Repensar la revelación


Hoy escribe Antonio Piñero

Acabo de terminar la lectura de un libro que me ha impresionado vivamente. Primero por el inmenso esfuerzo de ofrecer al lector un tratamiento profundo, sistemático y claro de un tema amplio y espinoso como es pensar y repensar cómo puede entenderse hoy, en pleno siglo XXI dominado por un pensamiento por un lado racionalista y científico, y por otro practicista y hedonista, la posibilidad de la revelación divina al ser humano. Nada menos que pensar cómo Dios se puede comunicar con la humanidad, su posibilidad, sus modos y maneras, cómo se ha entendido hasta ahora, cómo debe entenderse en estos momentos, qué perspectivas hay de futuro, etc. Y, en segundo lugar, por la enorme erudición asimilativa que despliega el autor a lo largo del libro en la utilización sabia de la bibliografía importante para el tema.

La ficha del libro es la siguiente:

Andrés Torres Queiruga, Repensar la revelación. Editorial Trotta, Madrid, 2008, 574 pp. con muy amplia bibliografía (¡45 páginas!), índices de autores citados y analítico de materias. ISBN: 978-84-8184-946-8.


El libro es una publicación renovada, replanteada y puesta al día de un libro del año 1985 que fue publicado en gallego, en la Editorial Galaxia de Vigo, con el título A revelación de Deus na realización do home.

Y me siento admirado porque como filólogo estoy más acostumbrado a escritos a veces amplios, sí, pero menos especulativos, más pragmáticos, de análisis de textos sobre todo y de conclusiones e hipótesis más a ras de tierra. Además desde mi punto de vista escéptico pienso más a la divinidad –sea como fuere- desde un punto de vista griego:

En la comprensión griega de Dios no hay lugar para el pensamiento de una revelación divina: “Como origen eterno y siempre igual de un orden eterno del ser… Dios es absolutamente simple, incognoscible (y no deseoso de intervenir en el mundo”. Por ello, desde este punto de vista se hace bastante incomprensible que Dios se vuelva hacia el hombre. “La revelación de Dios sólo tiene sentido allí donde la divinidad es pensada como origen libre del mundo, o lo que es lo mismo, allí donde la realidad por Él producida se comprende no como un cosmos inmutable y casi autónomo, sino como historia, como un proceso en el que continuamente acaece algo nuevo y donde, por tanto, el hombre debe estar continuamente a la espera de lo improbable y de lo increíble” (F. Konrad, La comprensión de la revelación en la teología evangélica, Munich, 1971, pp. 293-4)citado por el mismo Torres Queiruga.

Precisamente porque –desde la tradición cristiana- el autor se opone a estas palabras me ha interesado esta obra.

Torres Quiruga, o la editorial, en la primera contrasolapa del libro, resume del modo siguiente el movimiento de su contenido (parafraseo un poco para ampliar la comprensión de los menos iniciados):

La revelación interpretada y pensada como “manía”, o como “posesión” es decir una locura o éxtasis divino provocado por la divinidad que hace del profeta un mero instrumento de ella, incluso perdiendo temporalmente sus facultades mentales de modo que sea un mero cauce de la expresión divina, ha terminado su ciclo. Igualmente no puede entenderse ya, so pena de ofender a la razón como un “dictado” de la divinidad misma o de uno de sus mensajeros, un ángel o el Espíritu. La crítica literaria e histórica a la Biblia no permite interpretarla así, y ha desmontado estas teoría por mas que algunas religiones, como el islam respecto al Corán lo sigan manteniendo literalmente.

Después de la Ilustración y el movimiento posterior que exalta la autonomía del mundo y de la razón humana es prácticamente imposible entenderla así, como un intervencionismo milagroso o como una imposición desde fuera y autoritaria. Además, el sentido histórico ha puesto en solfa el sentido de “pueblo elegido”, como canal de la revelación, basado en un exclusivismo difícil de aceptar y etnocéntrico, es decir, basado en la pertenencia étnica a un pueblo.

El autor se enfrenta a estas exigencias de nuestro tiempo estudia el surgir originario de la revelación y cómo se ha transmitido históricamente. Tomando como base una reinterpretación de los datos que ofrece la Biblia misma, afirma un principio radical: Dios ha creado el universo por amor, desea revelarse plenamente a todos, desde siempre y en todas partes. Las limitaciones, oscuridades y aun horrores del proceso de la revelación no nacen de una voluntad positiva divina de que eso sea así, ni de un propósito de silencio u ocultación por parte de Dios, sino de la limitación del sujeto humano como criatura limitada y finita que es. Según Torres Queiruga, la revelación avanza a lo largo de la historia por el deseo de la divinidad, por una suerte de lucha amorosa por vencer las resistencias a su revelación y por comunicar cada vez con mayor claridad la salvación que va unida a esta revelación.

Torres Queiruga sostiene que la revelación no es un dictado, sino un “caer en la cuenta” en el interior del hombre de una Presencia divina fundante y siempre activa. Es como si ese ser humano dijera: “dios estaba aquí y yo no lo sabía”. El profeta, o el fundador de un grupo religioso es el primero que descubre un aspecto de esa presencia y hace de intermediario de ella a los demás. Pero –afirma el autor- Dios está queriendo revelarse a todos con idéntico amor y ternura.

El anuncio profético ejerce de partera de las riquezas que anidan en el corazón del que escucha: el creyente crítico es despertado ciertamente por el profeta, pero no cree porque lo dice éste, sino porque él se reconoce a sí mismo, su propia riqueza interior en lo que se le dice o anuncia. Torres Queiruga cita aquí al filósofo judío Franz Rosensweig –el autor de una obra importante Der Stern der Erlösung, “La estrella de la redención” edición original: Kluwer Academie Publishers de Holanda, 1976 (la primera edición alemana es de 1921) sobre la revelación bíblica- que afirma: “La Biblia y el corazón dicen lo mismo”.

Esta idea vale para el individuo y vale para todo tipo de religión. De este modo, el diálogo entre las religiones se sitúa en un espacio común que postula nuevas categorías –que el autor denomina “pluralismo asimétrico”, “teocentrismo jesuánico” e “inreligionación” (que por cierto no aparece en el índice Dios materias). Este último concepto significa lo siguiente:

Al igual que en el proceso de la ‘enculturación’ una cultura asume riquezas de otras sin renunciar a ser ella misma, algo semejante sucede en el plano de lo religioso. Una religión, que consiste en saberse y experimentarse como relación viva con Dios y con lo Divino, cuando percibe algo que puede completar o purificar esa relación, es normal que trate de incorporarlo. Pero eso mismo supone que, lejos de suprimirse como tal relación con lo Divino, lo que hace es afirmarse de una manera más rica e intensa. Y hacia aquí apunta el significado de la in-religionación en el contacto entre las religiones: en el movimiento espontáneo respecto de los elementos que le llegan desde otra ha de ser el de incorporarlos en el propio organismo, que de este modo no desaparece, sino que por el contrario crece. Crece desde la apertura al otro, pero hacia el Misterio común (p. 415).


En el post de mañana concluiré mi presentación de esta obra ofreciendo más información sobre su contenido y mis impresiones al respecto.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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