Autoconciencia mesiánica de Jesús (IV)

Hoy escribe Antonio Piñero

Indicábamos en el post anterior que hay tres hechos hacia el final de la vida pública de Jesús que parecen apuntar que al menos en esos momentos finales, éste se consideraba el mesías de Israel. Son los siguientes:

1. En primer lugar la entrada en Jerusalén, descrita por Marcos en el capítulo 11 con tintes claramente mesiánicos. Los conciudadanos galileos introducen a Jesús en la ciudad santa en el entorno de la fiesta de la Pascua

8 También muchos tendían sus mantos por el camino; otros lo hacían con ramas y hojas que habían cortado de los campos. 9 Tanto los que iban delante como los que seguían gritaban: Hosanna ( =¡Sálvanos!) ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el reinado que llega, el de nuestro padre David! Hosanna en las alturas!


Lo más importante en este conocido texto es cómo jalean las gentes a Jesús como “hijo de David” y como portador del Reino “Bendito el reino de nuestro padre David que viene. ¡Hosanna en las alturas!”), y lo señalan a él como “El que viene en nombre del Señor = Dios”, es decir, el mesías. Hosanna es un grito de júbilo pero también de petición de salvación, la que trae el mesías.

También es importante que el evangelista no recoge ninguna palabra en contra de Jesús: éste no contradice a los lo proclaman mesías. Según el Evangelio de Lucas (19,40), Jesús incluso defiende a sus partidarios ante los fariseos, que instan a la prudencia, afirmando: “Si éstos callan, gritarán las piedras”.

2. En segundo lugar, el episodio de la "purificación" del Templo (Mc 11,15-17):

15b Entró en el templo y empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el templo; volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían las palomas; 16 y no consentía que nadie transportase objetos atravesando por el templo. 17 A continuación se puso a enseñar; y les decía: ¿No está escrito: «Mi casa ha de llamarse casa de oración para todos los pueblos»? Vosotros, en cambio, la tenéis convertida en una cueva de bandidos (Is 56,7; Jr 7,11).


La interpretación del pasaje es también discutida. Probablemente es una acción simbólico-profética que anuncia el mejor estado del Templo en el momento de la restauración de Israel en el cuadro del reino de Dios ya implantado en la tierra en un futuro próximo. Jesús se erige en el defensor de la valía del lugar como sitio de encuentro con Dios y en valedor del cumplimiento del espíritu de la Ley, como representante de Dios (= mesías) en los momentos finales, con una autoridad superior a la de los sacerdotes.

Esta escena trágica, que debió ser uno de los desencadenantes finales –otro pudo ser su pronunciamiento de no pagar tributo al César (Marcos 11,14-17 interpretado a la luz de Lc 23,2: “Hemos hallado a éste que pervierte a la nación y que prohíbe dar tributo al César diciendo que él mismo es el ungido, el rey”)- del proceso que le costó la vida, ha de contemplarse en unión con la entrada mesiánica en Jerusalén y en el mismo ambiente y misma tesitura. Jesús actúa como el enviado final de Dios para la instauración del Reino y la restauración de Israel, es decir, el mesías.

3. El tercer episodio es el interrogatorio ante Caifás, recogido por Marcos 14,55ss. En el momento más solemne pregunta el Sumo sacerdote:

“¿Eres tú el mesías, el hijo del Bendito?” Y Jesús respondió: “Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poder (es decir, Dios) y viniendo (luego) entre las nubes del cielo”.


Prescindimos aquí de esta última sentencia, cuyo sentido es tan controvertido. En nuestra opinión – como veremos más adelante, cuando tratemos de Jesús como hijo de hombre/ el Hijo del hombre- el Nazareno debía de pensar que ese “Hijo de hombre” sentado a la derecha de Dios no era él mismo, sino el ultimísimo agente mesiánico, una entidad semidivina (¿un ángel? ¿Elías? ¿Melquisedec? ¿Henoc? ¿otro personaje?) del que habría de servirse Dios para ayudar al mesías terreno (= Jesús) en la instauración del Reino.

Si la interpretación de estos tres pasajes es correcta, tenemos como probable que Jesús, al menos al final de su vida, se consideró a sí mismo como el mesías de Israel. Pero ¿en qué sentido? ¿En uno tradicional o en uno nuevo, propio suyo? En terminología de los Evangelios: ¿qué significaba eso de denominarse a sí mismo “Hijo de hombre”? ¿Encerraba o no esta críptica frase un título mesiánico que Jesús se aplicó a sí mismo? Todas estas preguntas se resumen en una: ¿Instauró Jesús un mesianismo nuevo?

Probablemente no. Las razones que sostienen esta opinión me parecen convincentes.
Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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