Mujeres en los Hechos de Tomás



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Las mujeres en los HchTom. El caso de Migdonia (IV)

El proceso contra Tomás

Cuando el rey tuvo a Tomás ante su presencia, le preguntó quién era y qué enseñaba. Tomás no respondió ni una sola palabra. El rey ordenó entonces azotarle, atarle y meterle en prisión. Entretanto él y Carisio reflexionaban sobre la forma de hacerle perecer. Las acusaciones fundamentales eran dos: que había ultrajado al rey y que era un mago. Era la manera de dar apariencia de legalidad a un proceso sobre una situación nueva, de la que no habría jurisprudencia. El verdadero motivo, según el relato del Apócrifo, era la situación de continencia creada por la predicación de Tomás. Sin embargo, Tomás, como los apóstoles de Hch 5, 41, daba gracias a Jesús y estaba gozoso por haber sufrido a causa de su fe. Es en este contexto donde el Apóstol pronuncia el Himno de la Perla, composición en griego de elevado sabor gnóstico.

Exclusivo de la versión siríaca es otro largo himno de alabanza que sigue al Himno de la Perla ("Margarita" en griego). Del Himno de la Perla se suele decir que es la perla de la literatura gnóstica. Tanto ese himno como el de la versión siríaca, que contiene cuarenta y dos ovaciones y cinco bienaventuranzas, no guardan relación alguna con la historia del Apócrifo y deben considerarse como inserciones ajenas al texto. Ambos fragmentos no tienen conexión con la historia de Migdonia y son introducidos en el relato sin ninguna justificación contextual.

Pero la persecución del Apóstol continúa después de estos himnos y del bautismo de Migdonia. Cuando el rey conoció por boca de Carisio los detalles de la conducta de su mujer, ordenó que le trajeran a Tomás para juzgarle y hacerle morir. Pero el mismo Carisio le pidió que tuviera paciencia. Mejor sería que intentara convencer a la mujer de su error y procurara traerla a su antigua vida. El pretendido juicio acabó en un debate entre el rey y Tomás. El rey pedía al Apóstol que convenciera a Migdonia para que no se separara de su marido. Como mago que era, podría Tomás administrar los fármacos necesarios para deshacer sus hechicerías y restaurar la paz entre Migdonia y Carisio. Y subrayaba el ruego con una amenaza: Si no la convences, te arrancaré de esta vida tan deseable para todos. Esto era lo que el rey planeaba. Pero Carisio iba más allá todavía: "Si no convences a Migdonia, acabaré contigo, [a ella también la quitaré del mundo] (palabras de la versión siríaca) y finalmente me arrancaré a mí mismo la vida" (HchTom 128, 1). También Egeates, el esposo de Maximila, al no poder convencerla para que renovara la antigua convivencia con él, se quitó la vida (HchAnd 64).

Más adelante, cuando Misdeo trataba de interceder por medio de su esposa para hacer que Migdonia volviera a los hábitos de su vida anterior, se quejaba precisamente de que Carisio no le había permitido acabar con el "malhechor". Pensaba que la estrategia más idónea sería la de intentar convencer a Migdonia con buenas palabras y maneras (HchTom 134, 2). El rey tenía sus ideas más claras y decididas. En virtud de esa forma de pensar y de actuar, airado por la conversión de su misma esposa a la causa de la castidad, se dirigió a la casa del general Sifor, se encaró con Tomás, le derribó la silla, la tomó con ambas manos y descargó con ella un golpe sobre la cabeza del Apóstol (HchTom 138, 2).

Migdonia persevera en su decisión

El hombre suele pensar fácilmente que se ha cumplido lo que desea. Es lo que le ocurrió a Carisio, que creyó que su mujer había regresado a su casa en la actitud anterior a su encuentro con el Apóstol. Por eso, su sorpresa fue tanto más dolorosa cuanto extraño era el aspecto que su esposa ofrecía. Cortados los cabellos, el rostro desfigurado, desgarrados los vestidos. Según el Apócrifo, Carisio pensó que su mujer se había vuelto loca. Pero le habló con ternura recordándole los buenos tiempos pasados y rogándola que abandonara su obsesión por un charlatán. La reacción de Migdonia fue de completo abatimiento. Carisio insistía con súplicas y halagos. No comprendía qué maldades podría haber cometido contra los dioses para merecer tamaña desventura. "Soy Carisio, tu esposo", decía.

Migdonia, no obstante, permanecía inconmovible con los ojos fijos en tierra. A las reiterativas quejas de Carisio responde Migdonia desgarrando más y más la herida abierta: "Aquel a quien amo es mejor que tú y tus posesiones, pues éstas provienen de la tierra y a ella retornan. Pero aquelel a quien amo es celestial y me llevará con él al cielo. Tu riqueza pasará, y tu belleza se marchitará, lo mismo que tus vestiduras y tus muchas obras. Pero tú te quedarás solo, desnudo con tus transgresiones. No me recuerdes tus acciones respecto a mí. Pues pido al Señor que te olvides de ellas, de modo que no te acuerdes de los anteriores placeres y los contactos corporales, que como una sombra pasarán. Solo Jesús permanece para siempre, y las almas que en él esperan. Este mismo Jesús me liberará de las vergonzosas acciones que cometí contigo" (HchTom 117, 1). La versión siríaca añade: "cuando todavía era infiel", es decir, antes de su conversión a la fe cristiana.

Carisio inicia otra maniobra. Promete liberar al Apóstol, a quien ella tanto aprecia, siempre que se vaya a otro país. Sabe que ella no es otra cosa que una víctima más de los engaños del extranjero. Y mientas él se encamina a dormir solo, Migdonia tomó diez dracmas para pedir a los carceleros que le permitieran entrar en la cárcel. Pero encontró, sorprendida, a Tomás en la calle. Era presa de una preocupación incoercible. No había recibido todavía el sello (el bautismo). Y era lo que buscaba con arrebato. Pregunta a Tomás cómo es que se halla fuera de la cárcel. Todo era cuestión de un prodigio repetido con los Apóstoles: cadenas que se caen de las manos, puertas que se abren solas, guardias que se quedan dormidos (HchTom 119). La liberación de Pedro, narrada en Hch 12, está en la base de todos estos relatos. Así sucede en los HchAnd 32. En los HchPl, Papiro de Hamburgo III, se narra una escena paralela. Pablo queda liberado de sus cadenas y las puertas se abren solas para que pueda salir de la cárcel y bautizar a Artemila y a Eubula. Cf. HchJn 72-73. Tomás podrá así proceder a bautizar a Migdonia que con tanto fervor se lo pedía. Cuando luego vuelva el Apóstol a la prisión una vez realizada su obra pastoral encontrará todavía las puertas abiertas y a los guardias dormidos. Los demás presos seguirán igualmente dormidos dentro de la prisión (HchTom 122, 2).

Detalles del bautismo de Migdonia

Instruida Migdonia acerca de los elementos necesarios para el bautismo, pidió a su nodriza que le proporcionara una mezcla de vino con agua, pan y un poco de aceite. Preparadas todas estas cosas, Migdonia se puso delante del Apóstol con la cabeza descubierta. Tomás pronunció una oración sobre el aceite y luego lo vertió sobre la cabeza de Migdonia. Rogó a la nodriza que desnudara a su ama y la cubriera con un lienzo de lino. Y sigue el texto del Apócrifo: "Había allí una fuente de agua y, acercándose hasta ella el Apóstol, bautizó a Migdonia en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Una vez bautizada y vestida, partió el pan el Apóstol y, tomando el recipiente de agua, hizo partícipe a Migdonia del cuerpo del Señor y del cáliz del Hijo de Dios". Aunque al principio de la escena se menciona el vino, luego se habla solamente de agua. Es un signo del influjo de la mentalidad encratita, el evitar la mención del vino. El siríaco habla de la copa o cáliz, pero sin hacer referencia a su contenido.

En las descripciones del ritual del bautismo se daban los siguientes pasos: a) Unción con el óleo.- b) Bautismo con agua.- c) Seguía la celebración de la Eucaristía, de la que participaban los recién bautizados. Así se realiza en el bautismo de Migdonia y se repetirá en el de Vazán y su familia (HchTom 157-158). Tomás añadió como colofón del bautismo: "Has recibido el sello como para poseer para ti la vida eterna" (HchTom 121, 2). Un "Sí. Amén", que se oyó en lo alto vino a representar la rúbrica del cielo a las operaciones del Apóstol. Aquella voz pudo en el corazón de la nodriza más que las palabras de Tomás, tanto que pidió también para ella el bautismo.

Si la recepción del bautismo no era prueba suficiente de la decisión de Migdonia, tuvo Carisio un nuevo argumento en las palabras que escuchó directamente de labios de su esposa: "Dios nuevo, que has venido hasta nosotras aquí a través del hombre extranjero; Dios oculto a la [raza toda] de los habitantes de la India; Dios que has mostrado tu gloria por medio de tu apóstol Tomás; Dios, en quien hemos creído cuando tu fama llegó a nuestros oídos; Dios, hacia quien hemos venido para ser salvados; Dios que has descendido hasta nuestra pequeñez por tu amor a los hombres y por tus entrañas de misericordia; Dios, que nos buscaste a nosotros cuando no te conocíamos; Dios, que habitas en las alturas, pero no pasas desapercibido para las profundidades: aparta de nosotras la locura de Carisio" (HchTom 123, 1).

Carisio comprobaba la firmeza de las decisiones de su esposa. Reconocía la locura que le atribuía Migdonia, porque no había sabido mantenerla dentro de los límites de la obediencia y la sumisión. Tomás era un impostor incapaz de cumplir sus promesas. Él, en cambio, tenía capacidad y poder para dar a su esposa todo lo que necesitara. Le retaba incluso a confesar quién era más hermoso si él en el tiempo pasado o el tal Jesús en el presente. Migdonia le dio otra respuesta contundente:

"Aquel tiempo exigía sus cosas, y éste, las suyas. Aquel tiempo era un comienzo; éste, un final. Aquel era el tiempo de una vida transitoria; éste, de una vida eterna. Aquel era tiempo de un placer pasajero; éste, de uno que por siempre permanece. Aquel, de día y de noche; éste, de día sin noche. Tú viste aquel matrimonio que pasa y no perdura; pero éste otro permanece para siempre. Aquella unión era de corrupción; ésta, de vida eterna; aquellos compañeros de bodas son hombres y mujeres pasajeros; pero éstos permanecen eternamente. Aquel matrimonio está fundado sobre la tierra [donde hay perpetua turbación; aquel se funda sobre el ígneo puente, sobre el que se esparce la clemencia]. Aquella cámara nupcial se destruye, ésta permanece para siempre. Aquella cama estaba cubierta con cobertores; ésta con amor y fe. Tú eres un esposo pasajero y mortal; Jesús es el esposo verdadero, que permanece por los siglos, inmortal. Aquella dote consistía en dinero y vestidos que envejecen; ésta en palabras vivientes que nunca pasan" (HchTom 12, 2).
Como tendremos ocasión de comprobar más adelante, las amenazas de ambos personajes tuvieron su realización en la muerte martirial del Apóstol, una muerte que se hizo tanto más necesaria cuanto que la "magia" de Tomás llegó hasta la misma casa del rey.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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