de bebida por otra mesa, pan y bebida diferentes y superiores- y a los placeres mundanos.

Las doncellas que sirven a la heroína son siete. Es bien conocida la predilección que los judíos, como herencia de Babilonia al parecer, tenían por este número que significaba una cierta plenitud. el número siete desempeña un papel im portante como es sabido en la estructura septenaria del Apocalipsis de Juan y de otras obras judías contemporáneas a ésta y quizás a nuesta novela, como el Libro IV de Esdras, o anteriores: Libro de los Jubileos o Pequeño Génesis. En la novela, las siete vírgenes podrían significar, según M. Philonenko, las siete estrellas (de la Osa Mayor) que rodean a la Luna-Asenet (esposa del Sol-José). Otros investigadores estiman que este simbolismo es poco verosímil.

José, como hemos ya apuntado, sería el redentor y salvador del alma, que aparece con los rasgos del mesías y del sol. La estrella de la mañana es el mensajero de la divinidad (14,ls), y quizá pueda verse en Asenet un trasunto de la idea gnóstica de la Sabiduría caída (¿?), redimida por el redentor José.

Asenet es el modelo de todos los futuros prosélitos. El ángel le augura que, tras su conversión, será llamada «Ciudad de refugio». Es éste quizás un juego de palabras judío basado en "As(e)nat"/"hosná", “fortaleza” (según Ginzberg). El varón angélico explica por qué: «En ti se refugiarán muchas naciones, y bajo tus alas se abrigarán muchos pueblos y en tu muralla se protegerán quienes se unan a Dios por la conversión» (15,6). Asenet podría prefigurar aquí a la Jerusalén ideal de los profetas judíos de la restauración (Isaías II y III, sobre todo), que acoge en su seno también a gentes que proceden de pueblos paganos convertidos.

No se trata exactamente de algo parecido a la Jerusalén nueva y celeste de la que habla el Apocalipsis de Juan (cap. 21), sino de la Jerusalén terrestre, mejorada, de la época mesiánica en sentido plenamente judío, que acogerá en su seno a muchos conversos del paganismo = Isaías 56,1-8 donde se dice que Dios reunirá a los dispersos de Israel, pero también a los extranjeros que lo acepten y observen el sábado y la Alianza, o Miqueas 4, en donde se afirma que en los últimos tiempos el monte de la Casa del Señor se convertirá en la montaña más alta y hacia ella vendrán muchas naciones para aprender la Ley.

El nombre de la heroína está tomado del texto bíblico mencionado en un post anterior (Gn 41,50): Asnat. Este vocablo significa en egipcio “Propiedad de la diosa Neith”, y puede recubrir una doble denominación de una divinidad combinada Isis-Neith, según otros. M. Philonenko, en su introducción al texto griego breve por él editado (Joseph et Asénet, Brill, Leiden, 1968; pp. 61-79) defiende con fortaleza la equiparación de Asenet con la diosa Neith. Según este investigador, cualquier lector egipcio cae en la cuenta de la equiparación. Lo que el texto pretende decir es que incluso un personaje de noble alcurnia, que encarna las virtudes de la diosa pagana, acaba sucumbiendo a la gracia del Dios de Israel y se agrega a su Alianza por medio de la conversión.

Sostiene Philonenko, que en Egipto, incluso en una época tardía como la de la composición de nuestra novela, el pueblo guardaba una viva conciencia de lo que significaba cada nombre. Nuestro autor lo sabía también y, aprovechando el significado del nombre de su protagonista, ha introducido en ella los rasgos de la diosa Neith. En efecto, insiste Philonenko, nuestra heroína es un trasunto casi perfecto de la divinidad de Sais: diosa creadora, andrógina (hombre/mujer), reina del agua primordial, identificada con la abeja, diosa del cielo estrellado, guerrera, elegante, aficionada a los adornos y joyas, símbolo de la sabiduría.

Diversos rasgos que caracterizan a la protagonista de la novela se explican convenientemente si se la equipara con Neith. Así, -como dijimos- las siete vírgenes que actúan como doncellas de Asenet serían las siete estrellas de la Osa Mayor. Los dieciocho jóvenes que guardan los portones del patio de Asenet serían la constelación de Aries (representada por jóvenes guerreros), que en Egipto es Khnoum, el Carnero, páredro (es decir, compañero/marido) de Neith... Asenet sería así un reflejo de la diosa del cielo estrellado.

Esta interpretación es ciertamente seductora y aclara algunos puntos aislados del simbolismo de la novela. Pero también tiene sus dificultades porque hay notable diferencia entre Asenet y la diosa Neith, divinidad de la ciudad de Sais. No se ve claramente que la heroína de la novela tenga rasgos de una diosa creadora, ni tampoco se percibe su carácter andrógino, de hombre/mujer. Más bien Asenet a lo largo de la narración aparece con rasgos de una exquisita feminidad. En ese contexto se explican su amor por la elegancia, los bellos tejidos y las joyas, sin recurrir al paradigma de Neith.

Asenet parece más bien como la rica heroína de todas las novelas y cuentos populares, incluidos -por supuesto- los greigos. El desconocido autor no hace hincapié en la sabiduría de Asenet, sino en sus errores y en las consecuencias de su penitencia. De cualquier modo, todo es posible en una novela. Lo que sí parece claro que José aparece descrito como el Sol:

Abrieron los portones orientales del patio, José entró sentado en el segundo carro del faraón. Llevaba un tiro de cuatro caballos blancos como la nieve, con frenos de oro, y el carro estaba igualmente recubierto de oro. José iba revestido con una túnica extraordinariamente blanca, y el traje que le envolvía era de púrpura, tejido en lino y oro. Llevaba una corona dorada sobre su cabeza, en torno a la corona doce gemas escogidas y sobre ellas doce rayos de oro. Y como cetro real en su mano derecha portaba una rama de olivo extendida con abundante fruto (5,4-7).


En este sentido puede entenderse que Asenet sea el símbolo de la Luna y que en el centro de la novela, cuando los dos protagonistas se casan (cap. 21; después de la conversión de Asenet), tengamos un ejemplo claro de “matrimonio sagrado” (en griego hieròs gámos) entre dos divinidades: el Sol y la Luna. Ello no implica necesariamente la aceptación de la igualdad Asenet-Neith, porque en la literatura novelística de la época aparece con frecuencia ese motivo simbólico (por ejemplo, en el novelista Heliodoro, en su obra Teágenes y Cariclea, 3,3,4-6 y 3,4,2) para describir a los amantes.

Obsérvese de paso cómo la corona, las doce gemas, los doce rayos y el olivo parecen hacer alusión simbólica al Israel renovado, mesiánico, con su mesías-sol, sus doce tribus, y su cetro = olivo = Israel como en Romanos 11,17.

Por otro lado, quizá sea demasiado atrevido que nuestro desconocido autor tomara los principales rasgos de una diosa pagana (su imagen, entre otras, es destrozada por Asenet y arrojada por la ventana: 10,13s) para hacer de ella el prototipo de los prosélitos (Asenet = Villa de Refugio). Si ello fuera así, ¿querría significar el desconocido novelista que una destacada figura del panteón egipcio, Isis-Neith, encarnada en su heroína, aceptaba la verdad de la religión judía convirtiéndose a ella? La idea sería en extremo audaz.

En conclusión: el simbolismo de la novela admite varias interpretaciones. Es posible que la tesis de Philonenko sea cierta, pero no puede ser probada. Los rasgos que definen a Asenet podrían explicarse también suficientemente a partir de un contexto judío y de los tópicos del género novelístico, donde las heroínas están dotadas de todas las virtudes, son ricas y sabias, etc., sin recurrir sustancialmente a la cosmología egipcia.

Seguiremos con otra interpretación radicalmente diferente. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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