La herejía del Adopcionismo



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Los personajes del conflicto

En un debate como el del Adopcionismo con apologías y acusaciones, los actores hablan más de sus ideas y creencias que de sus vidas. Los datos históricos tenemos que sacarlos o deducirlos de los escritos de sus adversarios con el riesgo lógico de desviaciones más o menos intencionadas. Además, lo mismo que sucedió en otros conflictos históricos, se adivinan intenciones de mayor calado y lejanía que las de un mero debate teológico. La animosidad manifiesta entre Elipando y Beato delata actitudes irreconciliables, ante las que nada pueden las llamadas y los recursos a la caridad cristiana y a la convivencia pacífica en la práctica de la verdad. La preocupación de Carlomagno parece ir igualmente más allá de los intereses doctrinales. No ha faltado quien ha pensado en intereses expansionistas del emperador, para los cuales los adopcionistas podían representar un freno y una limitación. No podemos olvidar que la invasión del ejército del emperador, que acabó en el desastre de Roncesvalles, fue considerada como expansionista, lo que no podían permitir los hispano-mozárabes, entre ellos, Elipando que era la cabeza visible de la iglesia española. Es una de las tres hipótesis apuntadas por J. F. Rivera como "reacción hispano-mozárabe contra la política expansionista absorbente de Carlomagno”. Es igualmente la tesis de Abadal y Vignals.

Elipando, arzobispo de Toledo

Todos los autores y tratados sobre el tema hacen a Elipando padre y mentor de la herejía adopcionista. Su prestigio y autoridad arrastraron a muchos, prestigio de hombre virtuoso y sabio, adornado además con la autoridad de arzobispo de Toledo. Abadal y Vignals hace un bosquejo de la personalidad de Elipando presentándolo como virtuoso, recto, sabio, apasionado... con otros aspectos menos poisitivos de su figura. .Eterio y Beato no dudaban en denominarle "príncipe de la tierra" y "el primero de España". Con razón se quejan ambos en su escrito de que la autoridad de Elipando representa un problema para ellos. Ante todo, porque los escritos del toledano han alcanzado una clara publicidad; después porque al final los lectores podrían inclinarse por la autoridad del Primado. Elipando era temible, desde luego, por su fama y autoridad, pero es justo reconocer que lo era también por sus excelentes dotes de dialéctico.

Según confesión propia, había nacido el 25 de julio del año 717. Desde muy joven se consagró a la vida religiosa, aunque Beato y Eterio interpretaban como hipocresía su fama de santidad y, abundando en la idea de la hipocresía de Elipando, aseguran que todo en él era más de apariencia que de contenido. Atribuían su éxito al atractivo de su lenguaje formado en el estudio de las obras profanas muy de moda bajo la dominación árabe, como también reconocerá más tarde Álvaro de Córdoba en su Indiculus. De esa manera, continúan Beato y Eterio, engaña a los incautos y enreda en la mentira a los ignorantes que andan deslumbrados con el brillo de su elocuencia profana. Fue uno de los sistemas que empleó para escalar honores hasta alcanzar la cima de la sede toledana. Pues los herejes suelen ser personajes "instruidos en la ciencia del mundo". Están, además, dotados para planificar una vida aparentemente virtuosa con grandes y clamorosas obras de virtud, limosnas, mortificaciones, atenciones, etc. Elipando, pues, era un hombre inteligente, docto, brillante, pero perverso, al menos desde el punto de vista de sus adversarios. Para ellos era el reflejo del fariseo retratado por Cristo en Mt 23: No hace lo que dice, no cumple lo que enseña, busca la alabanza fácil con una santidad que es pura fachada. Es un personaje que entra por los ojos, especialmente, de los ignorantes y desprevenidos.

Sin embargo, o quizá, por todo eso, logró la mitra toledana, que gozaba ya de un extraordinario predicamento no sólo en los territorios del reino asturiano, sino en los dominios de Carlomagno. Como recuerda J. F. Rivera, Alcuino conocía la importancia de Toledo posiblemente por noticias recibidas a través de los escritos de Beato. Era un dato que daba particular valor a las opiniones y doctrinas de Elipando. Pero el dato no está exento de sospechas y recelos. Este "aparente" santo, doctor brillante, dialéctico vigoroso, ocupó la sede toledana no solamente por su méritos reales o supuestos. En el vertiginoso ascenso de Elipando debió de haber algo más, razones posiblemente inconfesables, apoyos extraños y ajenos a la aprobación de los fieles. Aludiendo a la parábola del Buen Pastor, en la que se habla de ladrones y salteadores, dicen Beato y Eterio que también en la Iglesia "aparecieron ladrones y salteadores, porque no por la puerta que es Cristo sino por otro lado (aliunde) ascendieron hasta la Cátedra Primera". Se refieren claramente a la cátedra de Toledo, como obtenida por Elipando por caminos torcidos. En otro pasaje vuelven a insistir sobre el mismo tema afirmando que "los mismos (herejes) se ponen por delante de los apóstoles de Cristo, aunque no los probó la Iglesia ni los eligió para el apostolado, sino que (se eligió) a sí mismo él y el favor temporal humano". Por estas razones sabemos, dicen ambos autores, que no son pastores verdaderos.

El caso es que Elipando ocupó la sede toledana como sucesor de Cixila, muerto el año 754. Tenía por lo tanto 37 o 38 años, una edad desacostumbrada, aunque dentro de la legalidad. J. F. Rivera está convencido de que Elipando alcanzó la dignidad episcopal "por intermedio del favor humano, no por el camino recto, sino en connivencia con el señor de Córdoba Abderrahmán I". Elipando sería apoyado por el poder político imperante que, "como medida política, favorecería al nuevo metropolitano si no es que fue por él colocado". De todos modos, como ya hemos dicho, la autoridad del prelado de Toledo era grande. En el principio del libro II de su escrito, Eterio y Beato lo reconocen expresamente y manifiestan su temor ante el innegable influjo del toledano: "Tus libelos, en los que confiesas que nosotros somos herejes, divulgados ya y publicados por diferentes lugares de la tierra, de modo que los que los han leído según tu fe, te llaman a ti doctor católico de la sede toledana, arzobispo novel, y a nosotros, Eterio y Beato, liebanenses indoctos, herejes y discípulos del Anticristo". El arzobispo de Toledo gozaba de un prestigio de acuerdo con el rango de su cargo y de su sede.

Los corresponsales que se comunican con él lo consideran como hombre sabio, piadoso y dotado de superior autoridad. De la misma forma, Elipando habla poco menos que ex cathedra. Se relaciona con Carlomagno, se atreve a recomendarle cómo debe actuar con los "enemigos de la fe verdadera" y le suplica que restituya a Félix a su diócesis y lo rehabilite como pastor de su rebaño. El mismo papa Adriano I (772-795) nombra personalmente a los obispos Elipando y Ascarico como responsables de la herejía adopcionista, en su carta Institutio Uniuersalis, dirigida a los obispos españoles (785). En el concilio de Francfort (794) se hace a Elipando de Toledo y a Félix de Urgel responsables y culpables de la "impía y nefanda herejía" del Adopcionismo.

Para terminar, tomamos el resumen que hacen de la personalidad del heresiarca dos grandes conocedores del personaje y su circunstancia: "Elipando... era enérgico, autoritario, voluntarioso hasta el tesón, muy pagado de su valor intelectual y del rango de su posición jerárquica; es especialista en lanzar los mayores improperios contra los que se le oponen, no sabrá dar marcha atrás, aunque vea la falsedad de lo que defiende y tenga para mantener su opinión que recurrir a toda clase de medios, sin reparar en su licitud" (J. F. RIVERA, El Adopcionismo en España, pág. 51). "Podremos concluir que Elipando era un hombre virtuoso y recto; sabio, pero apasionado y violento; íntimamente convencido de la importancia y trascendencia del sitio que ocupaba, y por esto mismo, extremadamente celoso en mantener su fuero y su dignidad; orgulloso, dominador y aferrado a su criterio. Su orgullo y perfidia le vedaban hacer caso de las observaciones ajenas; su pasión y violencia le llevaban a deformar las cosas externas, creándose un mundo irreal, donde no ve lo que hay, sino lo que se figura; su celo le priva de toda rectificación: la sede de Toledo que él representa “nunca cayó en el error” (Abadal y Vignals).

Del talante con que actúa Elipando nos dan fe las palabras con que manifiesta su estupor ante las recomendaciones de Eterio y Beato: "Nunca se ha oído que los de Liébana enseñaran a los toledanos”. Eterio, obispo de Osma, y Beato de Liébana escribieron el año 785 dos libros contra las herejías de Elipando. Éste se mantuvo en sus trece y reaccionó contra ellos con tanto orgullo como insolencia atacando incluso la doctrina recta y oficial de la Iglesia universal. Según Elipando, “todo el mundo conoce que la sede toledana, desde sus orígenes, resplandeció por la santidad de sus doctrinas, y nunca brotó en ella ningún cisma. Y ahora, ¿una oveja enfermiza pretende ser nuestro doctor?"

Éste y así era Elipando, seguro de sí mismo por su propia inteligencia y por la categoría de su cargo, inflexible, duro, despectivo, orgulloso, dotado de virtudes dialécticas y buen conocedor de la Biblia y de la doctrina de los Padres. Las piadosas tradiciones sobre una eventual conversión final a la ortodoxia no son más que deseos y buena voluntad hacia un personaje que, si se equivocó, fue con la mejor voluntad de servir a la verdad y a las necesidades de la comunidad cristiana. Pero no es fácil entender que Elipando diera alguna vez su brazo a torcer. Para J. F. Rivera, lo normal es que muriera impenitente, a pesar de los piadosos intentos por inventarle una conversión final.

J. F. RIVERA, El Adopcionismo en España (s. VIII), Toledo, 1980.
R. DE ABADAL Y DE VIGNYALS, La batalla del Adopcionismo en la desintegración de la Iglesia Visigoda. Barcelona, 1949.
ETERIO y BEATO, In Elip. Ep., Lib. I, cap. 13, PL 96, col. 901.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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