Expulsión de los cristianos de la sinagoga. Judíos y cristianos en la época de la composición de los Evangelios (IV)

Hoy escribe Antonio Piñero

Para no cansar a los lectores del blog con la continuación durante días de un mismo tema, voy a probar a intercalar dos series entre sí. De este modo, y como lunes y miércoles tienen su turno Gonzalo del Cerro y Fernando Bermejo, tendremos cuatro temas variados a la semana. Hoy seguimos con "judíos y cristianos a finales del siglo I".

Unión en torno a lo que quedaba en pie

Entre los años 70-80 de este siglo, en el ambiente de fracaso nacional y de opresión general por los enemigos del pueblo, los odiados romanos, todos los fariseos y rabinos con numerosos colegas y estudiantes dedicaron su esfuerzo a potenciar lo que les quedaba: el estudio de la Ley, y la costumbre de reunirse los sábados en las sinagogas para leer la Biblia y para fomentar la oración en común. Si ya antes la Ley era como el alma del pueblo judío, el colapso político había provocado una mayor concentración de las fuerzas vivas de la nación en torno a esa Ley como punto de reunión del pueblo…, pues fuera de ella, ¿qué distinguía ya a los judíos de las naciones de alrededor?

Todo lo que perteneciera a la Ley comenzó entonces a ser examinado con mayor profundidad y puntillosismo en aquella “academia” de Yabne; todo era discutido hasta la saciedad y era imbuido en las almas de los discípulos sin que les preocupara en absoluto si tales prescripciones se podían o no poner en práctica. Esto explica lo que dijimos: los ritos y ceremonias del culto en un Templo inexistente se discutían con igual ardor que las leyes de la pureza y del sábado que eran perfectamente cumplibles. Sin duda les impulsaba la esperanza de una pronta restauración de lo perdido, el desquite de Yahvé contra sus enemigos, la venganza. Así la Misná incluye, como reliquia de un pasado cercano, una descripción topográfica del Templo y de su arquitectura (tratado Middot) y una relación de las obligaciones diarias de los sacerdotes (Tamid, las ofrendas)... ¡aunque éstos ya no existieran!

En este contexto la suprema autoridad de la nación pasaba a ser de hecho el cuerpo de los rabinos o expertos en las leyes divinas. La academia de Yabne o Yamnia comenzó de hecho, ya desde tiempos de Rabí Yohanan ben Zakay, es decir poco después de la destrucción del Santuario, a emitir decretos con los que se procuraba acomodar ciertas prescripciones legales a los ambientes y condiciones de los tiempos.

Un impuesto odioso

Bajo los emperadores Flavios (desde el 70 hasta el 96 d.C.) no hubo con el Imperio, como hemos dicho, conflictos serios, aunque naturalmente sí una atmósfera de resentimiento contra Roma. El principal agravio en este sentido era la obligación de enviar a la capital, para aplicarlo al culto del templo de Júpiter capitolino, el dinero de los impuestos reservados para el santuario de Jerusalén. Bajo Domiciano este tributo de alta carga simbólica –llamado el fiscus iudaicus- fue exigido con mayor severidad, en línea general con una cierta animadversión contra los judíos sentida por este emperador. La conversión pública al judaísmo podía ser castigada con penas muy duras, según cuenta Dión Casio (LXVII 14,2). Los judíos protestaron, pero sus gritos fueron por el momento muy suaves.

Concentración del resentimiento en los enemigos cercanos y fáciles

Por parte de las tensiones sociales y religiosas de esta época altoimperial entre los judíos iban a concentrarse no sólo contra los enemigos principales de este fariseísmo/rabinismo que, en Yabne, comenzaba a conformar un judaísmo nuevo, los romanos, sino contra otros adversarios intelectuales y religiosos. Entre estos enemigos destacaba el grupo de judíos heréticos que cada vez parecía más desafiante respecto al judaísmo en general: los llamados cristianos.

Era lógico un proceso de enfrentamiento entre parientes espirituales: si los rabinos congregados en Yabne procedían a unificar el judaísmo conforme a la ideología de una interpretación concreta de la Torá -una interpretación farisea en su mayor parte- porque en esta uniformación se estaban jugando la vida de la nación, había que oponerse con intensidad a quienes supusieran un obstáculo a este proceso.

Eso significaba una gran dureza, una labor de poda inmisericorde, la expulsión del judaísmo de los grupos que no comulgaran con los puntos de vista concretos de Rabí Yohanán ben Zakay y sus seguidores. Esta tesitura de ánimo afectó a las relaciones con los judeocristianos o cristianos en general.

Los actos promovidos por el fariseísmo de esta época altoimperial para enfrentarse al judeocristianismo (el que tenían más cerca) pueden agruparse en cinco áreas concretas. Las iremos viendo brevemente una a una.

1. Exclusión de la sinagoga

Monopolizar y controlar la vida espiritual de Israel llevó con toda lógica a los sabios rabinos de Yabne a arrojar a los judeocristianos de la sinagoga. Para muchos cristianos, ésta seguía siendo aún su casa propia, puesto que se sentían el pueblo escogido, el Israel verdadero que había creído en el auténtico mesías del judaísmo. Pero tal presencia era incomodísima para el rabinato cada vez más fuerte, ya que suponía un tremendo enfrentamiento teológico, como indicamos en el primer post: un “judaísmo” que hacía de Jesús Dios era imposible de soportar.

Se dice que el día en el que los sabios nombraron presidente de la Academia de Yabne a Rabí Eleazar ben Azaría se tomaron dieciocho decisiones importantes. Una de ellas fue la de pronunciar una maldición o anatema (literalmente "bendición", para expresarse sarcásticamente, o supersticiosamente, a contrario) contra los herejes en general y en concreto contra los cristianos. Ello suponía cortar con ellos todo lazo de comunión: nunca más podrían participar del culto en la sinagoga. Estaban excomulgados; dejaban ya de ser judíos. Esta maldición, que de hecho tenía un origen más antiguo, se insertó dentro de un conjunto de oraciones -denominado las "Dieciocho” (oraciones/bendiciones), en hebreo Shemoné Esré- y rezaba así:

Que los apóstatas (los judíos que colaboraban con Roma) no tengan esperanza y que el reino de la maldad sea desarraigado de nuestros días. Que los notzrim (los nazarenos, es decir los cristianos) y los minim (es decir, los herejes: los mismos nazarenos u otro grupo de cristianos o judíos heréticos) desaparezcan en un abrir y cerrar de ojos. Que sean borrados del libro de los vivos y no sean inscritos con los justos. Bendito seas Tú, Adonai, que abates a los orgullosos.


El tratado Berakhot 28b-29 del Talmud babilónico señala cómo esta proscripción de los cristianos tuvo lugar en Yabne. Dice así:

Las dieciocho bendiciones son de hecho diecinueve. Rabí Leví dijo: La bendición contra los minim fue ordenada en Yabne... Nuestros maestros nos enseñaron: Simón el algodonero compuso las dieciocho bendiciones en Yabne según el orden tradicional, en presencia de R. Gamaliel. Éste dijo a los sabios: ¿Hay alguien capaz de componer una bendición contra los minim? Entonces se levantó Simón, también llamado el pequeño, y lo hizo. Al año siguiente olvidó la bendición y tuvo que pensar durante dos o tres horas sin que se le ordenara retirarse. ¿Por qué no se le ordenó retirarse? R. Judá ben Ezequiel dice en nombre de R. Abba Areka: Al que se equivoca en una bendición no se le exige que vuelva a empezar una oración, salvo que se trate de la bendición contra las minim, pues se teme que se haya olvidado a propósito por ser él mismo un mim",


es decir un hereje.

Por complejos cálculos en torno al orden de los rabinos tal como se cita en las diversas fuentes rabínicas, se deduce que este Samuel el algodonero, o el pequeño, debía ser muy anciano cuando compuso esta bendición contra los cristianos (por eso la había olvidado al año siguiente) y que debió de morir en torno al año 80 de nuestra era. Por tanto, esta maldición debe proceder de poco antes de estos años, aunque debió de ponerse en pleno vigor hacia el 90 o 100. Todo judeocristiano que hiciera caso omiso de esta proscripción y asistiera a los oficios sinagogales, o bien tenía que maldecirse a sí mismo, o bien debía apostatar de la fe en Jesús. Normalmente no se escogía esta opción, con lo que la maldición de los notzrim supuso la expulsión de los judeocristianos de la sinagoga, es decir del seno de un pueblo que era el suyo.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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