Después de Jesús: Paralogismos pertinaces

Hoy escribe Fernando Bermejo

Aunque he escrito repetidamente que Jesús de Nazaret parece haber poseído cierta especificidad en el judaísmo del s. I, algunos de nuestros lectores pretenden atribuirme la idea de que ese personaje fue “un judío del montón”, suponemos queriendo decir que fue un individuo del todo indiscernible de cualquier otro judío, sin nota característica alguna. Dado que nunca he aseverado tal cosa y sin embargo sí he afirmado en diversas ocasiones la contraria, éste es un buen ejemplo del fenómeno de ridiculización de una posición mediante su caricaturización: al parecer, entre afirmar que Jesús es una singularidad incomparable y un sujeto indiscernible de cualquier otro no cabe para muchos un término medio. El problema de tales personas parece consistir en la imposibilidad de aceptar que Jesús careciera del tipo de especificidad que ellos quieren (¿necesitan?) que esa figura tenga.

No es hoy mi intención desperdiciar mi tiempo repitiendo lo ya dicho –quien quiere malentender y leer in malam partem, está condenado a hacerlo in aeternum–, sino llamar la atención sobre ciertas fallas lógicas implicadas en las perplejidades de algunas personas, quienes no parecen poder concebir cómo un sujeto carente de una incomparable singularidad pudo ser sometido a un proceso de exaltación como el que experimentó Jesús de Nazaret, o cómo pudo “impulsar una nueva religión”. Dado que supongo buena voluntad y ausencia de mala fe en tales personas, calificaré a estos errores no de sofismas sino sólo de paralogismos.

Paralogismo 1º: “Un fenómeno histórico determinado debe ser necesariamente conmensurable en todos los sentidos con la causa que lo produce”. En realidad, en la Historia –no digamos en la Historia de las religiones– causas pequeñas tienen a menudo grandes efectos, y viceversa. Aunque ello repugna a nuestro sentido espontáneo de las proporciones, hay diversos sentidos en que no existe, en la Historia, una correspondencia necesaria entre efectos y causas.

La creencia en supuestos avistamientos físicos de Elvis Aaron Presley tras la muerte de éste (debida –la muerte, no la creencia– a consumo desaforado de fármacos y drogas) es un dato comprobable, como lo es la génesis de sentimientos y movimientos de tipo religioso centrados en la desaparecida figura del cantante de Tupelo. El desarrollo de una fuerte devoción a un sujeto de incierta categoría espiritual y moral llamado José Mª Escrivá por parte de decenas de miles de sujetos es otro hecho innegable de la religiosidad contemporánea. En el s. I y en la cuenca del Mediterráneo, el proceso de exaltación de Simón Mago es un caso bien conocido. Miles de ejemplos semejantes podrían ponerse, en las más diversas culturas. La historia de los fenómenos religiosos muestra hasta la saciedad que los frecuentes procesos de exaltación de determinados personajes tienen mucho más que ver con las necesidades emocionales de las personas que los producen o los prosiguen que con el carácter de aquellos personajes.

Significativamente, la idea espontánea e irreflexiva de la conmensurabilidad de causas y efectos en la Historia de las religiones es probablemente reforzada por la creencia (ella misma de tipo religioso o metafísico) en la existencia de una providencia tras los acontecimientos. Tal creencia parece hacer todavía más insoportable a numerosos sujetos la aceptación de las nociones de contingencia histórica, azar y asimetría entre causas y efectos.

Paralogismo 2º: “el cristianismo es el resultado de la acción de Jesús de Nazaret”. Esta aserción falsa –extendida por numerosos autodesignados representantes de la Verdad– es creída y reiterada por incontables personas, muchas de ellas presuntamente ilustradas, a pesar de que choca con el análisis crítico de las fuentes, con toda verosimilitud histórica y con cualquier reflexión sensata. Los fenómenos cristianos son el resultado de un conjunto complejo de factores y metástasis entre los cuales la figura y la predicación de Jesús de Nazaret parece haber jugado un papel, ciertamente, pero uno más bien exiguo y sin duda no determinante: sin el resto de tales factores, la figura de Jesús simplemente no habría producido nada históricamente relevante ni duradero. Si Jesús de Nazaret impulsó alguna religión fue la suya, es decir, el judaísmo.

Así pues, las perplejidades de algunos lectores carecen de sentido para el historiador de las religiones, quien –repitámoslo para quien tiene oídos para oír– no necesita en absoluto, para explicar racionalmente la historia y desvelar los mitos al uso, mantener la idea de que Jesús de Nazaret fue “un judío del montón”.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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