Repensar la revelación (y II)


Hoy escribe Antonio Piñero

Decíamos en el post de antes de ayer que las ideas principales del importante libro que estamos presentando, las auténticas intuiciones de base, son
A) la voluntad divina de ofrecer la máxima revelación posible
y B) la revelación como una “partera”, es decir, como “mayéutica” que actúa en la historia.

La primera presenta a la divinidad como un sol irradiante que está presionando en todas partes el espíritu de la humanidad para hacerse percibir. Esta presión no supone en absoluto una suerte de necesidad interna divina que hiciera perder a Dios su libertad, sino una manifestación de amor a sus criaturas. Naturalmente es la Biblia para Torres Queiruga, como buen cristiano, el medio privilegiado de la revelación. Si una lectura positivista de la Biblia encontrará siempre argumentos para oponerse a esta concepción, una lectura atenta y alertada “por el amor total de Dios manifestado en Cristo descubre fácilmente que ésta es la tendencia que marca el dinamismo más profundo de toda la revelación bíblica”.

La segunda afirma con rotundidad que la revelación se dirige al interior del hombre para obtener de él lo mejor que tiene dentro. Así se incorpora a la teología de la revelación la intuición socrática del mejor método para hacer que aflore hacia el exterior las ideas innatas que la divinidad ha puesto en el interior del ser humano. Torres Queiruga califica de “histórica” esta mayéutica por dos motivos: la revelación acontece siempre en la historia y por medio de mediadores históricos. En el cristianismo el mediador por excelencia es Jesús Cristo, con cuya aparición en la tierra se inicia una época de plenitud y claridad de la revelación que apenas se está iniciando –aunque lleve dos mil años- y que tiene un futuro aún más glorioso.

Así la revelación no es un aerolito, externo al hombre, que caiga del cielo y se le imponga por la fuerza. La revelación, al hacer surgir desde dentro una connivencia de ideas por así decirlo innatas a la naturaleza humana con la revelación, resuelve el problema de la relación entre la inmanencia (el ser humano) y la trascendencia, la divinidad que se revela: lo hace por todos los medios y hacia el interior del ser humano. También resuelve el problema del sentido de la historia que se hace en verdad una verdadera historia de la salvación, puesto que la revelación no tiende más que a ésta.

A partir de estas dos intuiciones centrales, Torres Queiruga aborda una temática amplia y diversa relacionada con la revelación: cuál es la estructura general del campo revelatorio: toda la realidad es manifestación de Dios; cómo con esta interpretación no queda amenazado el carácter sobrenatural de la revelación, sino que se asegura máximamente. Explica cómo aparte del conocimiento “real” son posibles otros “modos abstractivos de conocimiento ‘natural’”: toda realidad mundana tiene “un carácter penúltimo” porque lleva más allá de ella, hacia la Trascendencia.

El autor aclara cómo debe entenderse que la Biblia es palabra de Dios, cómo las religiones, no sólo la cristiana, son los puntos en los que se condensa esa revelación. Cómo la plenitud de la revelación se produjo en Cristo, aunque esta culminación no suponga “un acabarse negativo, sino todo lo contrario: es el culmen de la máxima posibilidad de la revelación divina” que continúa desarrollándose. Por ello la revelación es siempre actual.

El cristianismo, como heredero del judaísmo, y este mismo no deben formarse ninguna idea extravagante de “elección” que suponga un favoritismo divino; simplemente ha ocurrido que a lo largo de la historia ha habido un pueblo, el de Israel y los cristianos sus sucesores, que han estado más dispuestos que otros para aceptar la revelación divina. En el contexto actual, sin embargo, el concepto se presta a tantas malinterpretaciones que es mejor casi renunciar a insistir en el concepto de elección.

Una recta concepción de la revelación conduce igualmente al rechazo de todo exclusivismo, aunque sin caer en un pluralismo indiferenciado, según el cual todas las religiones son iguales. No es así: “el ‘pluralismo asimétrico’ intenta hacer justicia al carácter salvífico de toda religión en sí misma, peo sin cerrar los ojos al realismo histórico, y al reconocimiento de las desigualdades reales e inevitables presentes en toda realización humana”.

Torres explica también cómo la vida de la revelación en la Iglesia cristiana recibe desde estas perspectivas algunas clarificaciones. Por ejemplo se intenta responder a por qué todavía la necesidad de la Biblia, y cómo precisamente la función “mayéutica” (revelación que descubre el interior del hombre) de la palabra divina produce un equilibrio entre el biblicismo que se agarra a la letra y amenaza con convertir a la revelación en una pura gnosis abstracta (simplemente doctrinas para creer) y el liberalismo que, al desconocer la función indispensable de la palabra que proclama, amenaza con sumergirse en los pantanos del subjetivismo, que confunda las experiencias propias con la presencia de Dios.

Igualmente tiene palabras iluminadoras el autor para explicar la cuestión de la formación de un canon o lista fija de Escritura (éstas y no otras posibles) como expresión de la experiencia fundamental de revelación del común de la iglesia cristiana y cómo se explica cada confesión y cada cristiano se forma un “núcleo duro” de la palabra divina para él que considera “el canon dentro del canon”.

Mi opinión final sobre este libro hermoso libro es muy positiva, aunque escéptica. Por un lado, admiro muy positivamente el inmenso esfuerzo por repensar –en la misma línea que Roger Haight que hemos comentado en este blog- toda la tradición cristiana para obviar sus evidentes dificultades ideológicas en el mundo de hoy, ser fieles a la ve a una tradición secular y tratar de acomodar las viejas concepciones al mundo que hoy vivimos. Ser herederos de la Ilustración pero sin traicionar la tradición.

Por otro lado, veo que el lector reflexivo sentirá cómo saltan por los aires los “dogmas antiguos” en cuanto patrones de pensamiento y se sentirá en algunos momentos inseguro. El rechazo de la exclusividad de la religión cristiano e incluso de Cristo como único mediador histórico fiable de la revelación divina conducirá sin duda –en mi parecer- a una forma de religión cristiana muy distinta de la actual: antes de una par de siglos –si el mundo sigue- el modo común de concebir el cristianismo por el hombre de la calle será algo irreconocible para el creyente de esos tiempos. Lo que escribió F. Marín-Sola en la tercera edición de su obra (¡de 1963!) La evolución homogénea del dogma católico, es calificado por Torres Queiruga como “alucinante en este punto” p. 280).

Desde otro punto de vista, además, esta teología tiene ideas bellísimas que para un filólogo suenan como ideales, pero que son difíciles de probar con las lentes usuales de una visión crítica del Nuevo Testamento y de la radical diferencia entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Como muestra baste el siguiente párrafo que es una síntesis del pensamiento de Wolfgang Pannenberg, que Torres Queiruga asume (en muchos aspectos, y por suerte, se ha superado el viejo antagonismo entre protestantes y católicos: eliminando algunos pocos temas tabúes, las reflexiones sobre muchos campos de la teología son casi intercambiables):

“En el destino de Jesús ha quedado manifestada la totalidad del mundo y con ella la última determinación del hombre, de modo que todo acontecimiento posterior puede ser ordenado desde este fin anticipado en la unidad fundada por Dios. Pero todo eso, que pertenece a la unidad y totalidad del mundo acontecida por anticipado en Jesús, sólo se hace manifiesto en el decurso de la historia y, correlativamente, sólo se puede conocer en la progresiva experiencia de la realidad. Sólo en decurso de la historia, por tanto, se despliegan tanto el contenido de la unidad y totalidad del mundo que se ha revelado en Jesús como la determinación del ser humano” (p. 287)


Como filólogo me parece ideal, pero difícil de probar como historia conociendo cómo era Jesús de Nazaret. Creo que la teología sigue hablando de Jesús cuando debería decir expresamente Cristo.

De todos modos, el libro es completísimo, abierto, reflexivo, pleno de materiales para la discusión y las nuevas perspectivas, absolutamente fundamental para abordar el tema de la posibilidad de la revelación hoy.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Volver arriba