Una introducción singular a los Evangelios Apócrifos (y II)


Hoy escribe Antonio Piñero

Concluimos hoy, fundamentalmente con palabras de la Introducción, la presentación de este libro.

En sendas intervenciones, tanto Gregorio del Olmo como Damià Roure describen los procesos de conservación de las bibliotecas y archivos de textos antiguos, precisando las características de estos hallazgos y poniendo de relieve su importancia, sobre todo en relación con la Biblia. Ambos determinan, además, cómo estos documentos han llegado hasta nuestros días. Estos dos capítulos tratan de la Piedra de Rosetta, la Biblioteca de Nínive, los textos de Qumrán, los de Nag Hammadi, y de las fuentes y hallazgos importantes para el conocimiento de los apócrifos.

Para describir más concretamente el trabajo de investigación sobre los apócrifos del Nuevo Testamento, Rafael Aguirre presenta, en una segunda intervención, el estado actual de la investigación, exponiendo los problemas más importantes que suscitan estos textos. Asimismo, señala que ya durante los primeros siglos se estableció una diferencia entre los diversos escritos sobre Jesús. Las Iglesias para las que fueron redactados cada uno de los cuatro evangelios, más tarde llamados canónicos, conservaban con más fidelidad la tradición de Jesús y, de hecho, impusieron estos textos conservados hasta hoy. Una primera cuestión sería: ¿no se hubieran podido incluir también entre los evangelios canónicos los evangelios de Tomás y Pedro? ¿Qué antigüedad se ha de otorgar a estos escritos? Los especialistas se preguntan si el Evangelio de María responde a una reivindicación femenina, si se trata de una alternativa a las estructuras patriarcales o si contiene tradiciones arcaicas.

Profundizando un tanto más, se puede preguntar: ¿cuál es la aportación de los evangelios apócrifos para el conocimiento de un Jesús terrenal? Según M. W. Mayer, no tendrían ningún interés significativo; según J. D. Crossan, en cambio, estos evangelios aportan tradiciones valiosas. Existe, sin embargo, un acuerdo general sobre el valor de los apócrifos para conocer la pluralidad del cristianismo primitivo. Resta el problema de si existieron inicialmente dos formas de evangelio, la de Marcos, de tipo biográfico, y otra de carácter sapiencial, como podría ser la Fuente Q y el Evangelio de Tomás. ¿Cuál fue el destino del judeocristianismo radical más primitivo? ¿Existe una trayectoria de la tradición petrina -Marcos, Mateo, E1 Evangelio de Pedro-? ¿Existe una línea evolutiva en el Evangelio de Tomás y en otras obras apócrifas atribuidas al mismo personaje? ¿Hay también una evolución al interior de la tradición johánica? En todo caso, el estudio histórico de los apócrifos se encuentra en plena ebullición y, sin duda, revela aspectos importantes del cristianismo de los orígenes.

Pasando al estudio de algunos escritos apócrifos concretos, Antonio Piñero trata sobre los “Evangelios de la infancia”, escritos diversos que pertenecen a fechas bastante diferentes. El Protoevangelio de Santiago, en concreto, es anterior al año 180. Se trata de un texto centrado en la veneración de María, hecho que responde a la segunda fase del cristianismo primitivo. Se habla, en efecto, de la virginidad de María y del nacimiento milagroso de Jesús. El Evangelio del Pseudo Mateo es una continuación de la obra precedente. Describe la infancia de Jesús y su poder maravilloso. Es un texto de carácter apologético y edificante. También el Protoevangelio de Tomás se mantiene en esta misma línea. Habría que añadir otro texto, de fecha más reciente y asimismo legendario, la Historia de José, el carpintero. Es una expresión de la devoción a san José, el esposo de María (siglos IV-V), que fue muy difundida entre los ascetas del desierto. Son textos en el fondo ortodoxos, que han nutrido la piedad popular durante siglos.

Xavier Alegre inicia la reflexión sobre un ámbito particular de los escritos apócrifos: los evangelios gnósticos y el gnosticismo. Debido a que el movimiento gnóstico tomó multitud de direcciones, coexisten también notables variantes doctrinales entre los evangelios gnósticos. Todos tienen en común el principio de un conocimiento intimista, casi místico, que proviene de una elección divina y que revela al elegido la realidad profunda de su existencia. El intimismo y principalmente el dualismo son propios del gnosticismo y, por tanto, de los evangelios gnósticos.

En este punto se separan de la tradición del Antiguo Testamento, de la predicación de Cristo y de la dimensión comunitaria y social del Evangelio. Los evangelios gnósticos respondían probablemente a situaciones existenciales de ciertas comunidades. Manifestaban una reacción frente a experiencias concretas, como son: una excesiva jerarquización de la Iglesia; una progresiva marginalización de las mujeres en las comunidades; una respuesta superficial al problema del mal. En el estudio de los evangelios gnósticos persiste aún el problema de la datación de estos textos y la dificultad de atribuir el título de evangelios a escritos que sostienen una nueva comprensión del cristianismo. En todo caso, su contenido no aporta gran cosa a la historia de Jesús ni a su enseñanza. Se trata de una nueva visión de la vida y de la salvación cristiana que depen¬de de unas nociones religiosas de carácter ecléctico.
Para pre¬cisar los orígenes de la gnosis, el estudio de Enric Cortès presenta dos posibilidades: a) la gnosis sería una reac¬ción, una rebelión contra una visión del mundo tanto judía como cristiana; b) la gnosis tendría sus raíces, al menos en parte, en la exégesis judía de Gn 1,26-27 y de Gn 1,3. El con¬ferenciante se inclina a favor del segundo punto y considera que la gnosis está en relación con las interpretaciones rabíni¬cas de los textos de los primeros capítulos del Génesis. En todo caso, los evangelios gnósticos indican, eso sí, el pluralis¬mo y la vitalidad de las Iglesias cristianas, como lo demues¬tran algunos de ellos tratados a continuación.
El primero es el Evangelio de Felipe, analizado por Antonio Piñero. A diferencia del Evangelio de Tomás, no contiene sen¬tencias de Jesús, sino explicaciones teológicas que servían, seguramente, para la catequesis de un grupo de cristianos gnósticos. Este evangelio supone el conocimiento de los escri¬tos canónicos del Nuevo Testamento. La fecha de composi¬ción corresponde seguramente al siglo III. Se atribuye al apóstol Felipe porque es el único nombre conocido citado en el texto. La temática principal son los sacramentos, entendi¬dos según el pensamiento gnóstico valentiniano. Este evange¬lio además permite comprender la relación de Jesús con María Magdalena. Deja sin embargo bien claro que no se tra¬taba de una relación entre los dos puramente humana y mucho menos física. María Magdalena es la discípula fiel, espiritual, que conserva todas las propiedades del carácter gnóstico. Contra Dan Brown, el Evangelio de María Magdalena manifiesta claramente el tipo y el sentido de la relación y del trato entre el maestro y su discípulo; en este caso, entre Jesús y Magdalena. Un trato espiritual, una com¬prensión profunda de la obra salvadora del Maestro, fruto de un conocimiento revelado que es ya posesión del verdadero discípulo gnóstico.
A continuación, una vez dilucidado el Evangelio de Felipe, Carmen Bernabé analiza el Evangelio de María (Magdalena), un texto anti¬guo que describe la figura de una mujer llamada María. Es presentada como una discípula de Jesús desde los inicios, y es definida como una persona importante en las comunidades cristianas. La predilección de Jesús a favor de María la con¬vierte en depositaria de sus enseñanzas, y es ella quien puede revelar el mensaje del Señor a sus discípulos. Andrés y Pedro se indignan por el mero hecho de que sea una mujer quien los adoctrine. Leví, en cambio, la defiende. Este evangelio refleja seguramente las controversias intracristianas sobre los crite¬rios de autoridad de las mujeres en las comunidades. Según el Evangelio de María, el criterio definitivo es la madurez espiri¬tual, noción claramente gnóstica.
Al lado del importante bloque de los evangelios gnósti¬cos, se debe considerar a otro grupo de escritos apócrifos que relatan la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo. Uno de los textos existentes más importantes sobre la obra reden¬tora de Jesucristo es el Evangelio de Pedro, presentado también por Carmen Bernabé. Se trata de la última fase de la vida terrena de Jesús y de su exaltación gloriosa. El autor de este evangelio interpreta estos hechos a la luz del Antiguo Testamento. Este texto contiene probablemente tradiciones paralelas a los evangelios canónicos y responde, con mucha verosimilitud, a una tradición oral repetida en la liturgia y en la predicación y reposa sobre una memoria colectiva propia de un cristianismo popular. Es un escrito antiguo que, par¬tiendo de tradiciones más arcaicas, fue redactado en el siglo II. Representa la enseñanza y la autoridad del apóstol Pedro, ¿un rival de María Magdalena? En todo caso, este evangelio no presenta características docetas y, como los evangelios de la Infancia, no contiene afirmaciones heterodoxas. De hecho, durante largo tiempo, estos dos tipos de evangelios fueron objeto de una gran devoción.
Dentro de la misma temática de la pasión de Jesús, se han de nombrar otros dos evangelios: el Evangelio de Nicodemo, o los Hechos de Pilatos, y el Evangelio de Bartolomé, analizados y expuestos por Antonio Piñero. Son evangelios escritos en una época más tardía, con¬cretamente entre los siglos III - IV Sus autores se sirven de los evangelios sinópticos, pero añadiendo complementos fanta¬siosos, como es la descripción detallada del descenso de Cristo 1 los infiernos para liberar los Padres de Israel y los cautivos que esperaban la redención.
El Evangelio de Bartolomé reanuda esta temática, pero desde otro punto de vista: el apóstol pregunta a Jesús qué había pasado cuando él, clavado en cruz, desaparece. Jesús le responde que descendió a los infiernos. Bartolomé le pide entonces información sobre los misterios del Reino de los Cielos y Jesús le revela realidades que no son conocidas por ningún ser humano. Diferenciándose del Evangelio de Pedro, el de Bartolomé presenta algunos vestigios de gnosticismo, pero sin llegar a crear problemas de ortodoxia. Los evangelios de Nicodemo y de Bartolomé pertenecen ciertamente a la literatura de edificación v de entretenimiento religioso y no tienen valor histórico alguno.
Para completar la visión de los evangelios apócrifos, no podía faltar una exposición de la iconografía de estos evange¬lios, conocida por el pueblo cristiano mucho antes de leer los textos escritos. La profesora Carmen Bernabé hace no¬tar efectivamente que los retablos, los cuadros, las imágenes y las vidrieras han sido vehículos que durante siglos han viajar los apócrifos en el tiempo y el espacio, haciéndolos llegar a la mirada y a la conciencia religiosa de los fieles. La imagen ha sido un medio importante de difusión para el conocimiento popular de la fe. Los apócrifos de la infancia de Jesús y de su pasión, textos que no son gnósticos, han completado informaciones que se echaban de menos en los evangelios canónicos, siguiendo las pautas literarias propias de la época y del ámbito de su composición.
Los evangelios apócrifos tuvieron un peso importante en la vida de algunas comunidades de los primeros siglos del cristianismo. Su contenido ha persistido en el arte, en la música, en la literatura y hasta en la liturgia, tanto en Oriente como en Occidente. En la actualidad, conservan su valor, fundamentalmente histórico, permitiendo constatar la diver¬sidad y la variedad del mensaje cristiano de los primeros siglos. La lectura directa de los evangelios apócrifos constitu¬ye un aspecto importante de la cultura y de la historia reli¬giosa del mundo mediterráneo. Una invitación a la lectura directa de los textos es el propósito que ha guiado las Jornadas Universitarias y la publicación de sus actas.

Saludos cordiales de Pius-Ramón Tragán y Antonio Piñero
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