Jesús y las mujeres. Conclusiones (y VII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Hoy concluimos la presentación del libro "Jesús y las mujeres", exponiendo brevemente un apunte de la problemática contenida en la “Conclusión”.

En este libro no se hace –como ocurre en otros usualmente- un resumen amplio de las aportaciones de la argumentación del libro, porque mantenemos que el lector “habrá ido generando sus propias conclusiones, ayudado por las síntesis de resultados que se van desgranando al final de casi cada capítulo y que no parece oportuno volver a repetir aquí” (p. 273). Sí se presenta un esquema breve de las aportaciones del estudio presente y se confrontan con las de otros investigadores (pp. 277-278).

Creo que este libro discute a fondo ideas que se oyen entre las gentes más o menos interesadas en estos temas, y llega a conclusiones razonables aunque sin darles el tono de afirmaciones rotundas y apodícticas, como suele también ocurrir en esas gentes muy interesadas en destacar la singularidad de Jesús. En este blog se ha hablado recientemente de este tema de la especificidad de Jesús de Nazaret

Un rabino tan sólo un tanto anómalo

Nos parece cierto y probado que Jesús fue un “rabino” relativamente anómalo en el panorama de los maestros de la Ley del siglo I porque tuvo un ministerio activo en el que las mujeres estaban más presentes que entre los seguidores de otros "rabinos" de su mismo tiempo. Parece que en el entorno de Jesús las mujeres eran verdaderamente discípulas, y que participaban en la “mesa común”, es decir, en los banquetes que se celebraban de vez en cuando dentro del grupo como símbolo de la naturaleza del reino de Dios que estaba por venir de inmediato.

Pero también es cierto que en la mayoría de los textos que a lo largo de la obra se han analizado extrayendo conclusiones, se ha manifestado –exponiendo los argumentos de los estudiosos- la duda razonable de que se pueda acceder al estrato A. de la investigación sobre Jesús, es decir, al nivel del Jesús de la historia. En muchos casos nos hemos tenido que quedar en el nivel C., es decir, ni siquiera el nivel de los primeros discípulos del Nazareno, sino lo que pensaban los Evangelistas que nos están contando historias y palabras de Jesús.

¿Quiere esto decir que todo lo que se diga a este nivel C. es ya radicalmente falso? No necesariamente ni mucho menos, sino que tales pasajes no son válidos técnicamente para acceder al nivel deseado del Jesús de la historia. Ahora bien, como las narraciones evangélicas, como hemos dicho, se construyeron recordando, repensando e interpretando hechos y dichos de Jesús reales -aunque dándoles a menudo un sentido nuevo-, podemos barruntar respecto al tema “Jesús y las mujeres” que es posible que detrás de tales narraciones q presentan no más q el pensamiento de los evangelistas existiera una cierta base presumiblemente auténtica de una relación de Jesús con las féminas mejor que la de otros rabinos del siglo I.

Si leemos de corrido la Misná, como para obtener una visión global, veremos en seguida que la atmósfera que se respira en esta obra hacia las mujeres es bastante diferente a la de los Evangelios. En la Misná aparecen las féminas como un objeto de la discusión teórica, prácticamente siempre desde el punto de vista machista de los rabinos, mujeres supeditadas a sus maridos, como si estos últimos tuvieran siempre la última palabra, el mejor rango y la mayor importancia.


Es verdad que la “atmósfera” de los Evangelios no contradice esta actitud con alguna proclama teórica a favor de las mujeres, pero esa “atmósfera” es ciertamente distinta, como de mayor simpatía y respeto por ellas; aparecen las mujeres con más naturalidad y autonomía, y da la impresión como que el rabino Jesús hubiera sentido hacia ellas un respeto y una simpatía mayor y mejor que la de los rabinos posteriores.

Preguntas clave

Pero más allá de esta afirmación generalista y modesta no se debe pasar a nivel del historiador. La pregunta clave que se hace este libro al final es doble:

a) ¿Supuso la actitud de Jesús un auténtico movimiento revolucionario que postuló en la teoría y en la práctica un cambio teórico y práctico en la consideración de la mujer y en sus funciones como mujer respecto al varón en la sociedad de su época?

Y b) ¿propuso realmente Jesús un nuevo modelo ideológico respecto a la función y al papel de las mujeres en la sociedad de su tiempo que fuera realmente un trastocamiento, una revolución de los valores sociales vigentes?

Pues bien en las páginas de la “Conclusión” del libro respondo a estas cuestiones y las sintetizo en un elenco breve. Luego contrasto mis propias conclusiones con las respuestas de dos investigadores que he citado repetidas veces a lo largo del libro: Kathleen Corley (Women and the Historical Jesus. Feminist Myths of Christian Origins [“Las mujeres y el Jesús histórico. Mitos feministas sobre los orígenes cristianos”], Polebridge Press, Santa Rosa, USA, 2002) y sobre todo J. R. Esquinas, cuyo trabajo pionero en España estimo mucho (Jesús de Nazaret y su relación con la mujer. Una aproximación desde el estudio de género a partir de los evangelios sinópticos. Editorial “Academia del Hispanismo”, Vigo, 2007), aunque se haya restringido voluntariamente sólo a esos textos.

Teniendo a la vista los resultados globales que expongo en las pp. 277-278 de mi libro, pienso de nuevo que no se puede pasar más allá de las ideas generales que he expuesto al principio de este último post. Decir más, y de modo apodíctico, a saber que respecto a las mujeres el mensaje de Jesús de Nazaret es igualitario no me parece una verdad probada. Tampoco se puede probar que en el cristianismo primitivo, el grupo que se constituye inmediatamente, tras la muerte del Maestro haya existido ese mensaje de igualitarismo. Da la impresión de que los teólogos han deducido de la enseñanza de Jesús sobre el amor al prójimo una doctrina igualitarista respecto a las mujeres. Pero tal doctrina no parece que haya existido ni en Jesús ni en sus seguidores más inmediatos.

Es totalmente cierto que en los Evangelios no encontramos las clásicas diatribas contra las mujeres que se hallan en Semónides de Ceos, en el Antiguo Testamento, en la literatura intertestamentaria –por ejemplo el terrible Testamento de Rubén-, en algunos pasajes de los Manuscritos del Mar Muerto o en el Documento de Damasco, o en la Misná. Pero “No estar entre los acérrimos misóginos no ubica a uno necesariamente en el lado del igualitarismo”, sentencia lapidariamente J. R. Esquinas.

Un mito fundacional moderno

Por ello me parece acertada la definición de K. Corley de auténtico “mito fundacional moderno” lo que dice mucha gente. Por ejemplo lo siguiente, sostenido por un sacerdote norteamericano, teólogo, sociólogo y novelista:

Jesús trató a las mujeres con tal respeto y con tal conciencia de su igualdad fundamental respecto a los varones que su figura fue virtualmente única entre los maestros y personajes más representativos de su tiempo. Incluso algunos teólogos sugieren que esta posición única sirve de prueba suficiente de la especial relación de Jesús con Dios tal como sostiene el cristianismo


Citado por K. Corley (p. 12 de su obra. El sacerdote se llama Andrew M. Greeley).

Es igualmente mítica la idea de que estos felices comienzos de un cristianismo igualitario fueron echados irremisiblemente a perder sobre todo por el desarrollo de la nueva religión hacia un movimiento protocatólico, con su episcopado jerárquico y machista al frente…, y por su acomodación al espíritu machista del Imperio romano, en cuya sociedad iba asentándose la Iglesia. En el libro "Jesús y las mujeres" se ofrecen las razones serias y ponderadas para dudar de esta afirmación.

¡Ojalá fuera real este dibujo de la historia cristiana primitiva que podría modificarse en nuestros tiempos! Pero me temo que la teología feminista que desea cambiar el papel todavía injusto, e incluso muy negativo a veces, de las mujeres en la sociedad actual habrá de basarse más en un esfuerzo personal de las mujeres de hoy en lucha por sus derechos que en el apoyo en una “realidad” originaria de Jesús y de los cristianos primitivos que creo sinceramente que nunca existió.

Yo no quisiera –y así concluyo el libro- que se desanimen las mujeres de hoy al leer estas conclusiones que un historiador de las ideas del mundo antiguo, en especial en el Israel del siglo I, no ha tenido más remedio que deducir de sus análisis. ¡Ojalá también esté yo equivocado! En fin: leyendo los análisis y lo argumentos del libro, los lectores decidirán y tendrán la última palabra. Pero me siento obligado a sostener que esas conclusiones arriba expuestas están movidas por la honestidad hacia los textos llegados hasta nosotros, a través de los cuales la crítica se abre paso con mucho esfuerzo y paciencia hacia el Jesús de la historia.

La situación de la mujer ha mejorado mucho gracias sin duda también al impulso del movimiento cristiano que va evolucionando por la fuerza de diversos gérmenes internos. Incluso los debates –como los recogidos en este libro- dan motivos para la esperanza y argumentos para luchar por los justos derechos de las mujeres en nuestro tiempo.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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