Una interpretación de la Biblia contraria a la de los cristianos

Seguimos con el tema "Judíos y cristianos en la época de la composición de los Evangelios" (V)
Hoy escribe Antonio Piñero

La segunda medida contra los cristianos fue el cuidado puesto en una interpretación diferente de la Escritura

Éste fue un buen sistema de defensa del judaísmo contra los herejes, en especial cristianos. Desde el primer momento el judeocristianismo se apoyó en las Escrituras (las únicas que tenía, es decir el Antiguo Testamento, todavía no existía el Nuevo Testamento) para fundamentar teológicamente su pretensión de que Jesús era el auténtico mesías. En realidad la teología del cristianismo se iba formando como una actividad exegética, es decir interpretando de nuevo, con las armas ideológicas del momento y con un nuevo sesgo, pasajes antiguos de la Escritura –considerados como predicciones mesiánicas- en los que se veía una confirmación de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús.

Ahora bien, este proceder de los cristianos respecto a las Escrituras comunes llevó al judaísmo oficial a abandonar algunas posiciones interpretativas, de exégesis, ya tradicionales, pero que podían proporcionar armas bíblicas, es decir defensas bíblicas del mesianismo de Jesús, al enemigo judeocristiano.

El punto más importante fue el abandono de una exégesis del canto del "Siervo de Yahvé" recogido sobre todo en Is 52,13-53,12. El siervo de Yahvé había sido interpretado desde tiempos antiguos en el judaísmo como una profecía mesiánica. Pero como el pasaje ofrecía aparentes puntos de contacto con la pasión y muerte de Jesús, lo convertía en instrumento privilegiado de la apologética cristiana. Lo que hizo el judaísmo oficial -su reacción- consistió en negar que los versículos del texto de Isaías que hablaban del sufrimiento se refiriesen al mesías. Luego, de acuerdo con la tendencia que se expresaba en las profecías del Libro de Daniel sobre el obscuro personaje "un como Hijo de hombre", se pasó a afirmar que el "siervo" de Is 53 no era una persona concreta, sino un personaje colectivo, el pueblo todo de Israel… que padecía como siervo bueno de Yahvé que era y que al final acababa siendo “levantado”, resucitado en sentido metafórico, por Dios.

Algo parecido ocurrió con todas aquellas referencias bíblicas que eran susceptibles de ser vistas como una prefiguración de la muerte de Jesús. por ejemplo Zacarías 12,10, texto en el que el profeta habla de "aquel al que traspasaron". Tal pasaje podía referirse con facilidad a la lanzada recibida por Jesús en la cruz, tal y como lo había interpretado el autor del Cuarto Evangelio (Jn 19,37). Pero como en el caso de Is 53 los rabinos buscaron una interpretación distinta y se apartaron de una posición que en algún momento había existido, a saber considerar el pasaje como mesiánico.

Lo mismo puede decirse del sacrificio de Isaac (la aqedah). En cierta tradición rabínica (Tanjuma 30,23; Génesis Rabbah 56,15) se daba a esta posible muerte un significado expiatorio por el pueblo judío. Esta exégesis podía fácilmente ser aplicada a la muerte de Jesús, considerada sacrificial y expiatoria por los cristianos, a la manera del sacrificio de Isaac, por los pecados de todos los hombres del mundo.

Otro pasaje sonado y muy conocido fue el de Isaías 7, 14 (signo de Dios al rey Ajaz). El texto hebreo decía: “He aquí que una doncella/ o mujer joven concebirá y dará a luz un hijo…”. Pero es sabido que la ya antigua versión griega de los Setenta traducía: “He aquí que una virgen concebirá…”. Naturalmente los cristianos que utilizaban esta traducción veían aquí una clara predicción de la concepción virginal del mesías Jesús. De modo inmediato, la exégesis rabínica se volcó en el texto hebreo, prohibió la lectura del texto griego, promovió otra traducción más acorde con el hebreo –como veremos más abajo- y difundió una exégesis historicista: la profecía se restringía al tiempo del rey Ajaz…, etc.

El enfrentamiento del rabinismo con el judeocristianismo en el terreno de la hermenéutica no se limitó a corregir o eliminar algunas interpretaciones más o menos tradicionales que podían ser utilizadas como favorables para el cristianismo, sino que incluyó también una diferente valoración del soporte principal de la fe, la Escritura. Dentro de ella se hicieron divisiones y se establecieron grados de importancia o canonicidad. Los rabinos valoraron los cinco libros de la Ley, el Pentateuco, muy por encima de los profetas, de donde los cristianos obtenían sus principales armas teológicas. Se hizo una suerte de canon dentro del canon.

Como el judeocristianismo tomaba muchos de sus argumentos apologéticos de los profetas y menos de los cinco primeros libros de la Biblia, como era natural, se afirmó que tal proceder sería imposible en adelante en el judaísmo. Habría que argumentar a partir de la Ley, y no de los profetas. Se llegó a decir que si Israel poseía más que la Ley y el libro de Josué (una continuación del Deuteronomio) lo debía sólo a sus pecados (tratado Nedarim, "Sobre los votos", 22b), e incluso el Talmud señalará que la Misná puede ser superior a los profetas (tratado Baba Batra, "Sobre los daños, civiles" 12a). Con estas valoraciones se quitaban armas a los enemigos.

También puede añadirse que argumentos apologéticos, tan importantes para el judeocristianismo, como la noción de milagro (los prodigios de Jesús como signo de su misión divina) perdieron la importancia que antes tenían en el rabinismo, al igual que disminuye totalmente el interés por ciertos personajes bíblicos como Henoc o Melquisedec a quienes recurrían frecuentemente los cristianos (como el la Epístola a los Hebreos) como antecedentes de Jesús.

Por último se proscribió el uso de la Biblia griega, los LXX, la venerable versión del hebreo al griego comenzada en Egipto a principios del s. III a.C. y que contiene lecturas originales muy antiguas. Esta versión fue sustituida por otras muy literales y esclavas del texto hebreo como las de Águila y Teodoción.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Volver arriba