Hacia un judaísmo nuevo: mutaciones principales en la religión judía de época helenística (V)

Hoy escribe Antonio Piñero

Ha llegado el momento, después de tantos preliminares, pero necesarios de describir las mutaciones principales que podemos percibir en la religión judía de época helenística

1. La figura de Dios se concibe como más trascendente. Ello afecta a su nombre, sus hipóstasis, su universalidad

La primera mutación concierne, pues, a la idea misma de Dios. La teología judía helenística desarrolla unaa tendencia del judaísmo tras el Exilio a trascendentalizar a Dios, a distanciarlo de la esfera terrenal.

Se agudiza así un fenómeno ya perceptible en el Antiguo Testamento: frente al antropomorfismo que rezuma el relato de la creación, que data quizás en su base de comienzos del primer milenio (Génesis 2: el redactor de este capítulo se llama “yahvista” porque utiliza con más gusto que otros este nombre de Dios), el relato sacerdotal cinco siglos posterior (Gen 1) presenta a un Dios que realiza su acción creadora con el exclusivo poder de su palabra, sin que llegue a aparecer en escena. Dios se concibe ahora, en época helenística muy alejado del mundo, como habitando en el séptimo e inaccesible cielo, sentado en un trono majestuoso y terrible, rodeado de fuego. Es un rey distante, lejano, misterioso, incomprensible, inefable, cuyo sitial es excelso e inalcanzable.

El nombre de Dios

El nombre de Dios, que representa su esencia, es tan santo que por reverencia y temor deja de pronunciarse casi totalmente, y es sustituido bien por apelaciones directas como “Señor”, o indirectas como “Gloria”, “Presencia”, “Camino”, “Palabra”, “Viviente”, etc.. Es decir, no se emplea el nombre simple de Dios, sino que se prefiere hablar, por ejemplo, de “Su presencia”, su Shekiná, o inhabitación, sobre todo en el Templo.

La apelación, el nombre propio de YHWH (Yahvé), queda reducida al ámbito del Templo, donde se pronunciará una sola vez al año, en voz baja, en el santo de los santos por el sumo sacerdote. Las antiguas y simples designaciones como Elohim, El, Eloah (es decir, “Dios” sin más, que en árabe es Alá, forma muy parecida) desaparecen. La literatura judía helenística gustará de dirigirse a Dios como el “Altísimo”, “Santo”, o el “Padre invisible”.

Las "hipóstasis" divinas

A este misma tendencia de respeto y distancia deben adscribirse las especulaciones judías helenísticas sobre las hipóstasis de la divinidad que actúan ad extra, hacia fuera, hacia el mundo. Se entiende por “hipóstasis” en estos casos una entidad real, una substancia. Y en un lenguaje referido a Dios se habla de “hipostasiar” cuando se hace una entidad real, o una “persona” divina, algo que es un mero “modo” de Dios; es decir: el ser humano concibe que Dios actúa en una circunstancia determinada de un modo determinado y piensa que ese modo es algo más: es una auténtica entidad o realidad divina.

Así se imagina que la divinidad se “desdobla” o “despliega” hacia fuera para mantener intocada su núcleo íntimo, su trascendencia. Por ejemplo: no es el Dios “supersupremo” quien operó en el momento solemne de la creación, sino su Sabiduría personificada, su Palabra (Proverbios 8; Eclesiástico 24,3-6; Sabiduría 7,22, etc.) o su “Espíritu” (Sab 1,5). Dios se halla tan alejado que “emite” de sí mismo unos como modos suyos -hipóstasis personificadas- que operan en el exterior de sí mismo. De este modo se piensa que su trascendencia queda incólume, sin mezclarse con la materia. Pensar de este modo de Dios era algo inconcebible en la antigua teología de Israel que se imaginaba a la divinidad de un modo humano, cercano, que gobernaba e intervenía directamente en la historia.

"Ya no hay profecía en Israel"

Pues bien, en época helenística y sin duda por influjo del intelectualismo griego, el cercano Dios de antaño, que hablaba con Adán o con Abrahán y Moisés, deja de comunicarse directamente con los humanos. Ni siquiera por medio de los profetas, que producían en otros tiempos oráculos inspirados y venerandos en su nombre. La gente judía piensa hacia mediados del siglo II a.C. que la profecía ha cesado en Israel. Dios no habla ya directamente: ya no se generan más escritos sagrados.

Como consecuencia, todo aquel que escriba algo importante, religiosamente importante en esta época, ha de ocultar su personalidad y amparar su escrito bajo la sombra de un héroe religioso del pasado, es decir bajo el nombre de algún personaje notable que vivió cuando aún Dios se comunicaba casi directamente con el pueblo a través de un instrumento humano (esto se llama técnicamente “pseudonimia”; un escrito "pseudónimo" es el que se pone bajo el amparo de Adán, de Salomón, de Abrahán..., etc.; de otro modo nadie lo consideraría como inspirado).

Un punto flaco

El progreso de la idea monoteísta de Dios que se percibe en el judaísmo helenístico conserva, sin embargo, su punto flaco. A pesar de insistir la religión judía en un Dios único -creador único del universo y de todos los hombres y razas-, esa divinidad universal, absolutamente de todos los hombres sigue por siempre ligada de un modo especial a un pueblo, por ella elegido entre todos los demás; el Dios judío sigue “concretizando” su voluntad en una Ley cuyo núcleo econstituye las costumbres y el derecho nacional de un pueblo peculiar.

Esta doble y concepción –universal y particularista a la vez– encierra, pues, una contradicción muy antigua que tampoco el judaísmo helenístico parece percibir o –al menos- no darle importancia. Sólo más tarde la secta judía heterodoxa que acabará siendo el cristianismo caerá en la cuenta de tal contradicción y abrogará esa Ley particularista estableciendo un Dios sin pueblo o raza elegida y una norma divina por igual válida para todos los mortales.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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