Judíos y cristianos en la época de la composición de los Evangelios (y VII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Concluimos hoy nuestra miniserie sobre algunos aspectos de las relaciones entre judíos y cristianos a finales del siglo I.

Medidas disciplinarias

El judaísmo ortodoxo se defendió también contra aquellos de sus hijos que se atrevieran a mantener relaciones con los cristianos aplicando medidas disciplinarias. Había que marcar las distancias de modo que no ocurriera que algún ingenuo judío fuera captado para la fe del falso mesías Jesús.

Al ser los judeocristianos peor aún que los gentiles, estaba condenado y penado a los judíos acercarse o acudir a ellos, incluso en caso de enfermedad. Y aunque constase que un médico cristiano fuese bueno, estaba rigurosamente prohibido acudir a su consulta. Y la razón era que curaban en nombre de Jesús, lo que era blasfemo (b. Sanedrín 14; Talmud de Jerusalén, Abodah Zarah, 40d). De hecho -se opinaba- mejor era morirse que ser tocado por uno de esos impuros que invocaban el nombre de Jesús.

No es de extrañar que con una visión así del judeocristianismo se llegara a la conclusión de que el destino final de los adeptos a esa secta no podía ser otro que el tormento eterno en la Gehenna o Infierno (Tosefta, Sanedrín 13,4,5).

El antisemitismo

Así pues, por todo lo escrito hasta el momento es fácil ver que a finales del siglo I, como testimonia la animadversión por los "judíos" que muestran los Evangelios de Mateo y de Juan, y durante todo el siglo II se fueron poniendo las bases, tanto por parte de los judíos fieles como por la de los convertidos al cristianismo, y sobre todo por el cristianismo gentil, para que se consumara una terrible separación entre las dos religiones y se levantara una pared infranqueable de odio que ha alimentado el antisemitismo hasta el día de hoy.

Señala la exégesis científica que las feroces discusiones entre Jesús y los fariseos, tal como las pintan los Evangelios, sobre todo el de Mateo, reflejan estos momentos de tensión entre judíos y el judeocristianismo o cristianismo a secas. La crítica histórica sostiene que esa pintura antifarisea es exagerada por parte de los evangelistas. Pero era natural que tal exageración ocurriera; servía a los propósitos cristianos de justificar la separación de la religión madre afiramndo: también Jesús ya había luchado a muerte contra el fariseísmo… (aunque sabemos que el Jesús histórico discutía con sus colegas con la misma dureza que éstos entre sí… ¡nadie pensaba en separarse de la religión por muy diversas que fueran las interpretaciones de la Ley!).

Tropezar dos veces en la misma piedra

Pero el judaísmo de esta época altoimperial no aprendió de la terrible catástrofe del año 70. Durante el último cuarto del siglo I y a principios del II, en la atmósfera de desolación bajo la dominación extranjera a la que hemos aludido al principio de esta miniserie, algo bullía entre los piadosos judíos a pesar de una aparente tranquilidad. El pueblo seguía cultivando unas esperanzas político-religiosas, mesiánicas, que obtenían nueva fuerza y vitalidad de la tristeza misma que suponía la ruina del Templo. Esta esperanza se aplicaba naturalmente a la política, dado que la expectación del mesías estaba constituida por una mezcla indisoluble de ideas religiosas y políticas.

La ansiada libertad política y religiosa de la nación aparecía como la meta de los designios de Dios, quien tenía que desear por fuerza que su pueblo gozara de unas circunstancias temporales que le permitieran cumplir por fin la Ley sin ningún impedimento. Cualquiera que perciba el odio antirromano que transpira un escrito tan judío como el Apocalipsis de Juan y haga un pequeño ejercicio de transposición mental de este espíritu hacia los judíos estrictos de la misma época (finales del siglo I) comprenderá fácilmente el furioso ambiente que antirromano reinaba no sólo entre ciertos judeocristianos de Asia Menor (los lectores implícitos del Apocalipsis), sino entre los judíos sin más

Estas mismas perspectivas habían sido las que habían llevado a la primera Gran revuelta en los últimos tiempos de Nerón (la Primera guerra judía) y las que habrían de conducir a la nueva catástrofe. El fortísimo espíritu de independencia, separación y rebelión contra el impío Imperio romano condujo en los últimos años de Trajano (116) a las notables revueltas de las juderías de Egipto, Cirene, Chipre y Mesopotamia, que fueron el preludio de la Segunda rebelión bajo Adriano (132-135). Ahí fue el final hasta 1948. Jersualén quedó de nuevo destruida y aplanada; se fundó una nueva ciudad de nombre Aelia Capitolina; en vez del Santuario a Yahvé hubo un templo a Júpiter Capitolino y se prohibió a los judíos acercarse a la ciudad, a muchas millas, bajo pena de muerte. La gran y verdadera dispersión judía entre las naciones comenzó entonces.

Hoy día, brevemente

Hoy día las relaciones entre judíos y cristianos siguen más o menos igual, pero sólo desde el punto de vista ideológico/teológico y entre los fundamentalistas de ambos bandos. Se han dulcificado radicalmente las formas y se ha comenzado un período de colaboración cultural y científica expresa. No es extraño que en escritos judíos técnicos sobre la Biblia colaboren autores cristianos y a la inversa. Los cristianos siguen siendo quienes cultivan con más intensidad el estudio del Antiguo Testamento y las ciencias auxiliares en torno a este campo de trabajo. Y los judíos empiezan, a su vez, a escribir sin pasión sobre temas de Nuevo Testamento y cristianismo primitivo.

La evolución del cristianismo hacia posturas de menor exclusividad, como indicamos al final del segundo post dedicado a la obra de Torres Queiruga, Repensar la revelación, apuntan a que en el futuro la colaboración entre judíos y cristianos será mucho más estrecha. No en vano, además, los máximos valedores políticos del Estado de Israel fuera de sus fronteras son todos de cultura cristiana. Esto se traduce en una atmósfera totalmente distinta a la que imperó durante la época de Yabne que ha sido el objeto de esta miniserie.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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